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jueves, abril 18, 2024

Las fiestas del Centenario 

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Las fiestas del Centenario constituyeron la ostentosa demostración de que México podía competir con las capitales de la Europa en sabiduría gastronómica, munificencia oficial, y competente de numerosos locales en que pudieran realizarse grandes banquetes. 

Los comelitones empezaron con dos al hilo, ofrecidos por el Presidente Porfirio Díaz en los salones del Palacio Nacional los días 11 y 12 de septiembre; servidos, naturalmente, por el insuperable Sylvain. El Secretario de Relaciones dio otro el día 17, pero en el Restaurant Chapultepec; y los Estados Mayores del Presidente y del Secretario de Guerra y Marina, a sus colegas de las delegaciones extranjeras, uno en la tribuna monumental de Chapultepec el 20 de septiembre.  

Las delegaciones se apresuraron a corresponder con sendos banquetes. La que disponía de un local que podía considerar propio, y enorgullecerse de su lujo, fue la española, que el 28 de septiembre dio fabuloso banquete y baile, y el 30 banquete que aprovechaba la decoración no totalmente marchita del anterior, ambos en el Casino Español. Las demás —fuera de la alemana, que lo hizo en su Casino el 13 de septiembre— dieron los suyos en sitios públicos, pero distinguidos y competentes: los Estados Unidos, en el Restaurant de Chapultepec, el 12 de septiembre; Italia, en Sylvain, el 17; Japón en el Restaurant de Chapultepec el 22. El Jockey Club fue preferido por Austria-Hungría el 24 de septiembre, y por Honduras, Guatemala y el Salvador en cooperativa, el 3 de octubre a medio día. Sólo se pusieron bucólicas estas embajadas: Perú y Colombia, que dieron su banquete en San Angel Inn el 2 de octubre; Argentina, que el 24 de septiembre sirvió un té en el Automóvil Club; Suiza y Venezuela, que ofrecieron un garden party en el Club de Tiro Suizo el 5 de octubre, con lunch; y Holanda, que llevó a sus invitados a Xochimilco el 29 de septiembre. 

Fuera de esos principales banquetes de las fiestas del Centenario, franceses y españoles compitieron en la organización de grandes comidas: los franceses, en el Tívoli del Elíseo el día 17 y en el Club Hípico Francés de Chapultepec el 25; los españoles sentaron a dos mil comensales en el Parque de Covadonga el 2 de octubre. El único banquete celebrado en el Hotel Gillow fue el que ahí dieron los italianos el 29 de septiembre.  

La noche del 23 hubo en Palacio un baile deslumbrante. En el Zócalo, el pueblo celebraba a su modo la fiesta: comiendo las fritangas de los puestos. Sobre los muros enflorados del Palacio; invisibles para los pródigos anfitriones y para los huéspedes, deben de haber aparecido las palabras ominosas: MANE, THECEL, PHARES. Un oído fino habría podido discernir, entre los fuegos de artificio; entre el estallido de los cohetes y los violines de los valses, el trueno que anunciaba a la Revolución. 

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