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jueves, noviembre 21, 2024

La Amante Poblana 35

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Capítulo 35 

 

Empate técnico 

 

Antes llegar a la casa de La Chata Riviera, Lupe pasó por un encargo de dulces que mandó a hacer la tarde anterior con una señora libanesa que se dedicaba a vender comida árabe. Esa misma señora, Norma Ramé, leía el café turco en sus ratos de ocio.  

Como traía prisa porque la jugada de barajas comenzaba a las seis, y ya eran seis con diez, Lupe sólo tomó el platón de dulces y le pidió que el siguiente jueves, sin falta, la anotara en su lista para la lectura.  

Subió a la parte trasera de su auto. Llevaba chofer, aunque a ella le gustaba siempre conducir para ir cometiendo arbitrariedades y desquitarse con todo aquel que se cruzara en su camino.  

La instrucción de que la llevara un conductor era de Fernando, pues sabía muy bien que cada vez que iba a la baraja, Lupe y sus amigas empinaban el codo y salían tambaleándose a altas horas de la noche.  

Todavía sentía un poco de nervios por la pregunta que la había hecho su esposo sobre los viajes a La Vegas con Narda. ¿Sospecharía que a esos viajes iba Juancho? ¿Por qué después de tantos años le tiraba indirectas? ¿Sería probable que Fernando aún tuviera contacto con Narda y ella le hubiera contado la verdad? 

Sobre ese tema tenía que indagar con una tercera persona que supo lo de su desliz. Tina Valdelamar, que a causa de una embolia ya no salía de casa.  

Sacó su celular del bolso y le marcó.  

–Tina, querida, ¿cómo estas? Habla Lupe.  

–¡Claro que sé quién eres! Condenada, me tienes perfectamente abandonada. Desde que me pasó lo que me pasó ya nadie me busca. Hoy es jueves de jugada, ya deberías estar ahí.  

–Ya voy para allá. Y sí, tienes toda la razón, he sido una ingrata, pero te prometo que te iré a visitar pronto. Sabes que he estado muy mal, te enteraste del fallecimiento de mi hijo, ¿verdad?  

–Sí, te estuve marcando y nada. No sabes cuánto lo siento, Pipis querida. Debe ser un dolor indecible. Con el que sí hablé fue con Fernando, ¿no te dijo? 

–Para nada. Sinvergüenza, siempre se guarda los recados. Pues sí, Tinita chula, no sabes lo complicado que ha sido reponerme de esto. No lo voy a lograr jamás, sin embargo, tengo que hallar fuerzas y resignación. Hoy es el primer día que hago mi vida normal. Extraño tanto a mi hijito.  

–Yo sé, Pipis. Me lo imagino, más bien. Compadezco mucho a las madres que pierden a sus hijos. Te abrazo mucho mucho. Y cuéntame, ¿a qué debo tu llamada? 

Ehhh, pues para saludarte, mujer. He pensado mucho en ti durante estos días que la depresión me ha condenado a no levantarme de la cama.  

–Tienes que salir poco a poco. Y aprovechar y ser agradecida de que tienes salud y distraerte. Mírame a mí. La embolia me dejó hecha una inútil, no tengo fuerza en la mitad del cuerpo, es una desgracia. A veces ya quisiera que Dios me lleve, pero pienso en Rogelio, ¿qué haría sin mí ese pobre hombre? Siempre ha sido tan dependiente, y desde que se retiró no hace otra cosa más que estar pegado a mí. Si hay alguien a quien le dé miedo que yo estire la pata es a él.  

–Claro. Entiendo. Oye, querida, te llamo por un tema delicado que no me gusta traer al presente.  

–Dime. 

–Fíjate que hace rato estaba viendo un viejo álbum de fotos y salió ahí una en donde estábamos Narda Velázquez y yo en Las Vegas. No quiero abundar en el tema. Tú eres la única, además de Narda, que sabía quién más iba a esos viajes. Ay, me da tanta pena, caray… Bueno, el caso es que Fernando entró al cuarto cuando tenía el álbum en las manos y vio la foto. Discutimos un poco porque, no sabes… apenas me volví a topar con Narda en casa de mi exnuera, Anais. Son vecinas y llevan una amistad muy, pero muy cercana, cosa que, por supuesto, me pone los pelos de punta. Narda se puede ir de boca muy fácilmente. El caso es que Fernando hoy me dejó entrever que tenía dudas acerca de esos viajes. Me preguntó que quién más nos acompañaba, y qué quién tomaba las fotos. Yo me hice la loca y me fui para no darle importancia, pero me quedé inquieta.  

Ajá, debe ser. Mira, Pipis, el pasado ya fue. Y por mi parte sabes que no vi ni sé nada.  

–Lo sé, coño. Sé que eres incapaz de cometer una indiscreción. Ha pasado demasiado tiempo y no sabes cómo me pesa haberle jugado al héroe. Si apenas en el funeral de Fernandito fue Juancho y me quería morir de verlos de nuevo juntos.  

–¿Cómo está? ¿Qué fue de él? 

–No lo sé. No tuve ánimos ni de saludarlo. Se acercó a darme el pésame, pero yo no estaba en mis cabales. N lo vi bien. No te puedo decir si está decrépito o sigue guapo, la verdad.  

–Bien. Entonces Fernando empezó a cuestionarte. ¿Qué piensas? 

–Lo que creo, y no se me quita de la cabeza, es que Narda le dijo algo. No sé si apenas o cuando andaban.  

Ay, no creo, Lupe. Narda podrá ser lo que quieras, pero nunca una soplona.  

–¿Aunque me deteste? 

–Aunque te vomite, chula. No. Te lo digo yo, que la conozco mejor que tú.  

–¿Seguiste viéndola? 

–Sí, ya no tanto como antes, pero a veces me llama, muy atenta, para saber cómo estoy. 

–Me estás echando en cara que yo no te hablo… 

–Para nada. Sólo te lo comento.  

–¿Y no se volvió a tocar el tema? 

–No, en absoluto. A ver, amiga, te voy a decir una cosa que espero que no te ofenda: la única que siguió atacando fuiste tú.  

–¡Y qué querías! Se metió con mi marido.  

–Eso no lo discuto. Se vio tremendamente baja, sin embargo, y te lo dije cuando pasó, que tú fueras con la esposa de Juancho para quemar en leña verde a quien te ayudaba en tus escapadas, y nunca te delató pese el escándalo que armaste, fue una canallada. Te lo digo porque sabes cuánto te quiero.  

–Ella traía ventaja porque me tenía agarrada de los cojones (si tuviera cojones) al saber la verdad. Ella se aprovechó para dar el zarpazo.  

–Lupe, Lupe… pasó hace casi veinte años. ¿En serio sigues alimentando ese odio? Piensa de qué te ha servido. Ya ves qué frágil es la vida, veme a mí, ve lo que le pasó a Fernandito… perdona, sigue adelante y vive bien el tiempo que te queda.  

–Siempre estuviste del lado de esa urraca.  

–No, y lo sabes. ¿Vas a pelear? 

–Discúlpame. Me pasé un poco. Lo que necesito es que me hagas un favor: investiga con Narda si en sus acostones le comentó algo a Fernando.  

–Lo haré. Ahora bien, sé sensata, si sí se lo dijo y no te reclamó en su momento, qué más te da. Fernando no es un hombre de guerra. Si se enteró, se hizo pendejo. Qué suerte. Ya, saliste impune. Los dos salieron impunes más bien.  

–Discúlpame, pero yo no lo veo así. En fin, te encargo mucho eso, porque me conozco y no voy a tener paz hasta saber.  

–Yo le pregunto.  

–Y no vuelvas a decir que salí impune como si hubiera cometido un crimen.  

–Lupe… para ti eso es un crimen, ¡en los otros, claro! Recuerda que el que las hace no las consiente.  

–Calla. No digas eso.  

–Digamos que igualaron los tantos. No se deben nada. Olvídalo y ya.  

–No lo voy a olvidar… Tina, llegué a casa de Paula. Márcame en cuanto sepas, ¿sí? 

–Mejor ven a verme, condenada.  

–Iré. Pero antes tengo muchas cosas qué hacer.  

–¿Cómo qué? 

–Como poner en su lugar a la golfilla de Anais.  

–Ahí vas de nuevo. ¿Qué no te estás oyendo? ¿No acabas de entender las cosas? 

–¿De qué hablas? 

–Lupe: si tu nuera hizo y tornó con otro hombre, como me has contado, y si Fer no sufrió por ello, ¡a ti qué más te da! 

–Cómo que qué mas. Era mi hijo, lo engañaba.  

–¿Y tú, chula? Cuidado: que tengas amnesia selectiva no quiere decir que no hayas hecho exactamente lo mismo por lo que ahora está a punto de crucificar a Anais.  

–No es lo mismo.  

–No, fue mucho peor: porque Anais se metió con un extraño y tú le diste la puñalada trapera a Fernando con el que él creía que era su mejor amigo. Ojo ahí, Lupe. Porque si Narda abre la boca y le cuenta todo a Anais, y si la atacas como piensas hacerlo, te puedes dar un balazo en el pie.  

Mmm. Te llamo. Besos.  

Lupe salió furiosa del carro. Tomó la charola de dulces y tocó el timbre de casa de Paula. Iba dispuesta a despotricar sobre Anais e investigar todo sobre Senderos pese a las advertencias de Tina.  

¡Estúpida! Se cree con autoridad moral de sermonearme cuando si alguien le sabe sus pecados soy yo. Como si no me hubiera enterado de las visiones que hacían Narda, ella y el parásito de su marido. No puede mover la mitad del cuerpo por borracha, musitó mientras se acomodaba el cabello y le abrían la puerta.  

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