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viernes, abril 19, 2024

Cómo leer ciencia aunque no entiendas

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Leer ciencia no es fácil. Primero hay que entenderla. Esto es muy difícil de conseguir, pero no hay que sentirse mal. Eddington decía que solo él y Einstein entendían la teoría de la relatividad. Hay teorías que ni siquiera los científicos que las confeccionan terminan por entender lo que podría significar, como la mecánica cuántica o la teoría de cuerdas. La otra parte difícil de leer ciencia es considerar todo lo demás.  Todo lo demás lo hace difícil, pero también interesante. Aquí una parte de lo que significa ‘todo lo demás’.  

La primera dificultad consiste en saber cuál es la información confiable. Se podría pensar que esto se supera revisando el currículo del autor. El problema es que los científicos suelen orinar fuera de la bacinica. Por ejemplo, John Eccles, premio Nobel en medicina (1963), defendió el dualismo cartesiano. Lo hizo sin vergüenza ni perturbación a pesar de que el dualismo es una tesis desacreditada en la ciencia desde hace 300 años. Eccles pasó por alto la física para darle un lugar al alma. La falacia de autoridad fue ignorada por el público, quien encontró irresistible la aseveración del Nobel. Otras veces la falacia es menos evidente, como cuando los neurólogos hacen aseveraciones temerarias sobre las funciones cognitivas. El problema es que estudiar el cerebro no es lo mismo que estudiar los procesos cognitivos. Confundirlos es tan grave como confundir la literatura con la lingüística, pueden empalmarse y enriquecerse, pero no son lo mismo. El punto es que a veces no es sencillo saber cuál es el área de competencia de un científico, ni leyendo su currículo.  

Cuando leemos sobre ciencia también es importante distinguir las teorías maduras de las hipótesis jóvenes. Las primeras son respetadas por la comunidad y pocos intentan meterse con ellas; las segundas son más sexys, y no dejan de probarse ni contrastarse; sin embargo, a veces no están acreditadas por buena parte de la comunidad científica. Para eso tienen que pasar décadas. Una de mis hipótesis favoritas en las ciencias cognitivas tiene aproximadamente cuarenta años, cuenta con evidencia de las ciencias computacionales, la neurología y la psicología de la percepción; pero también tiene muchos problemas y sigue sofisticándose. Si llega a convertirse en una teoría madura, tal vez lo haga a costa de abandonar muchos de los compromisos que ahora la hacen sexy.   

Es posible hacer una lectura no ingenua de las teorías científicas maduras. Podríamos, por ejemplo, mantenernos agnósticos sobre el tipo de entidades que postulan. Tres hechos motivan este escepticismo: en primer lugar, que la ciencia habla de entidades que no podemos percibir mas que con los instrumentos que construimos asumiendo sus teorías; en segundo lugar, que todo su lenguaje que no pueda ser traducible a uno observacional (e.g., ¿cómo traducir el concepto causa?); y en tercer lugar, que en la historia de la ciencia hay ejemplos de entidades teóricas que luego han sido descartadas (e.g., flogisto, miasma). Desde esta postura se concibe a la ciencia como un instrumento que nos sirve para hacer predicciones útiles sobre el universo, pero no para decirnos cuál es su mobiliario. En el siglo XIX, Ernst Mach y Poincaré defendieron versiones ingenuas de este tipo de instrumentalismo.  

Otra dificultad: desde el siglo XX se ha cuestionado que exista una diferencia entre los términos teóricos y los términos observacionales que utiliza la ciencia. Lo que se aduce es casi un lugar común: que el modo en que vemos y hablamos es producto de nuestras creencias e intereses. En términos de ciencia, esto es un escándalo porque pone en entredicho la noción de objetividad, al menos como es concebida ingenuamente. Hoy en día hay cientos de experimentos que intentan probar o refutar si nuestra observación está sesgada.  

Otros autores sostienen una postura menos venenosa. Afirman que lo único que importa de una teoría madura es que haga predicciones que se ajusten con lo que observamos. Pedirle que además nos dé certeza sobre las entidades que postula está fuera de su alcance, sería como pedirle que un ciego nos enseñe los colores.  

Una posición diferente duda de las entidades teóricas, pero no de las estructuras matemáticas con las que describimos su comportamiento. El argumento es que a veces se ha conseguido sustituir las entidades de una teoría (e.g., éter por fotones) sin cambiar radicalmente la formalización de su estructura. Otra posición defiende que postular entidades diferentes implica una nueva comprensión de la realidad, con nuevos compromisos.  

También se ha cuestionado si todas las ciencias podrían traducirse al lenguaje de una sola disciplina. Por ejemplo, Robert Laughlin, premio Nobel de física (1998) cree que eventualmente todas las teorías podrían reducirse a la física, pero advierte que estamos a un par de milenios de poder conseguirlo. Los problemas de sostener esta posición son tan graves que otros científicos y filósofos de la ciencia sostienen que definitivamente el proyecto unificador de la ciencia es un dislate. Uno de los problemas de negar la unificación es que entonces deberíamos explicar qué significa cuando dos teorías maduras afirman cosas aparentemente contradictorias.   

Si quieres saber más sobre este problema, ve este video.  

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