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lunes, noviembre 25, 2024

La noche de los teléfonos apagados

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Mientras comía iguana en la mixteca luego de un mitin organizado por el también diputado Lalo Castillo, su amigo, Sergio Salomón Céspedes checó por WhatsApp algunos pormenores del acto que encabezaría al día siguiente el gobernador Miguel Barbosa Huerta con la estructura electoral.

No sabía que cinco días después estaría rindiendo protesta como gobernador sustituto de Puebla. También ignoraba que tres días más tarde —el fatídico y emblemático martes 13— recibiría una llamada de Julio Huerta en la que le informaría que don Miguel acababa de fallecer.

Fueron días intensos. La deliciosa iguana que comió ese sábado caluroso tenía, como todas las de su especie, un tercer ojo en la cabeza, llamado parietal, mismo que parece una escama pálida. Al término de la comida regresó a Puebla.

Horas después, don Miguel lo invitó a sentarse a su izquierda en el acto que encabezó con el músculo electoral. El diputado vio que se sobaba el brazo izquierdo y se quejaba de un dolor. Nadie sabía que de esa forma un preinfarto viajaba por su cuerpo. El gobernador habló brevemente y ya no comió. Prefirió retirarse a su casa.

Sergio Salomón se estaba preparando para verlo en Casa Aguayo ese lunes 12 de diciembre cuando una voz le avisó que la cita se cancelaría. Tampoco lo vio por la tarde en el Museo Barroco, donde su amigo encabezaría el relanzamiento del mismo.

Era la primera vez que el gobernador se ausentaba de esa manera. Cierta zozobra invadió al diputado y se la compartió a Gaby Bonilla, su esposa.

El martes 13, Sergio Salomón ofreció su habitual rueda de prensa. Y a eso de las 10:30 vio que le llamaba Julio Huerta, subsecretario de Gobernación. La voz era fúnebre. “Querido amigo, te informo que acaba de fallecer el señor gobernador”, le dijo.

Las horas siguientes fueron farragosas y cargadas de tristeza y estrés. Dicen que las malas noticias viajan rápido. En efecto.

El rumor de la muerte del gobernador invadió todos los espacios. Miguel Barbosa había sufrido un infarto, dijo la primera versión, pero había logrado enfrentarlo con éxito.

Sin embargo, como secuela del mismo, sobrevino un derrame cerebral. Sergio Salomón pensó con los ojos llorosos en su amigo quejándose de un dolor en el brazo izquierdo dos días atrás.

Por su mente pasaron mil cosas. Vio a don Miguel recibiéndolo en su entorno de confianza e integrándolo a su primer círculo.

Recordó las comidas domingueras, los larguísimos acuerdos, la carcajada franca, jubilosa; la confianza expresada día con día. Y, finalmente, las palabras de reconocimiento en los múltiples actos que encabezaron juntos, lo que a muchos dejó en claro que él era su candidato a sucederlo.

Había muerto el gobernador. Sí. Y un rumor de moscas empezó a generar un zumbido en Puebla. Ya sin su amigo, alguien tendría que cubrir su encargo.

El presidente del Congreso no sabía que en esas horas dolorosas algo se empezaba a fraguar en el centro del país. Ya por la noche, en la funeraria, se enteraría por el diputado Jorge Estefan Chidiac que el grupo de Ignacio Mier operaba en Bucareli para quedarse con la gubernatura.

Estefan se había reunido con Adán Augusto López, secretario de Gobernación, y con Alejandro Moreno, presidente del PRI, para hablar de la Operación Puebla, consistente en darle la gubernatura vacante a un amigo del diputado Mier.

El primer nombre que saldría fue el Enrique Doger. Luego vendría el de Manzanilla. Al final, el del propio Mier.

En el sótano de la funeraria se reunieron Julio Huerta, Sergio Salomón y Estefan. En la parte alta, amigos y colaboradores velaban el cuerpo de don Miguel. Sergio iba de la tristeza del duelo a la celeridad de la operación.

Había que tener los ojos bien abiertos de la iguana que comió el sábado: ojos capaces de ver a decenas de kilómetros. Y ese tercer ojo en la cabeza, ufff, qué ganas de tenerlo. Ese ojo parietal para ver los movimientos de los enemigos.

Las llamadas se multiplicaron. Estefan confirmó que Mier y los suyos querían adelantarse al barbosismo y poner al gobernador sustituto.

Al día siguiente, el presidente López Obrador arribó a Casa Aguayo para rendirle un homenaje de cuerpo presente a don Miguel Barbosa. Antes, el Congreso local en pleno albergó el cuerpo aún tibio.

El presidente de los diputados supo ahí que los cinco legisladores adictos a Mier empezaban la operación para suceder al homenajeado. Qué contrastes de la vida. Mientras unos lloraban, otros conspiraban. El músculo duerme, la ambición trabaja, dice el tango.

Al llegar a Casa Aguayo, Claudia Sheinbaum, jefa de Gobierno de la Ciudad de México, confió a doña Rosario y los más cercanos que desde Gobernación buscaban dar un golpe de mano. Al llegar el presidente inició la ceremonia.

Ya había por lo pronto una encargada de Despacho, Ana Lucía Hill, quien operaba también para quedarse como sustituta. El rumor de moscas era para entonces un zumbido intermitente.

Los minutos pasaron. El homenaje concluyó entre lágrimas. El presidente salió acompañado de Adán Augusto y Claudia Sheinbaum. Fue en ese momento que una voz convocó a una junta urgente en el despacho del gobernador.

Ahí se determinó frenar la operación de Mier y adelantarse en la puja de las decisiones. Doña Rosario dijo de entrada que a Sergio Salomón habría que mantenerlo al margen de todo porque él sería el candidato a la gubernatura en 2024 “por deseo de Miguel”. La palabra que usó fue “resguardarlo”.

Los primeros nombres empezaron a surgir. El de Julio Huerta fue el primero. La idea es que se iniciara el cabildeo con los diputados de todas las fracciones. Las cuentas no salían. Morena tenía 17 votos, pero cinco de ellos estaban bajo la línea de Ignacio Mier. Habría que cabildear con los 12 morenistas, los 9 panistas, los 7 priistas y los 5 petistas, además de los legisladores de Movimiento Ciudadano, Partido Social de Integración y del Verde. Las agujas del reloj marchaban en contra.

Doña Rosario se fue a Tehuacán, y Huerta y Sergio Salomón, junto con Estefan, iniciaron la operación. Desde Bucareli las presiones continuaban. Los cinco disidentes del barbosismo movían sus fichas. Uno por uno, los diputados Céspedes y Estefan fueron sumando al resto de la legislatura. La primera propuesta fue rechazada de inmediato.

Lo mismo sucedió con las propuestas de Bucareli. Los dirigentes nacionales de los partidos operaban también con sus bancadas. Cosa curiosa: alentaban el voto en favor de las propuestas de Adán Augusto.

Antes de que en la mesa surgiera el nombre de Sergio Salomón, Jimmy Natale, del Verde, propuso apagar los celulares. En dos ocasiones, Carlos Reyes, particular del presidente del Congreso, anunció las llamadas de Adán Augusto. Sergio Salomón le dijo que no le pasara una llamada más al tiempo de negarse a recibirlas.

En Twitter, Mario Delgado, presidente de Morena, alertó sobre un albazo. Marko Cortés, del PAN, y Noroña, del PT, se sumaron al coro de las descalificaciones. Nada de eso influyó a la hora de votar la propuesta encabezada por Sergio Salomón. Todos estuvieron de acuerdo en que él fuera el gobernador sustituto.

Los buenos acuerdos generados bajo su batuta en la legislatura dieron su fruto, y con éste se logró la casi unanimidad. Al enterarse de que sus propuestas habían sido desechadas, Daniela Mier no pudo ocultar las lágrimas. Quedaban dos opciones para los mieristas: votar contra la inmensa mayoría o sumarse a ella. Fue la segunda opción la que se impuso.

Sergio Salomón no cabía de felicidad: una felicidad extraña mezclada con la tristeza de haber perdido a su amigo, a su mentor, al hombre que lo había llevado a su nueva posición. Por la mañana del miércoles 14 de diciembre había salido de su casa como presidente de la Junta de Gobierno y Coordinación Política. En las primeras horas del jueves 15 regresaría convertido en gobernador del estado.

Gaby Bonilla, su esposa, arribó al Congreso para verlo rendir protesta entre emociones encontradas. A lo largo del día, él le estuvo informando el paso a paso de los acontecimientos.

—Me proponen como gobernador sustituto. ¿Qué dices, amor? —le preguntó a la mitad de la batalla.

—A donde tú vayas iré yo. Siempre estaré a tu lado —fue la amorosa respuesta.

La noche de un día difícil había llegado a su fin.

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