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jueves, noviembre 21, 2024

La Amante Poblana 27

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Capítulo 27

Alas de mosca

 

El recuerdo del último acostón con Pedro la asaltaba cuando buscaba en sus cajones unas medias negras ultra transparentes.

Anais creía firmemente que la lencería era un arma poderosa.

Para la cena con Narda y Senderos optó por un vestido corto negro de manga larga y cuello alto. Su abuela siempre le decía: si vas a enseñar abajo no enseñes arriba, y viceversa.

Se recogió el cabello en una coleta alta que la hiciera ver más estilizada. Era la primera vez desde que su vida se volteó de cabeza que sentía esa agitación al vestirse.

Lo de Pedro le pareció absolutamente intrascendente. Sólo tenía en mente el final de la escena: cuando echada sobre su abdomen, de la nada se le vino la mirada zarca de Senderos como un rayo fulminante.

En esas estaba, acomodándose la media y escogiendo unas zapatillas, cuando sonó el timbre.

Es Narda, musitó, creyendo que, ansiosa como era, seguramente había bajado para tomarse un primer tequilita antes de que llegara su invitado.

Al momento de abrir la puerta, con la cabeza volteada hacia sus pies, pues sintió que la media se le había corrido del talón, dijo en voz alta: qué bueno que llegas, querida, no sabes lo nerviosa que de pronto me puse.

 

Sin embargo, al volver la vista hacia adelante, recibió una desagradable sorpresa.

 

–¿Nerviosa de qué? Claro que debes estar nerviosa porque ni con tus artilugios vas a poder salirte con la tuya.

 

Doña Lupe entró como torbellino sin pedir permiso y se instaló de inmediato en la barra de la cocina.

 

–Vaya, veo que tendrás gran fiesta. ¿Qué celebramos? Ah, que tu marido ya no es un estorbo, ¿no?

–Mire, doña Lupe, no estoy para sus ironías. Como verá estoy muy apurada porque voy a tener unas visitas, entonces dígame qué necesita.

–Mmmm, tequila, champaña, vino… Quesos, jabuguito, angulas… ¡Se te ve triste! ¡Y pobre!

–Entonces…

–Nada, pasaba por aquí porque vengo de regreso de ver a mi abogado.

–Ajá, ¿y? ¿Qué quiere que haga?

–Naada. Vine a recoger el otro carro que dejó Fernando, el que está ahí abajo. ¿La llave?

–¿En verdad a eso vino?

–Sí, sí. Mi chofer se lo va a llevar.

–Mire, como quiera. Ahí está la llave. ¿Algo más?

–Uy, te urge despacharme… ¿pues quién viene?

–No quiere saber.

–Sí quiero. Me interesa saber a quién metes a la casa de mi hijo.

–A mis amigos. Y los meto porque es mi casa, así que, si eso era todo, le agradeceré que se te retire.

–¡Medias de liga! Uy, uy , uy. Una no se viste así para una jugar cartas, ¿o sí?

–No juego. No soy tan ociosa.

–¿Me estás diciendo ociosa?

–Si le quedó el saco.

–Muy contestataria la señora… En serio, las medias ya no se usan. Sólo las usan las secretarias que andan coqueteando con el jefe.

–Puede ser que no se usen. A mí me gustan. A usted le gustaba también, ¿no? En sus tiempos eran básicas.

–Sí, sí. Y en los de mi madre, color alas de mosca, por cierto, pero eran para lo que están hechas: para evitar el frío. No para mandar mensajes eróticos.

–¿Está segura?

–Claro. ¿Por qué?

–Ah, mire… volteé, mi invitada nos puede decir mejor que nadie para qué se usaban las medias.

 

Narda entró a cuadro con una botella de mezcal y unas flores.

 

–¡Ja!, Ya se me olvidaba que vivía aquí esta mujer. Me retiro.

–Lupe, ¡caray!, por qué te vas tan pronto. Oí que algo tenía que aclarar, Anita…

–Sí, sí. Mi suegra está…

–Ex suegra.

–Okey, mi ex suegra dice mis medias son para mandar mensajes eróticos. Y le estaba recordando que en sus tiempos, al menos veo eso en todos los álbumes, ella no se las quitaba.

–¡Claro que nos las quitábamos!, ¿ya no te acuerdas, Lupe?

–Ay ay ay.. la vulgaridad andando. Me voy.

 

Lupe dio tres pasos, pero Narda se le puso enfrente.

 

–Lupe, no seas mala, ¿me ayudas con las flores? Se me están cayendo.

 

Lupe se las arrebató de las manos y las aventó rápidamente sobre la barra.

 

–Nos vemos con mi abogado, Anais.

–No se vaya todavía, nos estaba diciendo Narda algo importante sobre el uso de las medias.

–¡Ay, sí, Lupe! No seas aburrida. ¿Qué le ves de malo a mi muchachita? Se le ven divinas. A ti se te veían mejor, eso sí. Sobre todo, cuando llegabas a mi casa a pedirme otro par nuevo porque ya te las había rasgado un gato, ¿no? ¿Juancho se llamaba? ¡Ah no, ese era mi gato!, ¿verdad?

–Eres un asco de persona, Narda Velázquez. Por eso sigues y seguirás sola y ahora eres la madame de este tugurio.

–¡Doña Lupe! Es la casa de su hijo, ¿cómo que tugurio?

Lupe tomó se aferró a su bolsa de mano y empujó a Narda. Salió y dio un portazo.

 

Las dos amigas se quedaron dentro dobladas de la risa. Anais inmediatamente le ofreció un caballito de tequila a Narda.

 

–Llegaste justo a tiempo. No jodas, sí te odia.

–Claro que me odia, pero más que odiarme, me teme. Le sé demasiado a esa pinche bruja decrépita. ¡Salud, Darling! Oyeee, qué sexy. ¿Y por qué la media?

–¿Me veo bien?

–Hot-hot-hot. ¿Y esa carita?

–No sé. Debo confesarte algo: antier que me estaba cogiendo a Pedro, me empezó a rondar en la cabeza la imagen de Manuel.

–Uy, uy, uy…

–¿Qué? ¿No está casado o sí?

–No, pero ¿Senderos?, ¿es verdad lo que me estás diciendo?

–A ver, mejor tú dime: ¿tuviste algo ahí?

–No. Ahí si para que veas no. Fuimos grandes compañeros de farra. Hasta ahí. Nadie en su sano juicio le entra con Manuel tan fácil. ¿De dónde está saliendo esa mala idea?

–No lo sé. Así, de la nada, llevo dos días repitiendo nuestras conversaciones en mi cabeza. Es muy simpático, y es sexy, querida.

–Claro que lo es. ¡El más!, le han caído bien los años. Tiene un ingenio como pocos y es el tipo más genuino que conozco, pero es un personaje demasiado explosivo, genial rayano en la locura, y no quieres eso para tu vida, créeme.

–Okey. Bueno, sólo es algo que me pasó en estos días. Ahorita que llegue veremos qué ocurre. Aparte él nunca me ha lanzado ni una mala mirada. Cero.

–Eso crees. Manuel es sumamente inteligente, jamás se pone en evidencia, ahí reside su encanto: en que él marca la ruta y las mujeres caen solas y dan el primer paso. No lo digo por mí, pero digamos que sé cómo opera.

–Shit. Ya, ya. Voy a ponerme los aretes y vengo, que ya no tarda en llegar. Esa maldita vieja vino nada más a quitarme el tiempo.

 

Anais se metió a su recámara. El aroma de su perfume llegó hasta la sala y se escuchó un cajón cerrándose y el resplandor de una luz que apagó y luego encendió de nuevo.

Narda se quedó mirando su caballito de tequila; entre preocupada por lo que le había confesado Anais y excitada por lo que supuso que vendría.

 

–¡Ligueros!

–¿Qué?

–Esas medias, niña… aunque traigan silicón…. Bájatelas un poquito y que se vea el herraje de la liga.

–Pero si no se me caen.

–¡Carajo, que te los pongas! ¿o no tienes? Son su fetiche más grande. Eso y la boca rojo sangre…

 

Anais sacó las ligas y se las acomodó. Fue al baño, se quitó el color palo de rosa de la boca con un algodón, y sacó el bilé más rojo que encontró prácticamente nuevo en su bolsillo de cosméticos.

El timbre sonó, y luego del timbre, el tosido escandaloso del licenciado anunciaba el epicentro del terremoto.

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