“La ciencia es análisis espectral, el arte es fotosíntesis”, afirmó alguna vez el inmunólogo y poeta checo, Premio Nobel de Fisoiología y Medicina, Miroslaw Holub. Si bien la aventura científica contiene sus momentos de belleza, no alcanza a convertirse en una experiencia artística, como lo es descubrir la fascinante manera en que las plantas convierten la luz del Sol en energía, disponible para todos los demás seres vivos, incluso para los objetos inertes. Aun así, siempre fue un defensor de los vasos comunicantes que existen entre estos ámbitos del conocimiento. Ciencia y poesía no viajan en la misma dirección, pero se necesitan y nunca se colocan en el extremo irreconciliable, siempre encuentran resquicios por donde colar luz.
Roald Hoffmann, también recipiendario del Premio Nobel, en su caso, de Química, está convencido de que es posible crear poesía a partir de la experiencia científica y viceversa, esto es, comprender un evento científico a partir de la experiencia poética. Nació en Złoczów, hoy parte de Ucrania, en 1937. Como muchos polacos, se vio obligado a salir de su país a fin de no desaparecer a manos de los pogromos soviéticos y nazis. Sobrevivió intentando construir un mundo mejor. Se hizo merecedor del Nobel por sus habilidades predictivas, al concebir, junto con Robert Burns Woodward, reglas precisas para pronosticar la transformación estructural de moléculas químicas. Aquí una muestra de la vena literaria de alguien que ha tendido puentes entre las humanidades y las ciencias duras.
MECÁNICA CUÁNTICA
Los inicios
son siempre
clásicos.
Es química,
después de todo.
Para quemar
un tronco
se necesita
la proximidad de otro.
Conforme
evoluciona,
se hace más
inquietante.
Y lo que uno de ellos
es capaz de ver,
también el otro;
sin que haya evidencia
alguna de que ese
entrelazamiento decaiga
con la separación.
Ya madura,
no se deja
perturbar por
las singularidades
esta teoría,
capaz de admitir
tensiones
límite.
¿Y cómo
acabará esto?
Como cualquier
amor, en un mundo
manifiestamente
falso,
en el vacío,
y ocupando
su lugar
otra nueva teoría.
VERDADES TERRENALES
Mis maestros me dijeron:
un buen constructor
requiere seis cosas:
agua, arcilla, madera,
piedras, cañas y hierro;
si no cañas, seguramente
una vara de medir.
Les hice caso,
aprendí el oficio
y al adobe le agregué
un mundo orbital o dos.
Como un buen chico,
no arrojé sombra alguna
sobre su ecuación.
Hasta que un día me asaltaron
las dudas – ¿por qué construir,
la morada de quién, por qué algunos
se pavonean cuando otros se arrodillan?
Ellos dijeron: ah, ah, ingenuo
– aquí nadie pregunta,
no somos más que constructores.
Yo dije – mira cómo las cosas toman
la forma cierta de una vara –
los pasos elevados, el rap,
los fotomontajes de Hockney,
esas hélices que giran a la izquierda y luego
a la derecha, incluso el pastel de lima,
¡Dios mío, eso sí es una novedad!
Ellos dijeron: no hay nada
nuevo bajo el sol,
chico – agáchate. Y
me agaché, y vi
las campanillas del lirio de los valles
asomando como nata montada
sobre la nieve tardía.
Traducción de Luisa Pastor y Antonio Martínez