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martes, abril 16, 2024

Morgana y la catedral

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Una de las mejores vistas de la catedral de Notre-Dame, al menos para mí, es la que ofrece el extremo este de la basílica. La opuesta a la impresionante fachada.  

Hay que entrar a una hermosa plazuela jardinada llamada Square Jean XXIII Sentándose en una de las metálicas bancas, se pueden apreciar los espectaculares contrafuertes y rosetones.  

La perspectiva arquitectónica es estupenda y singular. Me da la impresión de estar al frente de un gran buque, con la aguja principal que se eleva a más de noventa metros, haciendo la labor del mástil central. Pudiera imaginarme claramente a un navío zarpando hacia aventuras insospechadas. 

Hablando de gratas e inesperadas experiencias, al salir de la plazuela y cruzando el pont St. Louis, que une la Ile de la Cité con la Ile Saint Louis, encontramos uno de los más apreciados secretos, en lo que se refiere a sabores dulces, de todo París.  

Además de ofrecer los típicos platillos de una brasserie francesa, el verdadero tesoro a degustar en la Brasserie de l’Isle Saint Louis, son los famosos helados y sorbetes de la Maison Berthillon. 

Empresa familiar francesa, la Maison Berthillon está considerada como una de las mejores heladerías del mundo. Su calidad ha traspasado fronteras y tanto turistas como locales se rinden ante la sinfonía de sabores preparados artesanalmente y con productos cien por ciento naturales. 

El secreto de su preparación ha sido celosamente guardado ya por más de medio siglo. Además de la brasserie, en el 31 de la Rue St. Louis, en la isla homónima, se encuentra el café que vio nacer estos placeres de sobremesa. 

Los deliciosos sabores de sorbetes de fresa, pera, durazno, frambuesa, mango, melón, cereza, cassis, limón verde… se aglutinan con los cremosos helados de vainilla, chocolate de leche, chocolate negro, coco, caramelo, avellana … el de pistache… ¡qué delicia!  

El de pistache es mi favorito y el mejor helado que he probado en toda mi vida. 

Observar la exhibición de los colores y sabores, genera de entrada un vibrante cosquilleo. Dan ganas de paladearlos a todos. Los perfumados olores de las mezclas confluyen con el delicado y suave sabor de estas exquisitas indulgencias.  

Se pueden disfrutar con un café o un chocolate Liégeois. A la base de la bebida se le agrega una bola de helado del mismo sabor y crema chantilly. Acompañando a una Tarte Tatin o a una pera Belle Hélène, el maridaje es una exquisitez. 

Como dirían los que escriben sobre gastronomía: es un “must”. Los helados son regios… ¡No puede uno perderse una degustación así, estando en París! 

En esa ocasión, había quedado de ir a tomar un café con una amiga francesa. Hacer esto en la “Ciudad Luz” es, todo el tiempo, una experiencia sumamente agradable.  

Pequeños cafés, concurridos bistrós, extravagantes lugares o las típicas brasseries hacen su aparición por doquier, con el fin de darle al comensal la oportunidad de experimentar una parte de la vida parisina.  

Desde nuestra pequeña mesa de la Brasserie St. Louis, disfrutábamos de la hermosa vista de Notre-Dame y el Sena. 

Como es común para una gran mayoría de franceses, además de conversar un rato, cada quien llevaba su libro.  

Gozar de una lectura, mientras se toma o come algo, se observa a los transeúntes y se deleita uno con el paisaje y la arquitectura parisina, se convierte en una envolvente, placentera y seductora tradición. 

Yo leía a Víctor Hugo. Considerado uno de los más grandes autores de la lengua francesa de todos los tiempos.  

Pareciera un cliché. Leer a Victor Hugo frente a la Catedral de Nuestra Señora de París. Sin embargo, el hacerlo, fue memorable. Sobra decir el por qué. 

La relación del gran escritor con el templo más importante de Francia es indisociable y trascendente. 

Gracias a Nuestra Señora de París”, los franceses tomaron conciencia del patrimonio cultural francés del Medioevo. La novela, además de su narración excelsa, se volvió todo un acontecimiento. La imponente ubicuidad del texto impulsó significativamente la protección del diseño gótico. 

 Una de las plumas más avezadas en la historia de la literatura universal desmenuza, con una técnica soberbia, los andares, pensamientos y pasiones de toda una época.  

Es increíble la maestría que posee a la hora de expresar sentimientos de manera tan apasionada. A la vez que realiza bellísimas descripciones de sus personajes. Incluida, por supuesto, el retrato de la arquitectura de su personaje principal. Notre-Dame. 

Esa misma maestría del gran Victor Hugo, me lleva inevitablemente a pensar en Puebla y las cartas que el dramaturgo escribió a México, a Puebla y al Presidente Juárez durante la Invasión Francesa.  

“[…] Valientes hombres de México, resisitid.  

La República está con vosotros […] Esperad. Vuestra heroíca resistencia se apoya en el derecho y tiene a favor la certidumbre de la Justicia.  

El atentado contra la República Mexicana continúa el atentado contra la República Francesa. Una emboscada completa la otra.  

El imperio fracasará en esa tentativa infame, así lo creo. Y vosotros venceréis. Pero ya venzaís o ya seáis vencidos, la Francia continuará siendo vuestra hermana, de vustra gloria y vuestro infortunio y yo, ya que apelaís a mi nombre, os repito que estoy con vosotros.  

Si sois vencedores, os ofrezco mi fraternidad de ciudadano; si sous vencidos, mi fraternidad de proscrito”. 

La totalidad de esta histórica epístola se encuentra en el museo Víctor Hugo, en París. Este extracto, con algunos de sus extraordinarios enunciados, fueron escritos con vehemencia, cordura y el juicio de un hombre visionario y apasionado por la justicia. 

Dedicados a la Puebla de Zaragoza, es triste ver que, en muchas ocasiones, los poblanos no valoramos lo que somos y lo que tenemos. 

Ejemplos existen muchos. Uno en particular se me viene a la mente. El recuerdo la ha detonado precisamente, una de las más hermosas catedrales del mundo. 

Eran principios de los 90’s. Yo tenía mi primer trabajo en un banco. Amigas y compañeros se encontraban haciendo sus pininos por igual. Tres de ellos habían aprovechado sus primeros ahorros para irse de mochileros a España. 

Sentados a la mesa del conocido restaurante Royalty en los portales del zócalo poblano, nos habíamos reunido alrededor de la prima de un amigo catalán y sus acompañantes. 

La consanguínea viajera le rendía visita a mi amigo, después de haberlo recibido, con sus dos camaradas, en Barcelona, durante su expedición mochilera a la “Madre Patria”. 

Una de las acompañantes de la prima, era la hija del laureado novelista peruano y Premio Nobel de Literatura, Mario VARGAS LLOSA. De nombre Morgana, me pareció una chica culta y educada. 

Degustando platillos típicos poblanos, como chalupas, molotes, mole poblano, pipián verde, entre otros, mis amigos comentaban sobre lo grandioso de su viaje a España.  

No escatimaban en alabanzas a las comidas, las tertulias (que más bien, habían sido borracheras) y los novedosos descubrimientos realizados. 

Morgana escuchaba prudentemente mientras degustaba los deliciosos bocadillos. Recuerdo que le parecieron singulares y suculentos. Como lo es la espléndida comida poblana. 

Al dedicarle Joel, uno de los “afamados” excursionistas, unas enaltecidas y lisonjeras frases a la hermosa Catedral de Sevilla, intervino Morgana inquiriendo: 

-“Bueno y qué podeís decirme de vuestra Catedral, que la observo hace rato desde aquí”. 

Morgana, hija de un afamado escritor, había crecido en España y sin duda, la cultura era parte intrínseca de su vida. Visitando, por primera vez, un país como México, era natural que tuviera el interés de conocer y relacionarse con el mundo local. 

La respuesta de Joel, no se hizo esperar. Fue “memorable y fidedigna”: 

-“La Catedral de Puebla es… mmm… bonita. Pero no tiene mucho que ofrecer” 

Me voltée mirandolo con ojos de rifle. No me pude contener y le disparé:  

-”¿Pero ¿qué dices, Joel?” ¡Cómo puedes decir eso, de la que, sin duda alguna, es una de las más hermosas catedrales de América! 

Joel, se sintió descubierto y atacado. Reviró como si le hubieran puesto un cohete en su trasero: 

-¿Y tú, Lucrecia… de cuando acá, sabes tanto de la catedral? No m… 

Morgana lo miró con ojos de lechuza y la boca entreabierta. Creo que no entendía ni la beligerancia de su reacción, ni la ignorancia de su respuesta. 

A Joel le apliqué la frase de: “Te voy a ignorar tanto que vas a dudar hasta de tu existencia”. Y me dediqué a compartirle a Morgana algunos de mis incipientes conocimientos de la Catedral Angelopolitana.  

“Hay que estudiar mucho para saber poco”, diría Montesquieu. 

Tal vez, había tenido la suerte de crecer rodeada de libros y de un abuelo que valoraba mucho la historia poblana. Esa semilla iría germinando poco a poco. Lo que no concebía era que los poblanos, mejor dicho, los apoblanados, despreciaran e ignoraran temas tan básicos e importantes de su propia historia. 

No estábamos hablando de la Iglesia de la Soledad, que tiene una hermosa cúpula y varios tesoros artísticos. Estábamos hablando de la basílica, y creo sin temor a equivocarme, con la mayor riqueza pictórica, escultórica y mobiliaria de toda América. 

Además de poseer las torres más altas y severas del país, su austero y elegante estilo herreriano la distingue de todas las catedrales americanas, casi todas de corte barroco o neoclásico.  

El interior es un museo vivo.  

Un marco inmejorable para numerosas y valiosísimas obras de arte. 

El altar del Perdón; el retablo de los Reyes; las pinturas de Jerónimo de Zendejas; la cúpula de Cristobal de Villalpando; la sillería del coro estilo mudéjar. 

 El ciprés de Manuel Tolsá; los lienzos sobre el Viacrucis de Miguel Cabrera; la Sacristía y los grandes óleos de Baltazar de Echave y Luis Berruecos; la Capilla del Ochavo…. y no terminamos. 

La ignorancia de la historia propia y la valoración de lo extranjero han marcado a Puebla desde tiempos ancestrales.  

Al apoblanado le importa más presumir de los tesoros del Louvre, de los viajes a New York, de las excursiones a España o la visita a Dubai que conocer y reconocerse en la valiosa historia de sus ancestros y su cultura. 

Los viajes ilustran. Es una gran verdad. Y para mucha gente es uno de los grandes placeres de la existencia. Me incluyo. Pero por Dios… por cultura básica, congruencia emocional y honestidad inteligente, aprendamos a valorar lo nuestro primero.  

Andar por el mundo ayuda a generar aceptación y respeto a la riqueza del planeta y sus diversas civilizaciones. De la misma manera, impulsa el reconocimiento a las “heterogéneas y discordantes semejanzas” del ser humano. 

Al final, somos solo guardianes temporales de nuestro patrimonio cultural. 

La Puebla multifacética aún se encuentra en su sempiterno viaje… esperando el encuentro de sus raíces mestizas y europeas con su identidad cosmogónica. 

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