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viernes, noviembre 22, 2024

La Amante Poblana 48

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Capítulo 48

 

Una geisha

 

Mientras Lupe estaba desquiciada buscando las llaves para abrir el archivero de su marido y recuperar las fotos comprometedoras y los estudios oncológicos, Manuel estaba hundido entre las piernas de Anais.  

Una cosa había sido los asaltos eróticos en su despacho y en el restaurante, y otra muy distinta fue estar ya metido en su cama, en lo más hondo de la intimidad.  

Cuando llegó del MP, Anais lo estaba esperando tranquila, vestida solamente en su bata de satén.  

Abrió la puerta y lo abrazó tiernamente, sin sobresaltos, sin la urgencia de las veces anteriores.  

Lo condujo hacia su cuarto, le quitó los zapatos y la camisa, luego los pantalones. Era tarde. Aquel día estuvo lleno de emociones encontradas: la aventura en el tocador, los vinos, el arresto.  

No quería resolverse como una vulgar querida a la que el macho sólo llega a visitarla para cogérsela.  

Ella aspiraba a algo más que ser el objeto del deseo del licenciado. La convivencia la puso en otra posición, muy peligrosa para su temperamento.  

Anais estaba segura de que Manuel dudaba sobre ella. Se le presentó como una libertina indomable y cínica. La mujer ideal para tener una nutrida experiencia sensual, sin embargo, Senderos provocaba en ella algo más que una lujuria incontenible. Algo en su trato, en su forma, en su manera de hablar y de desenvolverse le generaba una inmensa ternura.  

Pensaba en eso, pero después se amonestaba a sí misma. No debía flaquear frente a los hombres, si no, el resultado podría ser catastrófico. Menos con él, con el más duro de todos, el más tapiado e impenetrable.  

Lo recostó en la cama y ella se le arrimó con prudencia. Semidesnuda, pero con las manos quietas.  

Si hay una cosa que a Senderos le gustaba, eso era, que la gente lo escuchara. Tomar el micrófono y hablar, y hablar aunque comenzara a repetirse.  

Eso en otras circunstancias, con otro hombre, Anais no lo soportaría. Pero él era una criatura extraña que ejercía en ella una fascinación atípica.  

Manuel no era de esos que dejara entrever si algo lo conmovía, más bien seguía protegiéndose a sí mismo en todo momento, intentando acaparar, monologando sin piedad. 

Una geisha. De repente Anais se vio frente a Manuel como una geisha; apapachándolo y escuchando en silencio, disfrutando de su presencia dominante.  

–Me da pena Fernando. Mira que haber arruinado los últimos días de su vida por complacer a esa vieja guanga 

–¿Siempre fue así? 

–Fíjate que sí. De chavo tuvo muchas oportunidades, le llovían las mujeres; por rico, por galán, pero aparte de eso, porque era a toda madre. Salió varios años con Nadia Chacín, un cuerazo de chamaca que además lo adoraba. Pero apareció Lupe y se chingó la patria.  

–Algo ha de saber hacer la vieja mustia. Esas que se las dan de muy santas son las más cerdas en la cama. Y qué bueno, yo no digo que esté mal, lo jodido es que subyuguen así a sus hombres. Don Fernando se mueve por la vida como si estuviera lleno de culpas.  

–La tiene complicada. De que lo saco del tanque, lo saco, pero va a tener que entregarle su casa a Ruy y hasta un poco más.  

–Le va a dar un infarto a la señora.  

–Por eso quiere sacarte de acá. Sabe que tiene el agua en el cuello.  

–Pero no me va a sacar de acá, ¿verdad? 

–Por supuesto que no. Si por liberarlo de urgencia le cobraría mínimo lo que vale este depa 

–¿Ya sabe Lupe que tú vas a llevarle el tema? 

–Le dije a Fernando que cerrara la boca hasta mañana, pero ahorita me mandó mensaje Concha y me dijo que el tarugo ya le habló a su mujer.  

–Me encantaría ver la escena. Tú llegando mañana a su casa, ella tragándose el sapo, tratándote como si le cayeras bien.  

–Lo que me preocupa, y mucho, es que Castro se vaya a enterar del cáncer de Fernando. Complicaría todo.  

–No tiene por qué. Los únicos que lo sabemos, creo, somos tú, Tina, Narda y yo.  

–Y sus carnales, supongo. Ha de estar aterrado. No me gustaría estar en sus zapatos.  

–No lo estás. Mírate, estás en las mejores manos.  

–¿Ah, sí? 

–Tú dime.  

–En la mejor boca, sí. A ver, convénceme, reinita.   

–¿Te gusta? 

Ay, cabrona, qué manos tienes. 

–Cállate, Manuel. Shhhh. Mírame, sólo mira.  

–Estás divina. Ven, trépate.  

–No. Tú sométeme.  

–¿Y la cazadora? 

–Está hasta la madre de cazar. ¡Hazme lo que quieras, perro!  

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