I. El coleccionista de Jorge Luis
El escritor argentino Alejandro Vaccaro (Buenos Aires, 72 años), es titular de la Sociedad Argentina de Escritores y se ha convertido en uno de los grandes biógrafos y coleccionistas de Borges, con 30 mil piezas relacionadas con el autor de El Aleph. Hace unos días, entrevistado sobre las consecuencias de que María Kodama, la albacea de Borges, haya muerto sin haber redactado un testamento que preservara la adecuada conservación y difusión de su obra, dijo algo maravilloso, que explica y justifica esta nota.
Dice: “Para mí Borges es el lector más importante de la historia de la humanidad. Como escritor sin duda está entre los más grandes, pero como lector es insuperable.
Borges dejó escrito que entre las tres menos cuarto y las nueve había acometido la lectura de las 840 páginas de María de Jorge Isaacs. O sea, que el tipo se sentaba a las 1445 y hasta las nueve de la oche leía. No conozco a nadie más. A pesar de los cambios tecnológicos, los tiempos de lectura siguen siendo los mismos que en la Edad Media y la lectura es proporcional al tiempo que uno le dedica. Él dijo una vez: ‘que otros se jacten de las páginas que han escrito, yo me enorgullezco de las que he leído’. Él decía que la lectura es una cosa hedonista y no se puede imponer. Sería como decir que hay que ser feliz por obligacion. No se puede”.
II. Homero y Borges
Poco se sabe de Homero, lo que es seguro es que era ciego o se quedó ciego. Lo mismo le pasó a Borges. Leyó todo lo que pudo y luego el destino lo dejó sin ese placer infinito, de modo que contrató a lectores, como el muy joven y ahora estupendo escritor Alberto Manguel y como la propia María Kodama, que fue su alumna y luego su lectora.
No sólo es una paradoja ser un lector ciego. Borges fue director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Un bibliotecario invidente. Por eso, escribió:
“Nadie rebaje a lágrima o reproche / esta demostración de la infinita sabiduría de Dios / que con magnífica ironía / me dio a la vez los libros y la noche”.
III. La obra
Nació el 24 de agosto de 1899, así que este año se cumplirá el 124 aniversario de su nacimiento. Poeta ultraísta, casi adolescente viajó a Ginebra -donde decidiría morir, en 1986-. La aparición de su libro El aleph fue el iniciio de su consagración internacional. No ganó el Nobel -se dice- porque hizo comentarios torpes a favor de las dictaduras latinoamericanas. No se le pueden pedir peras al olmo: era un genio, pero también un “señorito” de clase pudiente, y sería absurdo exigirle sensibilidad social. Su imaginación no tenía límites, tenía toda la literatura en la cabeza, pero muchos temas de la vida le estuvieron vedados por decisión propia.
Borges escribió sobre Cervantes: “Contemplaría, hundido el sol / el ancho campo en que dura un resplandor de cobre; / se creía acabado, solo y pobre. / Sin saber de qué música era dueño, / atravesando el fondo de algún sueño, / por él ya andaban Don Quijote y Sancho”.
Y, en el “Poema de los dones”: “Por el arte de la amistad” y “Por el amor, que nos permite ver a los otros como los ve la divinidad”.
Borges es en sí mismo toda una literatura. Leer sus libros nos lleva a leer a sus autores favoritos: Chesterton, Shopenhauer, Berkeley, las sagas escandinavas, los autores argentinos que lo antecedieron.
Sin duda fue uno de los mejores escritores del siglo XX y quizá de toda la historia de la literatura. Me agrada pensar también, como señala Vaccaro, que fue el mejor lector que ha tenido la humanidad.