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jueves, abril 18, 2024

El amor, la sed y la muerte

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Amélie Nothom es una autora irónica y divertida. Posee una facilidad extraordinaria para hurgar en las entrañas de las organizaciones, para examinar las relaciones interpersonales y para explorar la intimidad. Es por decirlo en dos palabras: atrevida y genial. 

Hija de un diplomático belga, nació y creció en Oriente. Actualmente, la autora de Estupor y temblores vive en Francia y es una escritora prolífica.  

Este año, Anagrama ha traducido y publicado en español su libro Sed, una novela breve y ágil en la que –según la cuarta de forros- “es el propio Jesús quien nos narra su pasión”. Desde luego, el lector no encontrará un relato piadoso, edificante y espiritual; pero tampoco hallará un texto agresivo, ni una provocación heterodoxa, ni una absoluta irreverencia.  

El relato va desde juicio hasta la resurrección, pasando por los hitos del viacrucis. Nothomb ofrece un magnífico documento que se adentra en la subjetividad del protagonista con humor. ¿Hay otra forma de sobrevivir a la crueldad extrema que no sea la locura o el humor?  

¿Qué pasa por la mente de un inculpado durante el juicio? ¿Qué emociones invaden a un sentenciado a muerte? ¿Qué recuerda? ¿Se piensa o se delira durante la flagelación? ¿Resiste el Yo al dolor extremo o la identidad se desdibuja con cada golpe? ¿Se distingue entre el odio y la compasión de los testigos? ¿Es la cruz la ruta de salvación por excelencia o una crítica definitiva, radical y contundente contra todas las formas de injusticia?  

Como si hacer milagros fuera cosa fácil, “el antiguo ciego se quejó de lo feo que era el mundo; el antiguo leproso declaró que nadie le daba ya limosna”. Estas y otras acusaciones por el estilo llevan al protagonista a cuestionar el sentido de la infamia: “el enigma del mal no es nada comparado con el de la mediocridad –concluye-. Durante su testimonio, pude sentir hasta qué punto estaban disfrutando”. 

La sed es un motivo constante, el hilo que conduce la apuesta del libro, la clave para su lectura. Y es que la sed se relaciona con el amor y con el deseo, con el cuerpo. El amor y la sed suceden sin que uno los elija y por más que uno beba no se sacian: “Ningún placer se aproxima al que, cuando te estás muriendo de sed, produce un vaso de agua”, afirma el protagonista en la vigilia que media entre la sentencia de muerte y la ejecución. Y agrega: “Ninguna sensación evoca tanto lo que deseo inspirar como la sed”. Más que metáfora, la sed es en la novela un detonador místico, una fuente de conocimiento, de comunión: “En el inefable instante en que el sediento se lleva el vaso de agua a los labios se convierte en Dios”. 

A la par del viacrucis, en un extenso monólogo interior desfilan María, Magdalena, Judas, Pedro, Juan… Ya camino al Gólgota, tras la primera caída y para no detenerse en la crueldad del suplicio, el protagonista rescata al lector a fuerza de ironía: “Estoy de pie, de nuevo, titubeante, sabiendo ahora lo difícil que resulta. Mateo 11, 30: ‘porque mi yugo es fácil y ligera mi carga.’ No para mí, amigos”.  

Entran en escena Simón de Cirene, para ayudarle a cargar la cruz, y la Verónica, de extraordinaria belleza, para limpiarle el rostro. Se aproximan las hijas de Jerusalén y Jesús trata de consolarlas: “Vamos, sólo es un mal momento, todo se arreglará”. 

Al pie de la cruz es despojado de las vestiduras, acción que aprovecha para recordar que “mientras estás vestido, eres alguien”. Y entonces vuelve la sed “como un arma secreta”. El tiempo en la cruz es un diálogo con él mismo, precisiones históricas, evaluación de las acciones y el destino asumido: la aceptación de todo lo realizado. Un final estremecedor. 

Desde lo más profundo de mis ser surge mi deseo máximo, mi querida necesidad, mi arma secreta, mi auténtica identidad, lo que me ha hecho amar la vida, lo que todavía me hace amar: 

-Tengo sed. 

Desconcertante petición. A nadie se le hubiera ocurrido. 

La palabra –visto de desde la Pragmática- es una preferencia capaz de hacer cosas. Un soldado solicita al centurión permiso para acercarle una esponja empapada en agua con vinagre. El crucificado sorbe hasta la última gota y se pierde en una “sensación de deleite”. 

El relato consignado en los evangelios es conocido por propios y extraños ya que forma parte de la cultura general en Occidente. La novela, en tanto palimpsesto, lo sigue. Lo interesante en la literatura, ya se sabe, no es la historia en sí, sino la manera en que se narra. En este caso está claro que la pasión de Cristo es paradójica y también que “morir cansa”. 

¿Qué pasó después? “En el mismo momento en que todo terminó empezó la fiesta. Mi corazón explotó de alegría. Una sinfonía de regocijo resonó dentro de mí”, dice el protagonista. “Me levanté y me puse a bailar”, añade”. Cuando la cripta ya no fue suficiente para contener mi exultación, salí”, afirma. Las últimas páginas exponen la reflexión final sobre el amor, la sed y la muerte desde la condición de resucitado. 

Ya digo, no se trata de un libro con pretensiones teológicas, ni de una perorata blasfema y mal intencionada. Es literatura contemporánea, es una novela luminosa, es Amélie Nothomb narrando la crucifixión, la muerte y la resurrección del galileo. 

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