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jueves, noviembre 21, 2024

La Amante Poblana 41

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Capitulo 41

El Pelón Tagle

 

Anais tenía un gran defecto. Olvidaba las cosas.  

Olvidaba poner el despertador por las noches. Olvidaba meter el encendedor en la bolsa. Olvidaba apagar el boiler. Olvidaba las llaves dentro del carro. Olvidaba saldar las cuotas del mantenimiento. Olvidaba las letras de las canciones. Olvidaba los nombres de sus clientes. Olvidaba quitarse el rímel. Olvidaba la fecha del corte de sus tarjetas de crédito. Olvidaba el cumpleaños de sus amigos. Olvidaba los agravios de sus enemigos. Olvidaba las ingratitudes de sus amores pasados. Olvidaba temas importantes y banales.  

Dentro de las últimas cosas que había olvidado era ir a recoger la computadora que dejó con los técnicos para acceder a los archivos de Fernando.  

Recordó la computadora mientras tiraba prendas sobre su cama, pues, como le recomendó Narda, esta vez cambiaría un poco su estilo para desconcertar al abogado.  

Optó por unos pantalones negros de talle alto, un suéter beige de cuello en V y unos botines de gamuza. Como señora de Huexotitla que va al café para esperar a que los niños terminen el karate.  

Salió de su casa con algo de tiempo, el justo para poder pasar antes a la plaza donde dejó el dispositivo que le daría luces sobre la vida íntima de su marido.  

Llegó al lugar y la atendió el mismo muchacho que le recibió el aparato semanas antes.  

–Hola, vine a recoger la computadora que traje hace unas semanas. Y acá está el teléfono que tenía mi marido vinculado, para ver si ya abierta la compu puedes acceder a él también.  

El joven recogió el teléfono del mostrador y lo conectó.  

Pus ya quedó la compu, señora. Puede ver todo lo que hay en ella. A ver, permítame, a ver si puedo entrar al teléfono también. Sí, sí, le va a tener que cambiar usted la contraseña.  

–Claro, es lo que quiero.  

–Oiga, ¿y sí de verdad su marido murió o quiere abrirle el teléfono para descubrirle algo? 

Ja, supongo que vienen muchas mujeres a pedirles lo mismo, ¿no?  

Uy, a diario. Y luego hasta llegan después los señores a reclamarnos. Por eso pregunto, no crea que soy metiche.  

–No se apure, no va a venir nadie a reclamarle.  

–A ver, ¿sabe la contraseña del ITunes? 

–Sí. 

–No sea mala, digítela aquí en este espacio.  

–Listo.  

Oooki doki. Mmmmmm, ya entramos. Ahora tome el celular y en la configuración cambie la contraseña y de ahí le da aceptar a todo.  

–Ya está.  

El joven retiró los cables, cerró la computadora y le entregó el celular.  

Anais pagó y salió de la plaza.  

Cuando subió al carro, y corroborando que le quedaban aún 20 minutos para llegar a tiempo al restaurante, entró al WhatsApp.  

La lista de los chats era variopinta: proveedores, clientes, amigos, doña Lupe, su papá, los compadres del golf… 

Tardaría en encontrara alguna pista, si es que la hubiera, sobre el o los tipos que lo acribillaron.  

Había un nombre en especial que urgía encontrar; el del narco de la cava. Pastrana… 

Bajó el historial y no encontró su nombre, pero de pronto recordó que con muchos de sus clientes se comunicaba por Telegram.  

Abrió la aplicación y ahí estaba el chat.  

Comenzó a leer arbitrariamente después de subir el dedo por la pantalla. La charla se trataba, en efecto, de la obra. Dinero, materiales, rayas, citas para encontrarse, sin embargo, en determinado momento el norteño le había compartido dos contactos.  

Con ellos debía ir a recoger el efectivo para llevarlo a un tercero, un tal Pelón Tagle. 

Salió del chat con Pastrana, y encontró otro con el tal Pelón 

Las últimas frases de Fernando en ese chat le congelaron el aliento… 

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