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jueves, marzo 28, 2024

La otra trinidad

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La creencia judeocristiana habla de una santa trinidad conformada por un Dios padre, uno Hijo y uno Espíritu Santo. Tres entidades que viven en el imaginario. Nadie los ha visto, nadie los topó; sólo se crearon para hacer de este mundo un lugar con cierto orden jerárquico, incluyendo reglas, reprimendas y dualidades. 

Se sospecha que son ellos quienes sostienen la vida y reparten muerte. A quienes se les reza y se les teme a la vez.  

El Padre, se supone, dio forma a los árboles, bestias y hombres.  

El Hijo fue un experimento que se malogró (como muchos hijos) para que el tercero tuviera sentido; el de la mística y la santidad.  

Los que no creemos en toda esa extraña novela de ciencia ficción, buscamos figuras mundanas que nos conforten como la especie huérfana que somos; seres de carne y hueso que hablen, caminen, canten y hagan algo increíble (visible, tangible y audible) para confirmar que nuestro paso por la vida que, si bien es algo fortuito, azaroso y finito, no ha sido en vano.  

La imagen muestra a una verdadera trinidad. Un milagro que dio, a su vez, otros milagros que nada tienen que ver con palomas que preñan vírgenes ni niños que nacen en palurdos pesebres, pero que son lo más cercano a un hecho divino.  

El primer milagro nació en 1958 y fue fruto de la orgiástica comunión entre Vinicius de Moraes, Tom Jobim y Joao Gilberto.  

Estos tres brasileños gestaron y parieron una pieza que cambiaría la manera de entender y aplicar el orden de los sonidos: Chega de Suadade. 

Para ese momento, no antes ni después, nació el bossa nova, la voz nueva. 

¿Qué tiene de especial esta canción? 

¡Todo! Ya que es una composición en donde las tres partes que la conforman (letra, armonías y ejecución), alcanzan el mismo nivel de importancia para hacer de ella una canción total.  

El bossa nova es un ritmo de samba, pero más lento.  

Una samba-choro (una samba que llora).  

Y se consiguió gracias a que Jobim incluyó en la partitura acordes menores, y cuartas, y sextas disminuidas, lo que dota a la pieza de un carácter desconcertante, melancólico y enigmático a ratos; una bocanada de aire fresco que sorprendió al mundo del jazz.  

Por otro lado, la letra del poeta Vinicius es un pasaje de lo perdido, del anhelo y lo recuperado que, con una aparente sencillez metafórica, llena las cavidades rítmico-melódicas con una precisión de cirujano potenciando la capacidad que debe tener la música para conmover, para transmitir emociones.  

Pero sin duda, la ejecución de Joao Gilberto en la guitarra corona todo lo anterior y lo convierte en una joya suprema.  

Joao Gilberto es para la música lo que Flaubert para la literatura. 

Flaubert dio con la palabra justa al escribir Madame Bovary 

Joao con el sonido exacto con Chega de Saudade 

Lo que hizo esta trinidad luego de LA canción, fue absolutamente delirante.  

Cosas de verdaderos Dioses.  

Aunque a los dioses hoy los hayan degradado y hayan pasado de abarrotar el Carnegie Hall a amenizar las salas de espera de los aeropuertos y las filas de los Starbucks.  

Ese poco criterio y esa aguda sordera es cosa de humanos… 

Nota bene: Si usted quiere escuchar a un Dios más terrenal, vaya y descárguela gratis. 

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