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jueves, marzo 28, 2024

Una discusión de la poesía contemporánea escrita en Puebla

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|Alejandro Palma Castro*  

 

Para esta discusión quiero dar un paseo, que más bien será un recorrido vertiginoso, comenzando por citar de memoria a Pedro Ángel Palou García en su imprescindible antología Puebla una literatura del dolor (1995), donde sentencia que la literatura en Puebla se vuelve moderna a partir de la figura de Gilberto Castellanos quien había ganado, en 1982, el Premio Latinoamericano de Poesía Colima con su primer libro El mirar del artificio (Katún, 1985). Diez años más tarde, Juan Jorge Ayala, en la antología Ala impar. Dos décadas de poesía en Puebla (2004) retomaba la sentencia para volverla clamor: “Unánimemente se reconocen las décadas de los setenta (finales) y ochenta como aquellas donde las letras poblanas ingresan a la modernidad literaria…” (12). Ayala en su bien documentada introducción pensaba en varios de los poetas que antologa y comenzaron a alentar diversas publicaciones periódicas y talleres literarios: Enrique de Jesús Pimentel, Mariano Morales, Víctor Rojas, Julio Eutiquio Sarabia, Roberto Martínez Garcilazo, etc.  

Mi reserva ante ambas compilaciones no tiene que ver tanto con el hecho, pues su criterio y nómina de obras y poetas es indiscutible, como por el ánimo con el cual se presenta esta llegada a lo moderno. En una comparación, algo ociosa, pienso en el juicio que los renacentistas italianos suponían de la que llamaron la “Edad media tenebrosa” como un periodo de casi ocho siglos de ignorancia y retroceso respecto al periodo clásico grecolatino. Quizás exagero, pero pensar que la modernidad es el lugar ideal a donde debía llegar la poesía en Puebla detenida durante décadas con una estética trasnochada, me parece poco preciso si no atendemos con cuidado las circunstancias y documentos con que contamos para comprender la situación. Considero que en la medida en que se pueda discutir esa historia literaria a partir de los textos mismos y su contexto es como podremos leer mejor esta poesía contemporánea.  

La revista y, luego asociación, Bohemia Poblana comenzó actividades en la década de los cuarenta y continuó hasta finales de los setenta. En torno a ella orbitaba la mayor parte de la producción poética de la ciudad de Puebla y entablaba las redes y relaciones con la literatura nacional que le convenía de acuerdo con sus principios literarios.  

Estos preceptos venían dictados por el modernismo poblano que se asentó, sobre todo, en la revista Don Quijote (1908-1911). Se trataba de una suerte de modernismo tendiente a reformular lo que consideraban lo más glorioso de las letras en español: el denominado “Siglo de oro” y algo del Romanticismo en su faceta de garante de las buenas costumbres; esto para contrarrestar lo que interpretaban como excesos del decadentismo moderno.  

Cuando en 1907 surgió la segunda época de la revista Azul de Manuel Gutiérrez Nájera a cargo del jalisciense Manuel Caballero, se entabló una fuerte polémica donde se polarizaron las ideas de lo moderno entre la capital de México y el interior de la República Mexicana. De ahí proviene el imaginario crítico de los extremos: el centralismo, siempre progresista, contra el provincialismo, siempre conservador. La pregunta que me hago es si, luego de más de un siglo de esto, aún deberíamos de seguir tales pautas o repensar las dinámicas literarias que ocurren en una región a partir de las circunstancias mismas que las provocan, por ejemplo: la idea de una literatura conservadora en Puebla.  

El epíteto “conservador” ha tenido una suerte de connotaciones diversas entre lo que va del siglo XIX al XX. En este caso cuando aludimos a la “literatura conservadora” de Puebla debemos remontarnos a un proyecto que se origina desde inicios de la nación mexicana con personalidades como Manuel Carpio y que viene a detonar en una suerte de modernismo con jóvenes influyentes de esa época como Alfonso G. Alarcón o Rafael Cabrera. Esta es la tradición que sigue la Bohemia Poblana cuyos animadores conciben la “buena literatura” como aquella que se plantea desde la imitatio a los grandes modelos con una fuerte tendencia a expresar una literatura nacional desde la región misma siguiendo el proyecto cultural de la posrevolución mexicana. Determinadas circunstancias sociales, culturales y hasta políticas permitieron que esa agrupación ocupara un lugar central en el quehacer literario en Puebla durante cuatro décadas. Entonces leer estas manifestaciones desde la idea de un provincialismo retrógrada no hace sino alentar la poca reflexión que de por sí existe sobre la literatura moderna en Puebla.  

Y habrá que precisar algo más: Gilberto Castellanos y compañía no son modernos, son contemporáneos en el sentido de la búsqueda estética que emprenden. La contemporaneidad es un concepto de carácter estético que irrumpe en el contexto de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial para distanciarse de lo moderno. La modernidad había comenzado en el Renacimiento y quedó atrapada en un callejón sin salida entre ambas guerras mundiales. El arte de posguerra, que trataba de emular varios de los gestos vanguardistas, se propuso como un efecto estético del fracaso de la modernidad occidental; en ese sentido era contemporáneo, es decir, imitaba y parodiaba a la modernidad en busca de una sensibilidad acorde con los tiempos. Lo que Palou García y Ayala llaman modernidad debe referirse en términos de contemporaneidad para una mejor precisión crítica.  

Aún así no me parece que exista una ruptura tajante con la tradición anterior a la década de los ochenta. Mirar del artificio de Castellanos es un poemario sumamente complejo –como lo es el resto de su obra poética– que ha sido leída en términos de la estética barroca. Si lo pensamos detenidamente, las pretensiones del modernismo en Puebla de retomar cierto barroquismo –pero siempre con moderación y nunca en los excesos– son el eco de esa compleja sintaxis y lenguaje con el cual se estructura el primer poemario de Castellanos. Una lectura similar puede hacerse de Catacumbas (1984) de Enrique de Jesús Pimentel quien, a mi parecer, es la verdadera puerta a la expresión poética contemporánea en Puebla pues logra una particular dicción al combinar la poesía elocuente con el tono desenfadado derivado de las letras del rock. Agregaría también bajo el agua (1985) de Mariano Morales quien hizo de la lírica del rock un motivo de escritura aunque guiado por el gesto surrealista; algo que José Recek Saade exploró en su última poesía de los sesenta de la cual debe haber testimonio en algún número de la Bohemia Poblana. Y ya apresurado quiero proponer el LP Canciones Domésticas (1987) de Carlos Arellano como fundamental para reconocer esa nueva sensibilidad poética que emergió producto de diversos factores sociales, políticos y culturales en la Puebla de los ochenta.  

Será en la década de los noventa cuando la poesía contemporánea irrumpa en Puebla a través de obras que ahora son fundamentales y de la que varios de nosotros somos deudores ya sea de manera consciente o inconsciente: Sobre los ríos de la maga (1989) de Ángel López Juárez, Dédalo y su resto (1989) de Fidel Jiménez, Vigésimo octavo (1991) de Víctor Rojas, Cerca de la orilla (1993) de Julio Eutiquio Sarabia, Tardes líquidas (1994) de Miraceti Jiménez, Antología i(n)necesaria (1997) de Juan Carlos Canales, De la parva y otras intenciones (1998) de Juan José Ortizgarcía; Dainzú (1998) de Mario Viveros, Catálogo de criaturas licenciosas (1998) de Juan Jorge Ayala, Blasfematorio (2000) de Gerardo Lino y Lumbre obscura (2000) de Roberto Martínez Garcilazo. Con un profundo reconocimiento y respeto por el trabajo de Palou García y Ayala pero me parece necesario releer y retomar las bases de esta contemporaneidad en la poesía escrita en Puebla a partir de la distancia temporal y los cambios de época actuales.  

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