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lunes, abril 29, 2024

Cómo se extraña el picante

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Hay pocas cosas que te pueden hacer sentir tan en México como la comida. Y todo lo que extrañamos comer va forzosamente acompañado de una buena salsa picante. Quienes alguna vez hemos vivido lejos terminamos soñando día y noche con tacos y enchiladas, con salsa de chile pasilla, chipotle o habanero. 

Cuando de niños viajábamos mi mamá, invariablemente, llevaba en los zapatos limones y chiles serranos. Yo entendía lo de los chiles, pero ¿los limones? Ella decía que el tequila no sabía igual con el otro limón, así es que viajábamos con los zapatos llenos de limones.  Llegábamos a restaurantes con chilitos verdes en las bolsas y un limón para el tequila.  

Años después viví en Italia un semestre. Compartí un departamento con otras mexicanas. Cuando llegamos todas sacaron de las maletas salsas, latas de rajas y chipotles y dulces con chile que terminaron por llenar un enorme cajón.  

Yo no llevaba nada, me pareció que no era buena idea llevar chilitos y limones en la maleta si iba a pasar más de seis meses fuera. Pero los sobres de Valentina iban y venían cada vez que salíamos de la casa, hasta que inevitablemente se acabaron. Estoy segura que todas comieron más Valentina en esos meses fuera, que en años viviendo en México. Cada vez que alguien viajaba de México a Italia, Pía, una muy buena amiga, pedía que le mandaran chiles. Los escondía como un tesoro y los iba sacando poco a poco para comérselos a mordidas, hasta que los chiles parecían pasitas de lo viejos que estaban.  

En la pizzería de la esquina sacaban del cajón una salsa Tabasco empolvada cada vez que nos veían llegar. 

El chile a todo le va bien. He estado en buenos restaurantes pensando “si solo tuvieran una salsita”. O cuando de plano preguntando al mesero si no habrá en la cocina algo que se pueda convertir en un buen picante.  

Unos años después compartí en Londres un departamento con una India. Yo no era de las que cargaba con las salsas en la maleta, pero siempre las extrañaba. Gayatri y yo nos entendíamos perfectamente, las dos necesitábamos que la comida tuviera chile, así es que no faltaba. En ciudades multiculturales, como Londres, la comida india, tailandesa y hasta etíope cubrían las necesidades de probar algo picosito. O si era mucho el antojo por una pequeña fortuna podías encontrar una buena salsa en el súper.   

Pero hay también ciudades que de plano no encuentras nada. Uno de los lugares donde más sufrí la ausencia del picante fue Chile. Absolutamente nada picaba, ni los chiles, a todo le falta un poco de sal y de condimentos. Fuimos a una cadena de restaurantes peruanos donde siempre tienen ají, con excepción de los restaurantes de Santiago. A Chile sí, hay que llevar los chilitos en la bolsa.  

Y como no vamos a extrañar el chile. Mi hija de tres años no se come una quesadilla sin su salsa de chipotle. Está en todo lo que es México. Crecemos con dulces enchilados en las fiestas. Nos curamos las crudas con un caldo de camarón que nos hace llorar de la enchilada. Cuando hace calor comemos piña con chile y si hace frio un pozole bien picoso. Así es México tan rico y diverso como sus chiles.

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