¿Cómo sabemos que lo que sea que esté sucediendo va a continuar pasando del mismo modo a como siempre ha sucedido? La pregunta tiene sentido si no se tiene el mal gusto de cultivar el optimismo. También si no se practican los excesos retóricos del pesimista.
Preguntarse por la relación entre las regularidades del mundo y nuestra certeza sobre su repetición es un enigma filosófico. Pero también tiene relevancia práctica: los diseñadores de inteligencia artificial lo saben mejor que nadie. El modo en que se responde a esta pregunta tiene que ver con la tarea que la máquina desempeñará. Desde hace 20 años se intentan crear inteligencias artificiales que logren inferencias parecidas a las que hacen los científicos. Diseñar estos algoritmos involucra razonamientos distintos que los que idea el programador que confecciona a un humanoide sexual para que imite los placeres de la carne.
En la ciencia, tradicionalmente se ha respondido a esta pregunta apelando a un método de inferencia que se llama inducción. Desde casos particulares inferimos leyes generales. Parte del éxito de la ciencia y de sus predicciones se debe al uso sistemático de la inducción. El problema es que el método no es en lo absoluto sencillo.
En el siglo XVII, David Hume escandalizó a los científicos demostrando que la inducción no tiene justificación lógica. ¿Cómo es que el método con el que se hacen o se descubren leyes científicas no tiene fundamento lógico? Hume provocó una comezón que desde entonces no ha dejado de incomodar. Positivistas lógicos como Carnap y Hempel intentaron formalizar el método pero fracasaron.
A mediados del siglo XX, desde Harvard, Nelson Goodman (1906-1998) también abordó el problema de la inducción. Su objetivo era más siniestro que el de los positivistas: no pretendió resolver el problema, sino empeorarlo. La pregunta con la que Goodman logró enlodar aún más las cosas es parecida a la siguiente: ¿Qué significa pensar que las cosas ocurrirán como siempre han ocurrido?
La primera respuesta de Goodman parece obvia: depende de cómo pensamos que han ocurrido las cosas. ¿Y de qué depende la manera en cómo pensamos que han ocurrido? Pues de las leyes o principios que consideramos que las gobiernan. ¿Y esto depende de algo más? Sí: de las palabras que utilicemos para formular estas leyes. En resumen, Goodman sugiere que lo correcto o incorrecto de una inferencia científica no depende tanto de las regularidades del mundo, sino de los conceptos y palabras que utilizamos para describirlas.
Su tesis es muy fácil de comprender en otros contextos. Supongamos que los medios de comunicación afirman que cierto político continuará actuando “del mismo modo”. Sería imposible saber si ésta es una afirmación verdadera o falsa, crítica o elogiosa, a menos qué se nos dijera qué se quiere decir con “del mismo modo”. Para ello se nos tendría que especificar el tipo de regla que hace ver como similares a algunas acciones en vez de otras. Al formular esa regla, se utilizarían ciertas palabras que ayudarían a identificar tales acciones como semejantes. En consecuencia la verdad o falsedad la afirmación original estaría modulada por las palabras seleccionadas para describir la regla.
Es obvio que las palabras pesan en nuestras generalizaciones ordinarias. Por eso en el periodismo y en las humanidades no se debería censurar cierta relación promiscua e incestuosa con la verdad. Sólo las personas con un grado alarmante de chatura intelectual alardean de ser objetivos. Pero en la ciencia muchos piensan que la cuestión es diferente. Para algunos científicos escuchar que la relación de sus descripciones de la realidad es cuestión de semántica se parece a una aseveración valiente de cantina. Para esos científicos, Goodman y otros filósofos nominalistas o relativistas son sólo patibularios lenguaraces con quienes conviene esconder la vajilla de plata.
Sin embargo, hay que notar que Goodman no defiende un relativismo recalcitrante. Sólo insiste que no podemos fiarnos en un criterio epistemológico o lógico para diferenciar las inferencias buenas de las malas. Nomás eso…
El Nuevo Acertijo de la Inducción es considerado uno de los artículos más influyentes del siglo XX. Es muy recomendable para ejercitar el pensamiento escéptico, y disolver cualquier ideología.