La semana se mira saturada de propuestas “indecorosas”.
Lunes
Mascareño se ha comido la tortuga. Los críos no cesan de increparle a Ella el descuido y abuso del gatiño, además de su falta de consideración con las otras mascotas de la villa.
Martes
Ella amanece como alacrán toreado. Da miedo hablarle, más aún, mirarla estremece al más osado. Saca espuma por los poros de lo brava que está; iracunda con ella misma y con la vida. Y no es para menos, uno de esos pies que cuida al grado enfermo de la idolatría, está herido. Herido de gravedad, herido con alevosía y ventaja, herido por la soberana estulticia del Kilimanjaro. Resulta que el Kilimanjaro hizo, para variar, una de sus sorpresivas apariciones en la villa. Tras una amena conversación de horas con amigos varios, y sucesivos tequilas y vodkas, él, al entrar a la cocina, rompió una botella. Sólo que careció del sentido común – bueno eso es ya demasiado pedir – no tuvo la sensibilidad, la delicadeza de avisar que había vidrios por doquier. Entonces. A Ella que le fascina deambular descalza por el breve espacio entra y se clava una astilla en la planta del pie derecho. El dolor no tiene palabras, sólo sonidos y berridos acompañados de ira, de rabia y de sangre que brota. Cuatro puntos ahí en el corazón de la extremidad es la consecuencia de los desvaríos del Kilimanjaro. Aquel pie, ese centro del erotismo, herido. Desempleada y coja está Ella.
Miércoles
Ella recibe una postal de las playas de Bondi Australia de ese amor en turno, eterno viajero. En un español casi perfecto y casi telegráfico le escribe: “Te espero, con todo y tus críos, indique la fecha y yo envío boletos electrónicos”.
La lee y la relee. Ella coloca la postal en un espejo volteada al revés. Eso y sólo eso. Prefiere ver mejor el paisaje.
Jueves
La llamada “indecorosa”.
Un 25 de noviembre, Ella escuchó la voz de un hombre y se supo perdida. Se extravió en esa voz y también naufragó en ella. Esa voz atribuló toda a Ella; en esa voz recuperó el aliento de vida perdido por años. Y recuperó también la mirada y la esperanza. Esa voz con la que alguna vez compartiera susurrante el Nocturno de José Asunción Silva “…Una noche/ Una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de alas / Una noche en que ardían en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas fantásticas, A mi lado, lentamente, contra mí ceñida toda, / Muda y pálida…”, se entregó de forma por demás cercenante a los silencios, a las pausas asesinas. Esa voz se tornó niebla y agua helada. Así Ella, famélica por la ausencia de esa voz, permaneció a la espera. Obsecada por esa voz inasible, no tuvo más remedio que recrearla y refugiarse en un relato imaginario. En él, Ella edificó un SA-PO-E-TA que pudiera encarnar, así fuera ilusoriamente, esa anhelada voz. Entonces era la voz de un poeta de escritura furibunda, incesante. Un SAPO y también POETA imaginarios, acaso sin rostro con una voz en fuga. Horadadora, la voz. Una voz imaginaria que era una cascada dulce, una voz sin hombre y sin nombre.
La voz se tornó fugitiva, se escondió en los silencios, en los desencuentros, acaso decía “amarla a ella en silencio y con miedo”. Voz-esquizofrénica, voz-avestruz, voz-exigua. En esta voz Ella tal vez respiraba y descubría así que la vida le regalaba algo de aliento con el que gravitaba apenas inhalando y exhalando, apenas gravitando. Esa era una voz humana, de la tierra, incorpórea, acaso sin alma. De pronto, a las 2:54 de la madrugada de un viernes, esta voz humana, atrevida y arrojada deja un mensaje en el celular de Ella:
–Mi amor, ya sabes quien habla, son las 2:54. Estoy verdaderamente enamorado de ti y quiero hacerte una propuesta indecorosa ¿sale? Te quiero.
Croac, croac, croac….
Pero Ella no tiene ya oídos para esa voz sin rostro, sin promesa, sin hombre, sin PA-LA-BRA. Voz-baba, voz-espuma, voz-niebla, voz-intangible, voz-ahíta, voz-veneno, voz-insulsa.
Sangre que brota.
Y esa voz que ahora Ella siente como voz-gargajo, que veneró cuando la escuchó por vez primera y en la que se supo perdida, es la voz del cuervo de Allan Poe que le dice nevermore. “Nunca más” . Esa es la voz del simple SAPO, deshabitado de cualquier encanto, de cualquier poema, ahíto de su babosa existencia. Voz etílica que le escupe a ella en un mensaje de celular, sin mostrar el rostro a las 2:54 de la mañana, su baba más espesa. Sí a Ella que fue puta-princesa y hasta musa-poeta para esa voz.
Esa voz asesina irrumpe de la nada en la madrugada y la vomita. A ella y a Ella. Esa voz indecorosa que dice “amar” extrañamente huyendo, y que se envalentona intoxicada en alcohol a las 2:54 de la mañana; es la voz de la desilusión. La voz de un SAPO Bufo, SAPO Corredor, SAPO Acre. Voz sin poema, híbrida. Esa voz que antes supiera al más dulce de todos los algodones, ahora tenía un aroma fétido, como el eructo de lo que es, UN SIMPLE SAPO, un SAPO más del estanque.
Ella escucha una vez el mensaje.
Ella lo escucha una segunda vez.
Una tercera vez ya no lo escucha.
Ya no hay tercera vez para esa voz.
Borrón. Borrón. Sí. Sí. Borrón y… ¿cuenta nueva? Atascada de vacío, Ella se sienta y escucha a Janis Joplin que entona Little Girl Blue:
Sit there count your fingers
Sit there, hmm, count your fingers.
What else, what else can you do?
Oh and I know how you feel,
I know you feel that you’re through.
But go on sit right back down, go on and count,
Count your fingers,
My unhappy, my unlucky, oh my little, little girl blue.
Sit there, go on and count those raindrops
Oh, feel ‘em falling down, all around you.
And all you ever had to count on,
All you ever gonna have to lean on
All you ever gonna need, dear, I wanna tell you right now
It’s gonna feel just like those raindrops do
When they’re falling down, honey, all around, all around
you, yeah.
You better try harder, man!
Y Ella tararea a la par: you better try harder man, you better try harder man.
Fin de la “indecorosa” anécdota.
Viernes
El amor en turno llega esperadamente a la villa después de una breve ausencia de dos virulentas semanas. Ella tiene una cita con el dermatólogo. El amor en turno la acompaña. Tras cuatro horas de espera en el consultorio, el doctor dice: “Mujer de Dios, te voy a dejar como nueva, de quince, estás en promoción”. Ella ríe a cántaros más no así el acompañante, a quien el comentario le cae como patada de burro en el hígado y eso que es un hippie “easy going”.
Sábado
Tras una casi inusitada desaparición del padre de los críos por más de tres días, Ella empieza a angustiarse. Lo llama a su casa, lo busca con sus amigos. Nadie sabe nada, se lo ha tragado la tierra. Cuentan algunas voces haberlo visto entrado en tragos en Profética hasta altas horas de la noche en días recientes. De pronto, él hace su intempestiva aparición en la villa. Y Ella que lo creía ya muerto. –Ponte a pensar y te enloquecerás– dicen los que saben. Él, muy quitado de la pena, le dice que deben hablar:
– Me voy de año sabático a Vermont. Antes de que te lo cuenten, y para evitar chismes, quiero que sepas que ya volví con mi ex y que estamos planeando irnos juntos de sabático. Te anticipo, me quiero llevar a los niños.
– Sobre mi cadáver –espeta Ella iracunda ante este pésimo desenlace de telenovela con guión hipergastado.
Domingo
El retorno a San Tafilito y a Monseñor Lexotán
Esa noche, Ella se pregunta incesante pero inútilmente cuál de las propuestas indecorosas recibidas esta semana es más insultante. Pero cae en cuenta que la vida es una caja de sorpresas y que más de ellas bien pueden aguardarle a cada paso, a la vuelta de la esquina, cuando menos las espera. ¡Carajo! por eso son sorpresas. La vida a veces es una perra que hinca sus dientes sin mirar a quien. Su búsqueda frenética por respuestas que la tranquilicen, así sea levemente, la llevan a considerar que respecto del decoro, hay de propuestas indecorosas a propuestas indecorosas. Y de forma aún más importante, Ella se da cuenta que el grado con que se clasifique la gravedad de una propuesta indecorosa está en el cerebro de quien la recibe. Así como la belleza reposa en el ojo que observa y no en el objeto mismo, la capacidad de sentirse insultada reposa en la mente de quien recibe las propuestas, no en las propuestas mismas. Esta revelación produce que Ella sonría por vez primera en una semana. Acto seguido, prepara su diluído de valeriana en agua y, tras beberlo con calma, sube a su habitación en punto de la 1:00 de la mañana y reposa en el colchón donde las sábanas parecen acariciarla hasta hacerle conciliar el sueño que, esta vez, llega a los pocos minutos. Pero la valeriana es débil ante los esperpentos que la acechan y a las 3:48 de la mañana ella está despierta y cavilando la huída. Aparece entonces en su buró como caído del cielo el magnánimo Monseñor Lexotán, y Ella se entrega toda, sin reservas al reverendísimo barbitúrico. Y despierta, sí, a las ocho horas hecha trizas y con un dolor galopante. Dolor de vida.
…¿A dónde habrá quedado esa voz? me pregunto. ¿Acaso existe?