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jueves, noviembre 21, 2024

Poesía de la ciencia, ciencia de la poesía

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“La ciencia es análisis espectral, el arte es fotosíntesis”, afirmó alguna vez el inmunólogo y poeta checo, Premio Nobel de Fisoiología y Medicina, Miroslaw Holub. Si bien la aventura científica contiene sus momentos de belleza, no alcanza a convertirse en una experiencia artística, como lo es descubrir la fascinante manera en que las plantas convierten la luz del Sol en energía, disponible para todos los demás seres vivos, incluso para los objetos inertes. Aun así, siempre fue un defensor de los vasos comunicantes que existen entre estos ámbitos del conocimiento. Ciencia y poesía no viajan en la misma dirección, pero se necesitan y nunca se colocan en el extremo irreconciliable, siempre encuentran resquicios por donde colar luz.  

Roald lee uno de sus poemas en la entrada de la Facultad de Química, Universidad de Cornell.

Roald Hoffmann, también recipiendario del Premio Nobel, en su caso, de Química, está convencido de que es posible crear poesía a partir de la experiencia científica y viceversa, esto es, comprender un evento científico a partir de la experiencia poética. Nació en Złoczów, hoy parte de Ucrania, en 1937. Como muchos polacos, se vio obligado a salir de su país a fin de no desaparecer a manos de los pogromos soviéticos y nazis. Sobrevivió intentando construir un mundo mejor. Se hizo merecedor del Nobel por sus habilidades predictivas, al concebir, junto con Robert Burns Woodward, reglas precisas para pronosticar la transformación estructural de moléculas químicas. Aquí una muestra de la vena literaria de alguien que ha tendido puentes entre las humanidades y las ciencias duras. 

 

MECÁNICA CUÁNTICA  

Los inicios  

son siempre  

clásicos.  

Es química,  

después de todo.  

Para quemar  

un tronco  

se necesita  

la proximidad de otro.  

 

Conforme  

evoluciona,  

se hace más  

inquietante.  

Y lo que uno de ellos  

es capaz de ver,  

también el otro;  

sin que haya evidencia  

alguna de que ese  

entrelazamiento decaiga  

con la separación.  

 

Ya madura,  

no se deja  

perturbar por  

las singularidades  

esta teoría,  

capaz de admitir  

tensiones  

límite.  

¿Y cómo  

acabará esto?  

Como cualquier  

amor, en un mundo  

manifiestamente  

falso,  

en el vacío,  

y ocupando  

su lugar  

otra nueva teoría. 

 

VERDADES TERRENALES  

Mis maestros me dijeron:  

un buen constructor  

requiere seis cosas:  

agua, arcilla, madera,  

piedras, cañas y hierro;  

si no cañas, seguramente  

una vara de medir.  

 

Les hice caso,  

aprendí el oficio  

y al adobe le agregué  

un mundo orbital o dos.  

Como un buen chico,  

no arrojé sombra alguna  

sobre su ecuación.  

Hasta que un día me asaltaron  

las dudas – ¿por qué construir,  

la morada de quién, por qué algunos  

se pavonean cuando otros se arrodillan?  

Ellos dijeron: ah, ah, ingenuo  

– aquí nadie pregunta,  

no somos más que constructores.  

 

Yo dije – mira cómo las cosas toman  

la forma cierta de una vara –  

los pasos elevados, el rap,  

los fotomontajes de Hockney,  

esas hélices que giran a la izquierda y luego  

a la derecha, incluso el pastel de lima,  

¡Dios mío, eso sí es una novedad!  

Ellos dijeron: no hay nada  

nuevo bajo el sol,  

chico – agáchate. Y  

me agaché, y vi  

las campanillas del lirio de los valles  

asomando como nata montada  

sobre la nieve tardía. 

 

Traducción de Luisa Pastor y Antonio Martínez 

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