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viernes, abril 19, 2024

Mercuriales y saturnianos

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Cuando parece que los hilos de la cordura se dispersan, en ocasiones se nos presenta una aguja capaz de tejerlos, una mano que templa la tensión entre Hermes-Mercurio –dios de las comunicaciones y las mediaciones–, y Cronos-Saturno –parricida, devorador de hijos, si bien al romanizarse se transforma en una deidad que inventa la agricultura– logra establecer una sociedad que deja de ser rehén de la delincuencia, anula la pobreza extrema y evita la guerra, a veces actuando con mano dura, lo cual lo lleva a experimentar momentos de profunda angustia. 

Mercurio es el inventor de la escritura. En la interpretación alquimista de C. G. Jung, esta divinidad se convierte en un “espíritu” grave, así que, si uno logra compenetrarse de él, encontrará el primer hilo de su individualidad, el sendero que conduce hacia uno mismo, pues el ego siempre está gestionando lo que mejor sabe hacer: moverse para mantener los pies en la tierra, aunque en ocasiones su propia tragedia no se lo permita. En la sabiduría antigua la figura de Mercurio es inestable, indefinida y oscilante.  

El temperamento de quienes se inclinan por los intercambios, el comercio, la habilidad para comunicarse con los otros es radicalmente opuesto al temperamento influido por Saturno, personas propensas a la melancolía (lo que hoy llamamos depresión), la contemplación y la soledad del agricultor. Artistas y pensadores suelen tener “humor” más bien sarturniano, aunque rindan culto a Mercurio. Lo mismo sucede a políticos y diplomáticos, quienes zozobran en su aspiración de ser mercuriales, aunque en el fondo son esclavos de Saturno. No obstante, algunos afortunados saben que, a diferencia de la novela negra de James M. Cain, Mercurio nunca tocará dos veces a su puerta, por lo cual todo lo que habrán de escribir en su vida estará marcado por estas dos tensiones en una sola llamada de su representante, el cartero. 

Un caso peculiar de un carácter que se debatió entre tales formas de proceder en la vida, con sus respectivas consecuencias cuando se entrelazan, es el del naturalista británico Charles Darwin. Mercurial en su juventud, saturniano en su madurez, no obstante, ambos rasgos convivieron a lo largo de su vida, a veces desgarrándolo, en ocasiones mostrándole una ventana ineludible a la realidad biológica de las especies vivas. Así, una circunstancia súbita lo llevó a cambiar su inminente y largamente planeado viaje a las fascinantes Islas Canarias por la solicitud del capitán Fitzroy, quien necesitaba alguien versado en ciencias naturales a fin de incorporarse a la tripulación del Beagle, embarcación que pronto realizaría una nueva expedición de estudio por el mundo. El 28 de abril de 1831 Charles dejó en manos del cartero una misiva para su hermana Caroline, en la que se lee:  

“Mientras te escribo mi mente le da vueltas a los trópicos. Por la mañana voy a contemplar las palmeras del invernadero, luego regreso a casa y leo a Humboldt: mi entusiasmo es tan grande que apenas si me puedo quedar quieto en mi silla. (John Stevens) Henslow y otros profesores apoyan nuestro plan. Henslow promete meterme con calzador la geología. Nunca me sentiré tranquilo hasta no ver el pico de Tenerife y el árbol drago (Dracanea draco); las deslumbrantes llanuras arenosas y el silencioso bosque sombrío son lo que más alterna en mi cabeza. Trabajo con regularidad en mi español. Erasmus (Darwin) me aconsejó decididamente que dejara el italiano. Me he trazado un esplendor tropical”. 

El 13 de agosto, el matemático George Peacock escribe a Henslow:  

“Querido Henslow: El capitán FitzRoy partirá para inspeccionar la costa de Tierra del Fuego, visitar más tarde muchas de las islas del mar del Sur y regresar por el archipiélago indio. El barco ha sido habilitado expresamente con fines científicos, en combinación con la exploración. Por lo tanto, proporcionará una rara oportunidad para un naturalista y sería muy infortunado que se perdiera… […] ¿Habría alguna persona a quien usted pudiera recomendar ampliamente? Debe ser una persona tal que dé satisfacción a nuestra recomendación. Piense en esto: sería una grave pérdida para la causa de las ciencias naturales que se perdiera esta preciosa oportunidad. El barco partirá a finales de septiembre. […] Escriba inmediatamente y dígame qué puede hacerse”. 

Darwin dio un golpe de timón en su vida, abandonó el estudio del castellano (no así el de la geología), se olvidó de su sueño canario y se embarcó en calidad de naturalista sin sueldo en el bergantín HMS Beagle, de clase cherokee, propiedad de la Marina Real británica. Luego dio inicio la leyenda. 

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