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viernes, marzo 29, 2024

La guerra de las mujeres III: la responsabilidad ecológica

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I

A doña Reyna le encanta usar agua en abundancia para lavar pisos, platos, ropa. Pide a sus patronas galones de cloro, desinfectantes de pino, sarricidas, suavizantes y, claro, detergente en polvo. Kilos y kilos de detergente en polvo. Pelea su derecho a dejar los patios impecables, la ropa blanca prístina, a gastar litros incontables de agua para trapear. Es tan grande su fijación que en varias ocasiones sus patronas le han reclamado el abuso del agua y de los líquidos de limpieza. Ahí empieza el estira y afloja, los reclamos, las negociaciones, la negativa de doña Reyna a las limitaciones que ella considera innecesarias. “El agua durará para siempre”, dice en su defensa la mujer que sufre cuando su plantío de maíz se seca porque no llueve y no hay agua suficiente en su pueblo para instalar riego artificial en sus tierras. Harta de los reclamos, la empleada doméstica empieza a buscar una nueva casa donde desplegar sus virtudes de excelente limpiadora y, ya que la encontró, se va sin despedirse y sin dar mayores explicaciones. A veces las patronas ceden, le aumentan el sueldo y se resignan al dispendio. Pero hay otras –las menos– que no toleran ser cómplices de ese ataque ecológico contra las especies que habitamos la Tierra. 

II 

Cada vez que voy al supermercado (en estos tiempos de alejamiento social asistir a esos espacios de diversión de las familias mexicanas es una actividad de riesgo), me fijo mucho en lo que las mujeres eligen en sus compras de la quincena. Aparte de los productos alimenticios empacados en materiales plásticos y unicel, los carritos de quienes tienen mayor poder adquisitivo o más tarjetas de crédito se atiborran de productos procesados casi siempre suntuarios. Las frutas y las verduras van en bolsas de plástico. Abajo, en la parrilla inferior del carrito suelen llevar una gran bolsa de detergente en polvo, quizá suavizante y una botella grande de pino. Las amas de casa de clase media y las de menor poder adquisitivo suelen llevar pocos productos procesados y muchos, muchos productos de limpieza elegidos de acuerdo con las ofertas. 

III 

En la creciente preocupación mundial por las acciones que nos acercan a una catástrofe ecológica de dimensiones apocalípticas se olvida, o se minimiza, el papel que jugamos las mujeres en los procesos contaminantes. Los derrames de petróleo, la producción sin paralelo de empaques contaminantes, la cría a base de hormonas y antibióticos de animales para el consumo humano, la inclemente contaminación del aire debida a los automotores de gasolina y diésel, la descarga de tintas tóxicas de las fábricas de ropa a ríos y mares; los infaltables chinos con su uso de metales pesados en maquillajes baratos, tintes de pelo, joyería, juguetes para menores de tres años, ropa desechable y un sinfín de cremas exfoliantes hechas con micropartículas plásticas y crueldad animal son noticias perdidas entre las del día a día. Los asesinatos y las acciones de la delincuencia organizada; la política y los políticos, los chismes de los artistas de cine y televisión; los contagios y las muertes por Covid, los accidentes automovilísticos, entre otros muy buscados, sepultan las notas y artículos de opinión sobre temas ecológicos. Pero, aun si se leyeran de vez en cuando, dichas notas nunca van a decir que de la coladera de un fraccionamiento cualquiera sale todos los días espuma de color azuloso. Ni que el pelotón de empleadas domésticas, amas de casa, dueñas de cocinas económicas, porteras de escuelas, hospitales y edificios de departamentos contamina los drenajes y por ende los ríos y los mares con el cloro que sus patrones compran en el súper al 2×1. 

IV 

Hace años paseaba a mi perra por los jardines de un fraccionamiento de la Ciudad de México. Una señora –clásica aspiracionista dueña de valores izquierdosos y actitudes de derecha– detuvo su auto y me gritó algo que no entendí. Yo me hallaba en busca de una bolsita que había llevado para recoger las heces de la Arena, una cruza de madre callejera con padre pastor alemán. Aunque la había rescatado de las calles cuando tenía dos meses escasos de edad, la memoria genética de los duelos por el territorio y la comida jamás la abandonó. Era un animal muy bravo, consciente de su papel de guardia y custodia de su compañera de vida, o sea, yo mera. Irritada por no encontrar la bolsa y medio ahogada por el humo del auto añoso de la mujer que ahora ya me gritaba con furia, me acerqué un poco para escucharla. Yo llevaba a la Arena de su correa. Lentamente nos acercamos para escuchar un “¡Levanta la caca de tu perro, naca cochina!”. Yo muy tranquilamente le dije que lo haría en el momento en que ella llevara su cafetera vieja a afinar. Que la caca de mi perro era biodegradable, pero el humo de su trasto no. Y que abre la puerta. Y que suelto a la Arena 

La mujer tuvo que saltar prácticamente al interior del auto para escapar del ataque. Arrancó entre nubarrones de humo tóxico y gritos, aterrorizada. No sé si fue a denunciar el ataque. A mí ya nadie me volvió a molestar por el tema de los residuos orgánicos de mi Arena, una de las heroínas más grandes que me ha tocado conocer. Me salvó la vida dos veces, pero ésa es una historia que merece espacio aparte.  

V 

Pañales desechables, toallas sanitarias, tintes para el cabello, ropa de moda hecha con materiales inestables que se van desbaratando en cada lavada y sueltan partículas infinitesimales de polímeros que acaban en el estómago de peces y otras especies marinas, son solo algunos de los productos que un tropel de usuarias negligentes compran y lanzan cada día por toneladas al medio ambiente.  

VI 

Las mujeres tenemos que reconocer nuestro papel en los esquemas del consumo de riesgo, ese que se encuentra en todas las casas y cuyo uso se circunscribe a los hábitos y las necesidades de cada familia. Tener conciencia sobre nuestra participación en el desastre ecológico que amenaza acabar con todos es una forma ineludible de la responsabilidad social. El número de las poblaciones crece exponencialmente, y lo que antes pensábamos inacabable está al borde del colapso: el aire y el agua. Ya hay formas alternativas de paliar muchas de las necesidades modernas de las amas de casa que trabajan y no pueden estar lavando pañales ni pueden dejar de pintarse el pelo, de las adolescentes que van a pasar cuarenta años usando toallas sanitarias cada mes; de las ejecutivas, muchas de las cuales ya compran trajes de corte clásico, de larga duración, así como prendas de algodón en lugar de la ropa de moda vinculada con la esclavitud infantil y la contaminación de los ríos.  

En resumen: la conciencia de las mujeres es vital para dejar un mundo habitable a las generaciones venideras. 

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