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jueves, noviembre 21, 2024

El poder perdido de la imaginación creadora

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I. De un lado el mundo objetivo, del otro, la fantasía

En la época de los filósofos presocráticos surgió una concepción del mundo que buscó objetivar, cuantificar, describir la realidad. Del otro lado quedó la fantasía, la ficción y la imaginación. Esa división se profundizó con Descartes, quien estableció un método para objetivar el mundo. Sin embargo, Blaise Pascal dijo: “El corazón tiene razones que la razón no entiende”, que es lo mismo que dijeron, mucho después, Saint-Exúpery en El principito y Hillmann, el heredero de Jung, en su libro El pensamiento del corazón 

Lo que no es cuantificable quedó degradado, “repudiado”. Así lo afirma Katlhenn Reine, poeta y especialista en Rilke, que habla de un “conocimiento oculto, el reino perdido de la imaginación”. 

Gracias a la objetivación del mundo hemos alcanzado progresos tecnológicos inimaginables y que han sido buenos para la humanidad, pero, al mismo tiempo, hemos perdido la visión del bosque, “la capacidad de captar realidades que no están inmediatamente presentes”.  

  

II. El observador modifica la realidad que mira

La objetivación, la cuantificación del mundo, parte de considerar al universo como un engranaje complejo y perfecto, cuyo significado tratamos de descifrar, mientras que, desde el mundo de la imaginación, el observador participa y modifica la realidad a partir del principio de incertidumbre, de la física cuántica, de la sincronicidad de Jung, etcétera.  

Desde esta segunda visión, se trata de integrar, ojo con la palabra, el mundo externo con el mundo interno. Esto lo han sabido los místicos y los visionarios: Goethe, Novalis, Coleridge, Blake, Keats, Swedenborg. No padecían ataques psicóticos. Lograron, sin embargo, insertarse en un estado liminal, donde la imaginación es co-creadora. Decía Yeats: “Aquello que construyamos con nuestra imaginación se realizará en las circunstancias de nuestras vidas”. Es el mundo imaginal, un estado “hipnagónico”, al que acceden los grandes creadores, los místicos, los ocultistas. 

La imaginación creadora, como lo vieron también Jámblico, Plotino y Proclo, los filósofos neoplatónicos, Marsilio Ficino, Pico de la Mirándola y tantos y tantos más, crea el mundo. Coleridge lo dijo muy bien: “La tarea del hombre no se limita a formarse una imagen del mundo terminado. El hombre colabora a que el mundo cobre existencia”.  

 

III. Recuperar el poder de la imaginación  

Hoy, se escriben novelas para describir lo que ya sabemos (eso está bien para una tesis académica, pero no para la creación artística). Se escriben poemas que son árboles podados. Los libros filosóficos de Zizek y del coreano Byung-Chul Han parecen tímidos ejercicios de psicología de masas y sociología. 

Lo que hace falta es recuperar el poder de la imaginación. Hace 100 años se publicaron La tierra baldía de Eliot, Ulises de Joyce y Trilce, de Vallejo. Desde esa imaginación profunda y visionaria, cambiaron la historia de la literatura. Igual pasó con Stravinsky, Picasso, etc. Celebramos los 100 años de esas obras maestras, pero… ¿dónde están las nuevas creaciones disruptivas y visionarias de hoy? 

Nuestro poeta mayor, Octavio Paz, cuyo cumpleaños celebramos hace poco, dijo en su poema “Hermandad”: “Sin entender, comprendo”. Quizá nos hace falta entender menos para comprender más y darnos cuenta de que ya basta de objetivar al mundo y volver todo cuantificable. Necesitamos regresar a lo cualitativo, para recuperar la epifanía, el satori, la revelación. Contra el caos de significados, recuperemos el poder perdido de la imaginación creadora, último dique ante la ignorancia y la tontería de cuantificar el mundo hasta volverlo ininteligible, un caos. Hagámoslo con obras totales, disruptivas, visionarias, no con ejercicios de jardinería literaria o filosófica.   

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