A Mario Alberto Mejía
I. 1821.
Fue el año del nacimiento de Gustave Flaubert, de Charles Baudelaire y de Fiodor Dostoyevski. Los tres, profundos conocedores del alma humana; los tres despreciaron un concepto de belleza sin profundidad. Flaubert y Baudelaire fueron sometidos a juicio por el procurador Pinard, acusados de atentar contra la moral y las buenas costumbres; Dostoievski fue enviado a Siberia y en el trayecto vivió su simulacro de ejecución.
Regresando a Baudelaire fue necesario esperar hasta el 31 de mayo de 1949 para ser exonerado por la Sala Criminal del Tribunal de Casación, que pronunció solemnemente la rehabilitación de Baudelaire y de sus editores: “Procede reivindicar la memoria de Charles Baudelaire, Poulet-Malassis y De Broise de la condena pronunciada contra ellos. Por estos motivos, cesa y anula el juicio emitido el 27 de agosto de 1857 por la Sala Sexta.
¿De qué se le acusaba? De crear una nueva estética y de ser “una personalidad”. Dice Roberto Calasso en La folie Baudelaire: “Nadie podía compararse en cuanto personaje con Baudelaire, por la densidad y peculiaridad de sus elementos, por su tenaz impulso centrífugo que parecía oponerse a cualquier arreglo. Sin embargo, esa figura tenía una impresionante unidad, tan firme y profunda que cada sílaba suya parecía reconocible, como si bastase observarla a trasluz para apreciar una omnipresente filigrana”.
II. El crítico de arte.
Su método critico consistía en una combinación de sensibilidad subjetiva y rigor en el juicio. De la misma manera que, en el terreno de la poesía, Gérard de Nérval abrió horizontes insospechados a través de la incorporación del sueño y de la locura, Baudelaire, tanto en su poesía como en su crítica, expandió las posibilidades de lo observable. A los artistas más destacados de la mitad del siglo XIX ya no les bastaba la simple representación de la realidad, porque lo que buscaban era lo que se encontraba por debajo de ella, la descripción de lo que se oculta en los pliegues de la realidad, en sus rincones ocultos.
III. Baudelaire, el visionario.
Quiso romper con todo; lo logró. Se hizo amante de una mujer negra Jeanne Duval; escandalizó a la sociedad. Hizo todo a su modo. Vistió con elegancia de dandy, aunque sus levitas llegaron a ser harapos y la suela de sus zapatos las tapaba con periódicos. Su propósito era romper los moldes de lo antiguo para abrir las posibilidades de la mirada y nuevos caminos para la creación.
Baudelaire descendió a su propio infierno, consumido por la sífilis, las deudas y la falta de comprensión y reconocimiento a su obra. Su Abisinia fue Bélgica. No perdió una pierna, pero sufrió una afasia que estuvo a punto de convertirlo en un mero observador. Murió mal, como Wilde. Ouch.
Utilizó la memoria subjetiva como la llave para descifrar el bosque de símbolos y encontrar las correspondencias, la arquitectura secreta de los cuadros y de la vida misma. Fue precursor de los críticos del futuro. Menciono a Octavio Paz y a Juan García Ponce. El primero escribió: “El simbolismo desplegó el diálogo entre ironía y analogía: la conciencia del tiempo y la visión de la correspondencia universal. Diálogo que se resuelve en discordia, como en Baudelaire”, mientras que el segundo afirmó “La aparición de una última y alada verdad que permanece oculta en la densidad de la materia y que determina la realidad dándole sentido al mundo de las apariencias”. Habría que agregar a Proust, a Bonnefoy y a tantos más.
¡Larga vida a Monsieur Charles Baudelaire! Le debemos mucho.