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domingo, noviembre 24, 2024

La maldición del Congo 

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Ver las imágenes de lo que pasa en Ucrania es completamente desgarrador. Son más de dos millones de refugiados los que enfrentan la incertidumbre, dejando sus hogares y a sus familiares con la esperanza de sobrevivir y darles un futuro a sus hijos. Es conmovedora la imagen de Tatiana Prebeinis y sus dos hijos, de 9 y 18 años —yaciendo muertos, rodeados de sus maletas—, mientras trataba de salir de Ucrania. O la historia de Valeriia Maksetska, quien fue asesinada por un tanque ruso junto con su madre mientras buscaban medicinas cerca de Kiev. El hospital materno-infantil que fue bombardeado en Mariupol me sacó lágrimas de indignación y coraje.  

El mundo está en shock, paralizado por lo que estamos viendo, sobre todo porque está ocurriendo en el mundo occidental. Leí en varios medios de comunicación que ésta es la peor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial.  

Esto me llevó a pensar en lo que pasó, y sigue pasando, en el Congo desde la guerra civil. Hay más de 5 millones de personas desplazadas, que tuvieron que abandonar sus hogares.  Y hay millones de refugiados de países vecinos. 

Entre 1880 y 1914, los países europeos se dividieron el pastel africano. Se decidía todo sobre un mapa, se repartía el territorio, y luego ya se veía qué hacer con eso. La razón principal, por supuesto: la explotación de materias primas. Cada país tenía intereses distintos en cada región africana: algunos estratégicos, otros financieros. 

Bélgica, uno de los países más pequeños de Europa, terminó adueñándose de una de las regiones más grandes y ricas del continente africano: el Congo.  Bélgica no tenía intereses de expansión ni de crear colonias.  En un inicio, Leopoldo, el soberano belga —sin duda, un desadaptado—, actúo a mérito personal. En consecuencia, el Congo se convirtió en la empresa privada de Leopoldo.  

Se estima que mientras el rey Leopoldo II manejó la región, murieron alrededor de diez millones de personas a causa de las atrocidades cometidas en su nombre.  Por cierto, él nunca pisó el Congo.  

En 1908, Bélgica tomó control de la colonia. Durante esa época, un castigo común entre los capataces belgas era amputar las manos de quienes consideraban flojos por no cumplir con las cuotas de producción de caucho que exigían.   

El Congo logró su independencia en 1960. El país estaba completamente incapacitado. Bien decía Freud: infancia es destino. Desde que este país se formó no hubo más que desgracias para la gente que lo habita.  

Durante décadas, Bélgica impidió el desarrollo intelectual de la gente. No había profesionistas ni médicos, y los militares seguían liderados por los belgas. Las poblaciones indígenas se dedicaban sólo a proveer de materias primas a los países industrializados. Patrice Lumumba se convirtió en el primer ministro de la República Democrática del Congo. Era visto por muchos congoleños como la gran esperanza de la región.  

Pero los intereses extranjeros en la región eran brutales. La provincia de Katanga era fuente de cobre, oro y uranio, que las empresas occidentales no estaban dispuestas a ceder. Bélgica apoyó la independencia de Katanga del resto del Congo. Lumumba representaba un riesgo para estas empresas. Fue asesinado a los dos meses de su mandato por la CIA y los belgas. En 2002, los belgas reconocieron su responsabilidad en la muerte de Lumumba. Hay que decir que su cuerpo fue sumergido en ácido y quemado.  

Siguieron años muy oscuros para el Congo. El tirano Mobutu Sese Seko llegó al poder en 1965. Poco tiempo después se convirtió en uno de los peores cleptócratas, dictadores y asesinos en África.  Se mantuvo durante más de tres décadas en el poder gracias al apoyo de países occidentales, principalmente Estados Unidos (que lo veía como un importante aliado para seguir con la explotación de la riqueza del Congo). Fue derrocado en 1997 con la ayuda del presidente Paul Kagame, de Ruanda, grupos de rebeldes tutsis y otros grupos locales opuestos a su gobierno.  Mobutu había dado su apoyo abiertamente a los hutus en el genocidio de Ruanda de 1994 (donde más de un millón de tutsis fueron asesinados). Cientos de miles de hutus estaban ahora viviendo como refugiados en Zaire.  En 1997 la fortuna personal de Mobutu era de más de 5 mil millones de dólares.  

Primero fueron los esclavos, luego el marfil, luego el caucho para hacer girar las primeras ruedas de los automóviles, luego el cobre, y finalmente el uranio, que se usó en las bombas que explotaron sobre Hiroshima y Nagsaki.  

Ahora es el coltán, un mineral necesario en smartphones y muchas otras tecnologías que usan baterías. La República Democrática del Congo (RDC) posee el 80 por ciento de las reservas del coltán del planeta. El mundo se ha desarrollado durante décadas a costillas de este país que sigue sumido en la peor de las miserias.  

La anarquía, después de la caída de Mobutu, propició que florecieran cientos de milicias. El genocidio de Ruanda en 1994 hizo que la frontera del Congo se viera desbordada.  Entre 1998 y 2003, nueve países y decenas de grupos armados fueron cómplices de las peores atrocidades para repartirse el gran festín de recursos naturales. Más de cinco millones de personas perdieron la vida en la RDC, en lo que se conoce como la guerra mundial africana o guerra del coltán. Más de tres millones de personas tuvieron que dejar sus hogares, y dos millones más se convirtieron en refugiados en otros países.  

Viajé a Congo en el 2010, el año del Mundial de Futbol en Sudáfrica.  Los ojos del mundo estaban puestos en el continente africano. El plan original era viajar a Uganda para ver a los gorilas cerca de Kisoro. Pero se terminaron los permisos en esa zona y terminamos viajando al Congo.  

Llegamos a la frontera a las 7 de la mañana. No había más que una oficina desamparada y un letrero de madera despintado —You are now leaving Uganda and entering Zaire—, algo obsoleto desde hace más de trece años, cuando Mobutu (conocido por llevar la cleptocracia a su límite) fue derrocado, y el país se convirtió en La República Democrática del Congo.    

Después de varios trámites caminamos hacia la frontera. El horario cambiaba justo en la frontera, así que teníamos que esperar a que dieran las 7 de la mañana del otro lado del alambre de púas para que abrieran.  

Hombres armados custodiaban un palo que levantaban cuando se les antojaba o cuando les llegaban al precio. Mucha gente esperaba impacientemente el momento de cruzar.  

Cruzando la frontera tomamos un coche para llegar a Virunga. Conmigo iban dos inglesas y una australiana. Conforme nos adentramos en el Congo el panorama era cada vez más desolador. El camino era casi intransitable.  

La cantidad de gente en el camino era impresionante. Muchos parecían caminar sin rumbo. Vi lo que parecían ser espectros de hombres caminando desnudos y hablando al viento. No sé si era por las secuelas de la malaria o lo que habían dejado años de violencia. Algunos se arrastraban por la falta de algún miembro. Palos hacían de muletas y bastones. Había muchos niños por todos lados. Las niñas llevaban amarrados en la espalda bebés, no mucho más pequeños que ellas. La gente se mueve en una especie de monopatín hecho de manera, en donde transportan costales de papas y otras cosas que logran cosechar de forma arcaica.  La vida en Virunga es violenta.  La esperanza de vida está en alrededor de 48 años.  

Virunga encierra la mitad de la biodiversidad de África Subsahariana, y la riqueza de región es casi tan extensa como la miseria de los que ahí habitan. Los alrededores de Virunga son el hogar de millones de refugiados, de las violentas milicias que proliferan de manera orgánica y de las empresas trasnacionales que se han repartido ya el botín.  El dolor en el Congo se ha transmitido durante décadas de generación en generación. 

Veinte millones de personas han muerto en el Congo de forma violenta en el último siglo. Me parece increíble que los gorilas hayan sobrevivido.  Quedan alrededor de mil gorilas de montaña en el mundo, casi el doble que en el 2010. Más de 150 guarda bosques perdieron la vida tratando de proteger a alrededor de 400 gorilas que habitaban la zona. Muchos ven en los gorilas el futuro de Virunga. El parque sigue siendo un “oasis de paz” en medio de toda la turbulencia.  

Después de décadas, la República Democrática del Congo sigue sin ver la luz. El mes pasado, más de 60 fueron asesinados por un grupo armado en un campo de refugiados. Así se vive aún en el Corazón de las Tinieblas, donde su increíble riqueza es la peor de sus maldiciones.  

Pero el Congo no está en occidente y no genera la ola de solidaridad que sí recibe Ucrania. El Congo es invisible a los ojos de la justicia mundial. 

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