Capítulo 12
Saltar sin red
Lo que vio parecía perturbarla, sin embargo, quitándose de encima el sentimiento de posesión y todos los tabúes sexuales, tomó un poco de aire y procedió a darse media vuelta.
Su amante, quitado de la pena, se levantó de la cómoda posición en la que se hallaba con el efebo y fue tras ella.
–Anais, espérate.
Ella tenía la mano puesta en la chapa de la puerta principal. Volteó a verlo. Pedro estaba parado cerca de la mesa del comedor completamente desnudo. Con ese cuerpo que a ella la enloquecía, y al parecer al joven médico también.
Anais sintió una mezcla explosiva: entre el frío de diciembre y el calor de las revelaciones.
Pedro no se disculpó. No se deshizo en súplicas ni trató de recomponer la escena. Parecía seguro de lo que estaba haciendo, finalmente, de una u otra manera, los hombres que esconden esa clase de secretos desean ser descubiertos.
Anais repasó rápida y mentalmente todos los rostros de mujeres que habían cachado a sus esposos en relaciones homosexuales. Y también recordó lo que ella misma les decía cuando eso sucedía: no es nada grave, al contrario: si el rival es otro hombre, no tienes competencia.
–Deja que me vaya, okey. Solamente necesito digerirlo. Y perdón por la intromisión, añadió ella antes de cerrar la puerta sin mayor violencia.
En el trayecto del elevador hacia el estacionamiento, Anais cerró los ojos y fijó nuevamente la imagen de Pedro empiernado con su amante gay. El corazón se le aceleró.
Llegó a su carro, bajó la ventana y encendió un cigarro. Manejó rumbo a la autopista que va hacia Atlixco. Eso hacía siempre que quería pensar sin distracciones.
Entonces comenzó a monologar en voz alta.
“A ver, este hombre no es de tu propiedad. Es tu amante y nada le debes, solo una gran porción de placer, por lo tanto, de felicidad. Ni te quieres emparejar con él ni lo quieres para padre de tus hijos. Tú estás casada. Él es sólo una fuente de alegría. Tomamos, bailamos, hablamos de temas inteligentes. Te saca de la vidita cuadrada que tus amigas poblanas quieren que lleves para ser igual de agrias e insatisfechas que ellas. ¿Es puto? ¿Qué es ser puto? Puto es aquel que no se atreve a ser él mismo. La verdad, la escena sí impacta: uno puede ir por ahí diciendo que qué maravilla que dos hombres se amen y se acuesten y lo griten a los cuatro vientos, pero que sea el tuyo es un poco distinto. ¿Sí o no? ¡No!, ¡No! No debe ser. Anais, es que de una u otra manera siempre esperaste que algo así te sucediera para medir tus fuerzas. ¿Qué sientes? ¿Asco? No. ¿Celos? Tal vez un poco, pero si hubiera sido una mujer acostada allí, te le hubieras lanzado para sacarle los ojos. Y no lo hiciste. Te retiraste agazapada, como no queriendo interrumpir y evitar manchar el instante. Si en vez del residente hubiera sido su enfermera o la secretaria te hubieras puesto mal, hubieras hecho un ridículo monumental, digno de una mujer ardida. ¿Te gustó? ¿Me gustó? Es más: ¿me excitó? ¿Qué significan esas palpitaciones y este temblor que todavía siento? Está mas cercano a la duda que al rencor. Acuérdate cuando María te contó que le encontró fotos de chicas trans a su marido. No te horrorizaste, Anais. Te pareció divertido y hasta le recomendaste que no hiciera dramas y que mejor siguiera la pista para observar las perversiones del marido. Conoces a varios personajazos de por acá cerquita que son adictos a las vestidas… Pedro ni es mi marido ni quiero que esto se pudra… a menos que él haya armado el numerito para que yo lo viera y ahuyentarme. Eso puede ser; él no me conoce bien todavía, sólo ha palpado la superficie, se ha hundido en mis piernas, pero no sabe realmente qué tiengo en la cabeza, cuánto soporta mi corazón. ¿Le llamo? Mejor espero un par de días; si lo que planeaba era ejecutar una operación para alejarme, debe saber que su táctica falló. Esto no me ahuyenta, al contrario, me genera aún más intriga. Aunque pensándolo bien él tiene derecho a abrirme de su vida cuando quiera, sólo que debe ser derecho. Conmigo esos juegos no surten efecto. Si, por otro lado, lo que quería era probar mi resistencia, ahí lo tiene: no me importa: que siga metiéndole la verga al caballerito que le gusta sin perderse las bondades que tiene de este lado. Sí, lo voy a buscar para que hable claro. No somos pareja, somos amigos con encuentros eróticos, y su doble vida no me incumbe, finalmente yo soy una mujer casada y sé que no vale la pena perderse de un reino cuando ya se le ha conquistado…
De regreso a Puebla, Anais conectó su teléfono que ya venía descargado. Lo había dejado muerto durante ese rato para poder meditar mejor sobre su relación con Pedro.
Cuando el celular tuvo señal empezaron a sonar las notificaciones de cientos de mensajes perdidos. La mayoría eran de su suegra: Fernando había sido acribillado a tiros en la entrada del edificio donde vivían.
Anais detuvo el carro. Se quedó sin aliento y comenzó a llorar mientras trataba de comunicarse con los padres de Fernando.
La escena de su amante se difuminó en el acto. Se sintió miserable, culpable, rota.
Fernando no era el marido ejemplar ni le provocaba ya mayores pasiones; sin embargo, dentro de sus acuerdos tácitos había sido consecuente y respetuoso. Se había tragado su orgullo de macho y le permitió ser libre; con toda su brutalidad y su voluptuosidad. Cuidándola de los demás, hasta de ella misma.
¿No era esa, al final, la aproximación de una pareja ideal?
Su cómplice estaba muerto. Ahora tendría que vérselas sola, sin esa red protectora que encontró en su propia casa.
Pedro pasaría a un plano inferior que el secundario; sin clandestinaje, se pierde la emoción; y en Puebla, como en las casas reales decimonónicas, las señoras con amante siguen siendo respetables mientras tengan un marido que las solape…