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jueves, noviembre 21, 2024

La Amante Poblana 55

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Capítulo 55

El complot

 

Fernando llegó directo a colapsarse sobre el sillón de la sala. Lupe no tuvo de otra más que saludar a su nuera de mala gana. Senderos recorría el lugar, observado las obras colgadas de los muros. Reme observaba la escena con ganas de meterse a participar.  

–¡Ay, mi patrón, me ganó usted! Voy corriendo para la carnicería a comprar la carne para sus albóndigas. Supongo que viene muerto de hambre.  

Reme, Reme… ni te molestes, tengo un nudo en el estómago. No creo comer nada por ahora.  

Ay, cómo va a ser si…  

–¡Remedios, ya oíste!, no le insistas. Ofrécele algo de tomar al licenciado.  

–Sí, sí. Licenciado…  

–Regálame agua mineral, por favor, reina.  

–Manuel, ¡vamos a tomar una copa! Hay mucho qué hablar. Pero mejor en el estudio.  

–¡No mi señor! Ahí no se a va a poder.  

–¿Por qué no, Reme? 

–Es que hace ratito se acaba de ir el fumigador, me encontré tres ratones ayer que entré a limpiar y mi patrona mandó a llamarlo. Yo le dije que podía matarlos a escobazos, pero no quiso, le dio asco.  

–Sí, Remedios, en qué cabeza cabe. Ya oíste, Fernando, no vas a poder entrar ahí hasta mañana.  

–Pues ya qué. Reme, trae una botella de whisky y hielos. Anais, hija, ¿qué te tomas?  

–Igual, don Fer.  

–¿Ya dejaste tu dieta de alcohol? 

–No, doña Lupe, nunca estuve a dieta de alcohol. ¿Y usted? 

Hmmm. A ver, ¡ya, coño!, basta de poses. Ésta no es una reunión social, sabemos perfectamente que ni esta señora me soporta ni yo a ella, ¿cierto Anais? 

–Así es, y sé que está incomodísima con mi presencia. 

Ajá, que alguien me explique qué hace acá Anais. ¿Senderos? 

–Fernando me pidió que la trajera conmigo.  

Reme llegó con la charola, sirvió los cuatro vasos de whisky y se los repartió a cada uno.  

–Ya te puedes retirar, mija. Dijo Fernando.  

–¿Y bien? 

–Empezando porque ni siquiera me has preguntado cómo estoy, cómo me fue.  

–Sé cómo te fue. La cárcel no es una fiesta, obviamente. Manuel, me puedes decir en qué quedaste con Ruy. ¿Cómo van a ser los pagos? 

–Fácil, Lupe. Como la deuda es muy grande, le van a dar esta casa y el departamento de Acapulco.  

–Están locos si creen que yo me salgo de acá. Te lo dije, Manuel, primero me matan. Porque… 

–¡Ya, carajo, Guadalupe!, gritó Fernando con un valor inédito. Es que no te estoy preguntando si quieres o no. Así va a ser y se acabó. No hay manera. Ya no la hay. Tenemos el tiempo encima.  

–¡Lo tendrás tú, querido! Porque yo estoy perfectamente sana. Qué poco tacto has tenido al no decirme lo de tu enfermedad, si hasta ella lo sabía.  

–Señora, con todo respeto, ya basta de ponerse sus moños. Su hijo se murió detestándola, ¿sabía? Porque estaba enterado de las imprudencias que usted cometió. Fernando trató de ayudarla y usted se negó, y siguió y siguió con su voracidad. El resultado es éste: perdió la casa. No hay más.  

–Pues no firmo. Senderos, ¿sabes que las propiedades están a mi nombre? Yo no sé cómo le piensan hacer para obligarme. Y mis hijos van a estar de acuerdo.  

–Mujer, a esos muchachos les importa un comino lo que pase con esta casa. Ellos quieren dinero, y no lo van a tener porque ya no hay. Su madre se encargó de dejarlos sin patrimonio, con ayuda mía, eso ni negarlo.  

–Vende las obras de arte, los carros, tus relojes.  

–¿Senderos? Explícale, por favor. 

–Lupe, estos cuadros no se pueden vender más a que a coyotes. Si sacas ese cacho de retablo que tienes ahí, el compañero regresa a la cárcel. Son obras robadas de las iglesias. Preciosas, por cierto. Pero sólo se las podrían comprar coleccionistas y los van a agarrar hambreados. ¡La peor decisión! Aparte estamos hablando de muchísima lana. Ni dejando encuerado a Fernando lo pagan. No hay más, se tiene que hacer la operación y debe ser ya.  

Ajá, y tiene que estar acá presente Anais para hacer más grande la humillación. Discúlpenme los dos por las palabrotas, pero no tienen madre.  

–No se disculpe, doña Lupe. Lo que pasa es que tengo que estar presente porque el trato que Manuel les ofrece a ustedes es que se vayan a mi departamento. ¡Ganó! ¿es lo que quería, ¿no? Es suyo… por ahora. 

Ja, qué broma es ésta. Ahora resulta que me estás haciendo el favor. ¿Y así como así? ¿Crees que soy estúpida? No hay trato. Yo no regalo mi casa.  

–No la va a regalar, señora, usted se empeñó en perderla.  

–Fernando, ¿podríamos tratar este asunto sin visitas? ¡Remedios! 

–Sí señora. 

–Sírveme otro trago y tráeme mi pastillero.  

–Ya está decidido, Lupe. El viernes vamos con el notario con Ruy.  

–Pues no voy. Yo conseguiré el dinero.  

–Lupe, con todo respeto, estás viendo la tormenta y no te hincas; de dónde vas a sacar esa cantidad. Nadie le presta a alguien que ya pisó el bote por deudor. 

–A ver, Manuel, el que se fue al bote, como dices, es acá el señor, no yo. Yo sí tengo amigas.  

–Sé sensata, Lupe. Todo Puebla sabe que eres una máquina de gastar. Y las amigas desaparecen en cuanto les hablas de préstamos. ¿En qué mundo vives, Lupe querida? 

–No soy tu querida, Manuel. No me soportas. Jamás nos topamos. No sabes nada de mí.  

–Sí, sí, yo soy de baaarrrrio, Lupe. Es lo que quieres decir; que soy un indio, un prieto; eso ya lo sabemos. Pero a quienes deberías conocer mejor son a tus amigochas. Esas señoras y sus maridos mierdas ya te abandonaron desde antes de que tú levantes el teléfono para pedirles un favorcito.  

–Bueno, ya. La cosa va a ser así: Ruy se queda con esta casa y Acapulco, y nosotros nos vamos al departamento de Fernandito y Anais.  

–¿Y a dónde te vas a ir tú? ¿Ya lo vas a soltar, así como así? Si es lo único que tienes.  

–Usted no se preocupe por eso, ¿acaso le importa a dónde me voy? 

–No, pero quiero saber cuál es el gato encerrado. Si los tres ya complotaron contra mí, quiero estar al tanto de cuáles fueron las condiciones del trato.  

–Quédese con la duda, señora.  

Ahhhhh, claro, seguro que el buen samaritano de Manuel Senderos te va a recoger en su casa. O te va a poner un nuevo departamento. ¿Una casa chica? 

–Se muere de curiosidad, ¿verdad?  

–Anais, hija. Ya. No le des cuerda esta señora. Créeme que para mí es más duro.  

–¡Que no, y no, y no! ¡A mí me dicen qué está pasando o no me sacan de acá! 

Ah, mire, ya va cediendo la señora.  

–¡Anais… por favor! Mira gorda, no voy a discutir. Yo ya llegué a un arreglo con Manuel y Anais. Te enterarás a su debido tiempo. Lo que urge ahora es la escritura de Acapulco. Voy al estudio por ella.  

–¡Que no!, no escuchaste que hay veneno de ratas ahí. 

–Por Dios, sólo voy a entrar un segundo.  

Ashhhh. A ver, a ver, dame la llave de la caja, voy yo.  

–No, no. Yo puedo.  

–Te acompaño entonces.  

La pareja se alejó rápidamente. Fernando iba adelante y Lupe atrás, como un poodle ansioso en dar la mordida. En lo que entraban, la mujer iba rezongando a susurros “dime qué carajos está pasando”, “me lo dices ya”.  

Por primera vez, Fernando no cayó en provocaciones.  

Abrió la puerta del estudio y no captó ningún olor atípico.  

–Acá no huele a fumigación.  

–Es un nuevo producto inodoro, pero eso no quiere decir que no joda los pulmones… por cierto, ya me piensas decir en dónde tienes el cáncer.  

–Hablamos de eso cuando se vayan. 

–No tienes perdón, Fernando. Mira que ponerme en manos de esos pervertidos. Estás mal de la cabeza, eres peor que ellos.  

–¡Ya, por favor! Estos días preso me hicieron reflexionar mucho sobre nuestra situación y no estoy dispuesto a pasar mis últimos días haciendo caso de tus pendejadas.  

–¡Guau! Tres días de juntarte con Manuel Senderos y ya se te pegó lo corriente.  

Fernando sacó el llavero de su bolsillo del pantalón y abrió la caja. Lupe se elevó de puntas para ver y casi se va de bruces sobre él.  

Sacó las escrituras de ambas propiedades y, con la mirada aguzada, Lupe vio un sobre abierto sostenido oblicuamente al fondo.  

Eran las fotos que tanto había buscado.  

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