Lunes
Ese amor secreto actúa en maneras misteriosas. El anacoluto.
Ella sale de la universidad y cuando llega al estacionamiento encuentra en el parabrisas de su auto un sobre rotulado en el que se lee: “Para Ella una mujer endémica”. Ella abre el sobre y saca de éste una postal que dice “la soledad me ha enseñado que el tiempo me pertenece y que el silencio es sabio” además de un par de boletos para el concierto de Peter Gabriel en El Foro Sol en la sección platino. ¿Cómo sabe él que Ella idolatra a Peter Gabriel?.
Ella espera a que la semana vuele para que llegue el viernes del prometido concierto.
Martes
Llega a la villa ese amigo a quien recientemente Ella le quitara “Los silogismos de la amargura” y eso que él intentaba a toda costa protegerla a Ella, al menos por el momento, de este tipo de lecturas del autodenominado apátrida. Ella le invita un café Jamaican Blue Mountain. Él, seco como es, más seco que una estaca y no precisamente por su dromedaria actividad coital, comienza con sus habituales soliloquios:
–Mi matrimonio se convirtió en un juego de escondidas. Los dos decidimos jugar al juego de las escondidas, nos escondimos y ambos decidimos no buscarnos. Ahora todo pertenece al pasado. A ver qué sigue.
Ella sólo lo escucha, pues este amigo es terriblemente intolerante a que le lleven la contraria. Estragado que es, carece de eso que llaman encanto. Acaba de regresar a Puebla tras cuatro años de ostracismo voluntario en Huatulco, donde se dedicaba a la investigación académica en menesteres de la biología marina para cierta universidad de la zona.
–Qué sorpresa que estés aquí de regreso– refiere Ella.
–Decidí tirar por el retrete todo mi bagaje académico. Y además, no olvidé jalar la cadena. Ahora me retiro y busco retornar al origen trabajando la tierra en mis parcelas de Tonantzintla, me dedicaré a los cultivos hidropónicos de jitomates y lechugas.
–¡Vaya proyecto!
–¿Te sumas? –inquiere él.
Pausa, silencio.
–¿Otro cafecito? –pregunta Ella.
Fin de la conversación.
Miércoles
Sólo faltan dos días para el anhelado concierto. Ella cuenta las horas, los minutos, cada respiro que la vida le da lo contabiliza esperando el concierto de Peter Gabriel.
Una de las nanas de los críos le dice:
–Ay señorita ya debería usted conseguirse un novio, se le ve el ansia en el cuerpo.
Ella se queda para variar sin habla, y es que la nana Marthita se ha vuelto osada y también impetuosa en sus observaciones.
Ella adopta una perrita de las tantas de la calle que está amamantando a seis cachorritos. Es decir, le compra kilos de croquetas que deposita en manos de los vigilantes del fraccionamiento para que alimenten al animalito. Y es que Ella es frágil ante los animales de la calle. La quiebran invariablemente. Y esta perrita de mirada condenada a la tristeza, hija de la incertidumbre y la mala vida, la mira todas las mañanas cuando ella sale temprano a dejar a los críos al colegio, como implorando cualquier migaja de cualquier cosa.
Jueves
Desde que se mudó a la villa no cesan las visitas de los amigos, faunas disímiles y atribuladas en su mayoría que encuentran en ese espacio algún tipo de refugio, el lugar donde “nadie los juzgue”. Entran y salen ya sin siquiera anunciar su visita. Ella recibe la visita inesperada de aquel que fuera alguna vez su profesor en las aulas universitarias de materias de ciencias del lenguaje. Se trata del Doctor Aldegundo Allen-Sáenz de oficio hermenéutico fenomenológico, educado en la Universidad de Sydney Australia y que la soprende con su abrupta presencia.
–¿A qué se deberá la visita de Aldegundo, el nombre del anticoito?, – se pregunta Ella intrigada.
–Supe que te separaste– comenta Allen-Sáenz –el núcleo de nuestra problemática está constituido por la vivencia de la muerte en una situación vital. Expresado en forma más comprensible, el problema que nos ocupa, generalmente reprimido en la conciencia de quienes deben experimentarlo directamente, es la vivencia de la muerte en mi conciencia ocasionada por la separación, y, complementario a este, el problema que narcisistamente es más mortificante para quien lo sufre: la vivencia de mi muerte en la conciencia del otro– puntualiza.
Allen-Sáenz le recita de memoria a Igor Caruso y le sienta toda una cátedra sobre la catástrofe del yo y el tan ya “trillado duelo”.
–¿Qué me vas a decir tú que no esté viviendo yo en carne propia? –responde Ella aturdida ante tanta perorata fenomenológica.
–Bien lo sabes –espeta el teórico del lenguaje– yo soy clasista, elitista y aristocratizante y siempre poso mi mirada en alguien que tenga, antes que nada, estas mismas características. Haz lo mismo. El resultado es infalible, una relación de tú a tú, de yo a yo. Horizontal y biunívoca. Una retroalimentación e hiperbolización del ego, ampliamente satisfactoria.
Antes de irse, quisquilloso y opinado que es el hermeneuta hace una crítica implacable a las puertas debatientes de la cocina de la villa:
–Parecen de cantina de 5ta. queridita, ¿qué le está pasando a tu buen gusto?– finaliza.
Viernes
Suena el teléfono y es Sonia, su “amiga macho” del D. F. Con esa característica voz de una noche de rumba y muchas copas le expresa a Ella:
–Estoy crudísima, no voy a poder llegar al concierto. Ayer estuve en una fiesta con unos amigos libaneses. Conocí a uno cuatro años menor que yo, divorciado, me lo cogí por todos lados, no hubo orificio que no fuera penetrado en el acto. Al final cuando vino a dejarme a mi depa le dije: “gracias por todo Santi”. –Rodri– me corrigió él.
¡¡¡Hazme el favor!!!
–No te mortifiques es un debraye tan común como cualquier otro –responde Ella.
–El caso es que quiero presentártelo, es divertidísimo y me late para ti, está guapérrimo y super potentado.
–Gracias, no– afirma Ella contundente.
Tras pronunciar estas precisas palabras Ella repara que está optando por la “fidelidad” a su amor secreto. Y se asusta ante ese pronto retorno al hábito de la autocastración.
El concierto.
Superior a cualquier expectativa. Y eso que Ella había visto al maestro Peter Gabriel 15 años atrás cuando vino con Sinnead O’ Connor al palacio de los Deportes. Supremo. Arte depurado. En un español claro Peter Gabriel pregunta antes de entonar Signal to noise: “¿cómo podemos distinguir entre lo importante y lo insignificante?”. Ella baila, baila y baila. Eufórica y disfórica, ciclotímica, bipolar, también llora, llora y llora cuando escucha In your eyes. Ese amor secreto que la acompaña no cesa de mirarla. Adusto que es sólo la atisba, no la interpreta ni la intuye. La repasa con sus ojos. Eso y sólo eso.
Sábado
Ese amor secreto decide, una vez que han regresado del concierto, pernoctar con Ella en la villa. Cuando llegan le obsequia dos libros: “El libro de la alcoba”, editado y prologado por Charles Fowkes, que trata de una recreación ilustrada de la erótica oriental. Y “El jardín perfumado”, obra clásica de la erotología árabe. Él se dispone a contarle la historia de Mosailama y del poder de las fragancias que desfallecen a las profetisas, las aturden, les roban la voluntad y las esclavizan ante el deseo.
-Ábrete para mí –le insta entonces a Ella.
Celeste entona “Love is back”:
Love is back
Love is back
Love is back
Love is back
For a moment, there it goes
Turn around, next thing you know
Love is back.
Y así despacitooooo, la noche fluye, fluyeeee en aromas, en hogueras. Él la parte en dos, en tres, en cinco a Ella y a la noche. La mañana siguiente antes de partir de la villa él le deja un mensaje escrito: “un hombre debe ser esclavo de su palabra”. Cuando Ella despierta lee el mensaje y piensa que este amor secreto y abundante delira en el misterio. El se ha ido y Ella no ha alcanzado a poner en el bolsillo del pantalón de él un poema: