Sir Karl Popper (1902-1994) es un filósofo leen los científicos. Esto quiere decir algo porque los científicos tienen el buen juicio de evitar la filosofía.
Dueño de un ego robusto, Popper padecía incontinencia verbal. Sus obras principales suelen ser monolitos donde el autor más citado es él mismo. En una de sus alocuciones más modestas confesó que la idea central de su filosofía de la ciencia la concibió apenas con 17 añitos. Popper nunca mentía, sólo coqueteaba con la falsedad.
En 1953, dio una conferencia en Peterhouse, Cambridge. Allí sugirió un experimento mental que hoy se responde en los laboratorios de ciencias cognitivas de las mejores universidades: si fuéramos una araña o un bebé, ¿qué consideraríamos una repetición? Es una pregunta en apariencia infantil porque su tema son los infantes, pero es bastante seria (en la medida que puedan serlo las preguntas filosóficas). Con ella acentuaba el papel del perceptor cuando se hacen inferencias. Le estaba dando un revés a la oprobiosa gerencia del positivismo lógico, un grupo de filósofos y científicos inspirados en la némesis de Popper, el temperamental señor Ludwig Wittgenstein.
Para Popper las hipótesis científicas no se conciben siguiendo un método, sino un impulso hiperbólico, una epifanía que logran contados ungidos tras ensañarse durante años con un problema. El científico no es un peón que trabaja en la realidad incolora de la burocracia, opacado por la institución y sin más suspiro que el poder, la emancipación, o su quincena. Más bien es un improbable vendedor de sebo de serpiente que pregona con honestidad lo inacabado de su conjetura, y encima busca quien lo refute.
Popper no sólo reconoce la estirpe poética de los científicos, también argumenta que -a diferencia de otro tipo de humanistas y pseuocientíficos- éstos formulan predicciones arriesgadas, salivando del mismo modo si se cumplen o no. El científico en la perspectiva de Popper es una entidad con forma y apariencia de humano, pero sin ego… (y lubricado su ego, los científicos deciden leer a Popper).
Se ha utilizado el argumento de Popper para cuestionar la racionalidad de la ciencia. Popper no pretendía algo parecido. Para él, aunque las teorías científicas pudieran tener orígenes místicos, aleatorios, o surjan desde el aturdimiento de una mente intoxicada -como la de Carl Sagan con la marihuana -, la ciencia es una actividad racional y por lo tanto deductiva.
Simplemente sostenía que es ingenuo no diferenciar el contexto de descubrimiento del de justificación.
Pocos años después historiadores como Thomas Kuhn desdibujaron la cartografía benigna que Popper hizo de la ciencia. Pero si los científicos no son racionales, al menos son consistentes: por eso no leen a Kuhn y prefieren a Sir Karl Popper.
El primer capítulo de Conjeturas y Refutaciones es la conferencia que dio en San Peterhouse. Allí expone su tesis principal de filosofía de la ciencia.