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jueves, noviembre 21, 2024

La Amante Poblana 45

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Capítulo 45

Por culpa de la Guadalupe

 

Don Fernando llegó al MP a las seis de la tarde. Los oficiales que lo trasladaron tuvieron la delicadeza de no sacarlo esposado, dadas las recomendaciones de Senderos; aun así, el señor se sentía absolutamente humillado.  

La reunión en la que estaba era precisamente para comentarles a sus amigos que tenía serios problemas financieros, que se habían exponenciado con la muerte de su hijo.  

Fernando Jr. tenía conocimiento de la deuda que fue creciendo sin parar.  

El ritmo de vida que se quería dar Lupe ya no correspondía con las entradas de su esposo, sin embargo, para ella era un asunto de vital importancia seguir aparentando que su posición era boyante.  

Meses antes de la muerte del hijo, Fernando le sugirió a su mujer que vendieran la casa donde vivían y se fueran a un lugar más pequeño para así poder liquidar parte de la deuda con Ruy Castro, conocido usurero poblano que aprovechaba la desgracia ajena para enriquecerse descaradamente. 

Sus tratos eran leoninos, impagabables, con un interés de locura, sin embargo, dado que Fernano Amaro ya no era sujeto de crédito con ningún banco por sus errores del pasado, tuvo que recurrir a Castro, empujado, obviamente, por su mujer.  

Antes de que su hijo muriera, él le había ofrecido a su padre pagar parte de la deuda con la condición de que la casa de Las Fuentes fuese para él y para Anais. Fernando estuvo de acuerdo; la que pegó el grito y se negó fue Lupe, ya que esa casa sería la herencia de sus tres hijos y no sólo de Fernando, y claro, le molestaba sobre manera imaginar que de un momento a otro cambiaran los papeles y Anais terminaría siendo la señora de esa casa que tanto le gustaba.  

Al final, la muerte de Fernando vino a complicar las cosas, pues los otros dos hijos eran unos buenos para nada que vivían a las costillas de sus respectivos suegros. 

Pero el asunto llegó a niveles insostenibles por culpa de Guadalupe.  

La señora no podía concebir que se tuviera que abstener de sus dos viajes a Europa por año, pues ya era tradición que se fuera con su club de baraja durante parte del verano a vacacionar sin tope de dinero; y, por otro lado, el segundo viaje anual, que hacían días previos a Navidad, era una manda impuesta por ella para poder llegar a las fiestas cargada de los mejores vestidos y bolsas italianas. Un despropóspito dada la emergencia en la que se encontraban.  

Cuando Senderos llegó a la oficina de Concha, pidió hablar con él para tener más claro el asunto.  

–Mi lic, pásale por acá. ¿Qué onda contigo? Hace unas semanas llegaste con la viuda del hijo de este sátrapa, luego con el doctorcillo y ahora vienes a defenderlo a él. Ya no entiendo nada.  

–A ver, Concha. Esto es un caso excepcional: no tiene nada que ver con el tema del muerto ni con el litigio que estoy llevándole a Anais. En el primer caso, mi clienta está absolutamente exenta de culpas; al marido se lo llevó la chingada por pendejo; tú sabes bien que eso fue un ajuste de cuentas con los narquillos. Y lo del pleito que le llevo es porque la esposa de ese pobre vejete que tienes ahí encerrado es una arpía que quiere despojar a la nuera porque ya no sabe cómo dárselas de ricachona. Ahora tengo más claro por qué a huevo quiere quedarse con el departamento. Fernando le debe hasta las nalgas a Ruy Castro, ya sabes quién es, ese abogadillo palurdo que jamás ejerció y que se volvió agiotista con la herencia que le dejó su padre. ¿Me cachas 

–Sí, perfectamente. Un chisme de lavadero. Pero qué haces tú metiendo las manos por este canijo. ¿Lo sabe la nuera? 

–Yo no iba a ser su abogado. Cabrón, este pobre no tiene ni para envenenarse. Lo que pasa es que precisamente estaba comiendo con su nuera en un restaurante en donde nos lo encontramos; fue ahí en donde lo pepenaron los judiciales, enfrente de nosotros. Y ni modo que lo dejara ahí botado y con el ridículo a cuestas. Esta gente vive de lo que aparenta ser. Si se lo hubieran sacado esposado no llega acá vivo. Le da un tramafax sólo por la humillación. ¿Me captas?  

–¿Tons qué? La orden viene de muy alto, al parecer el pillo de Castro tiene una vara alta con alguien de mucho nivel. Además, el ciudadano ya había sido notificado tres o cuatro veces para que se presentara, y le valió verga. Esos ricardillos de alcurnia creen que siempre van a salir impunes. Se ve que el Castro ya estaba hasta la madre de esperar su jarabe y fue con alguien de arriba para que, además, lo arrestaran en un lugar público.  

–La imputación es por fraude, según me dijo Lucas.  

–Es correcto, Manuel. El tal Ruy Castro es muy hábil para hacer caer en desgracia a los incautos que le llegan a pedir varo. Ya sabes que en este país te pueden inventar cualquier delito con un poco de poder y buenos conectes.  

–¿Cuánto debe? 

Uta, con interés sobre interés y quién sabe qué otras cosas más, el monto asciende a un kilo de los verdes.  

–¿Cuál es el monto de la fianza? 

–Aún no me lo estipulan arriba, y no creo que lo suelten así como así.  

–Me lleva la chingada. Pues mira, ya moví a mi gente para que mañana temprano metan el amparo.  

–Eres chingón en eso, Senderos. Seguro lo ganas, pero de que le tiene que pagar ya al tal Ruy, debe hacerlo. Que venda sus chuchulucos, sus naves, sus casas o a su vieja.  

–Ese es el problema, Concha. La esposa es la culpable de que tenga el agua en el cuello. No quiere soltar la casa, pero no dudo que ya esté embargada. ¿Quién es el abogado de Ruy? 

–Uno de sus yugurines. Ves que ese carnal toma Coca con popote. 

–Voy a tener que contactarlo para llegar a un acuerdo.  

Ay, Manuel, tú ya no estás para meterte en estos líos. Esta gente no te va a pagar. 

–Es un tema moral, Concha. Es un favor que le estoy haciendo a la señora Anais. Porque quiere al viejo. 

Ora, pues sí son los que se la piensan joder.  

–Y no van a poder, y lo sabes. A mí me la pela la señora Lupe, sin embargo, me acabo de enterar de que Fernando está a punto de entregar el equipo. Tienes a un enfermo casi terminal ahí guardado.  

Mmmta madre. No, pus chingones tus clientes.  

–Trátamelo bien, por favor. No me lo vayas a poner con el malandrinaje. Mañana regreso, y mientras voy a buscar a Castro para ver cómo lo podemos arreglar.  

–Dale pues. Ahora resulta que eres la Madre Teresa, che Senderos.  

–Lo dirás de broma, Concha, pero tú más que nadie has sido testigo de a cuántos he salvado del bote sin cobrarles un peso.  

–Que se me hace…. 

–Qué, de qué. 

–Que andas ahí con la nuera. Con la viudita negra.  

–A ver, hijo de la chingada, lo que haga o deje hacer con o sin ella es mi pedo. Tú mejor acicálate ese pinche traje brilloso que ya se para solo y pon a Amaro bajo buen resguardo.  

Ta bien, carnalito. No te exaltes. Nadie te quiere ver aventando archiveros por acá.  

–Bueno, entonces no hagas preguntas pendejas.  

Manuel pasó a ver a Fernando. Le dijo que estuviera tranquilo, que tratara de descansar.  

–Mira, Manuel. Si tengo que quedarme aquí, ya qué más da. No le voy a poder pagar a Ruy ni volviendo a nacer. Pero te agradezco.  

–Tranquilízate. Te voy a sacar. Lo que sí necesito son los papeles que le firmaste a Castro. Lo que le pusiste en garantía. Y ni modo, tendré que ver a Lupe para ello.  

Pfff. Esa mujer no te puede ver ni en pintura. La conoces.  

–La conozco, Fercho, y por eso mismo, no es que te quiera yo joder más, pero cómo carajos le permitiste seguir con su juego. Se cree la duquesa de Alba. No tiene opción.  

–Va querer llamarle a su abogado.  

–¿Y qué tú no tienes huevos o qué? Dime de una vez si quieres que te saque o te vas a acojonar frente a tu vieja y a permitir que te defienda ese papanatas que siempre me ha pelado el chile.  

Ja… ay, Manuel, eres el mismo de la preparatoria.  

–Sí, cabrón, yo no he cambiado. Sigo siendo el mismo rasposo de siempre, pero soy el único que te va sacar de acá. Claro que Lupe te va a querer imponer al pendejete de Soto, ¿lo vas a permitir? Para que de una vez te vayan preparando tu celda en San Miguel.  

–Está bien, Manuel. Busca a Castro y ve a ver a Lupe. Dile que yo te busqué. Sólo no le cuentes que me agarraron en el restaurante, y menos que Anais estuvo ahí viendo. Se va a morir de la vergüenza.  

–Pena le debería de dar a ella haberte arrastrado a esto. Porque todos sabemos cómo se la gasta. Pero bueno, así la has soportado y ahí sí que nadie se debe meter. Te veo mañana.  

Manuel salió del MP rumbo al departamento de Anais.  

Era un adicto al trabajo y a las emociones fuertes, por lo tanto, la combinación de ambas más el recuerdo de lo sucedido horas antes en el baño del restaurante, catalizó su energía.  

Tomó el teléfono y le marcó. 

–Reina, voy para allá. ¿Ya tiraste a la basura esos horribles pantalones?  

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