ENTREGA X
Todos los nombres de los personajes son reales.
Todos los enredos de los personajes son ficticios.
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Porfirio Muñoz Ledo se compró un klōn por recomendación de Carlos Fuentes. Un día, en la Lagunilla, se topó con uno. Era de uso. Había pertenecido a Raúl Padilla y al hoy diputado electo Trino Padilla. Tenía un extraño olor a humedad. Muñoz Ledo lo sacudió un poco y lo mandó a una tintorería de klōnes y hologramas que está en la calle de Sullivan. A los ocho días se lo regresaron limpio y almidonado.
La primera vez que lo usó fue en una asamblea previa a la tercera campaña presidencial de Andrés Manuel López Obrador en el zócalo de la ciudad de México. Reservó una mesa en la terraza del Gran Hotel y se disfrazó para ver a través de unos catalejos a su klōn. Se puso un gazné morado, un sombrero Panamá, un traje blanco de lino y unos mocasines sin calcetines. Unas gafas Gucci cerraron el atuendo. Su klōn iba vestido de traje café caca. El prohombre lo llamaba simplemente Billy. Por Billy Wilder, su cineasta de culto.
López Obrador presentó al falso Muñoz Ledo como si fuera el último patriota. El klōn levantó los brazos y agradeció los cumplidos musitando ¡Chas gracias, chas gracias, chas gracias! A su lado, Manuel Bartlett le empezó a comentar algunos aspectos relacionados con la reforma energética. Le hablaba al oído mientras López Obrador seguía presentando a las personalidades ahí reunidas. Desde lo alto, metido en su gazné, el verdadero Muñoz Ledo empezó a sudar frío. Temía que Bartlett descubriera la suplantación. Billy el klōn parecía escuchar muy atentamente al autor de la Caída del Sistema y sólo movía la cabeza afirmativamente. Bartlett se descontroló. No entendía por qué su compañero de ruta estaba de acuerdo con lo que en teoría tendría que estar en desacuerdo. El propio López Obrador estaba en contra. Fernández Noroña También. ¿Por qué Porfirio se manifestaba a favor? Bartlett estaba a punto de reclamarle a Muñoz Ledo cuando el candidato presidencial lo volvió a presentar, ahora, como el último demócrata. Billy aprovechó la distracción para colarse entre los invitados y escapar. A cada abrazo sólo respondía chas gracias, chas gracias, chas gracias.
Un escolta llevó al klōn con Muñoz Ledo. El prohombre ya se había metido siete whiskies. Billy pidió uno doble. Un whisky japonés de 17 años (de una sola malta): Hibiki. Bebieron hasta desconocerse. Muñoz Ledo se fue a su casa a dormir y dejó a Billy en la calle pateando botes toda la noche.
Se dicen cosas horribles de Billy.
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Paola Tinoco se tomó el octavo mezcal del día en el restaurante Los Arcos, de Zapopan, y soltó un eructo que hizo reír a quienes la acompañaban. En su mesa estaban Beatriz Rivas, Alberto Chimal y un joven escritor poblano que quería publicar en Anagrama, y no pudo.
—A ver, mana —le dijo a la esposa de Francisco Martín Moreno—: ¡Herralde es mi brooo, uey! ¡Hemos chupado juntos, hemos oído a José Alfredo hasta caernos de pedos, me ha prestado su klōn cuando voy a Madrid para que me haga compañía! ¡Su klōn se llama Balcells, como Carmen Balcells! ¿Cómo te explico que lo amo, uey? Lo amo como amo a Sergio González Rodriguez. Se me murió mi hermanito, Chimal. (Llanto). Tú sabes cómo lo quería. Lo extraño un chingo. Y ya de Nacho Padilla ni hablamos. (Llanto).
Los aguachiles iban y venían. La influyente dealer de Anagrama y Colofón no dejaba hablar a nadie. Estaba eufórica. Minutos atrás había hablado con Irving Welsh, autor de Trainspotting, quien la invitó a dar una charla en la universidad Heriot-Watt, en Edimburgo. Dijo lo mismo que de Herralde, González y Padilla. Palabra por palabra. Lágrima por lágrima. Y lo hizo metida en sus célebres gafas blancas de pasta que la hacían parecerse a Nicolás Alvarado, sólo que sin la gracia, la ironía y el talento de éste.
Antes de pedir el décimo mezcal ya había confesado sus filias y fobias. Éstas eran superiores a las primeras. Odiaba a los escritores. Sobre todo a las escritoras. Las que tenían buena pierna, en tercer lugar. Las que tenían rostro de ensueño, en segundo lugar. Las que dibujaban el mundo con su culo, en primer lugar. Dijo algunos nombres con la mirada más oscura que alguna vez se le haya visto.
A la hora del amigo, cuando desde una mesa un escritor pudiente le mandó una botella de mezcal (espadín con pechuga de guajolote), dijo muy ufana que la literatura mexicana actual le debía todo, que ella sería recordada algún día como la Carmen Balcells mexicana y que Herralde la quería tanto que ya le había mandado a hacer su klōn en Noruega.
“¡Con todo y estas piernotas que me cargo, uey¡”.
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Al principio de la comida en Los Arcos, Paola Tinoco les habló de un personaje cautivador —“un mexicano seductor”, dijo ella— que le había ofrecido trabajo: Bernardo Domínguez Cereceres, presidente de la editorial Malpaso.
“Es un personaje de ensueño, y tiene una historia similar”, dijo. Y pasó a contarles que era muy amigo de Jordi Pujol Ferrusola, hijo del ex president de la Generalitat de Cataluña.
Les confió que el empresario llegó a Barcelona en 2013 con la idea de montar una editorial. Tenía dinero, y se asoció con Malcolm Otero Barral, fundador de Barril & Barral, y con Julián Viñuales, de Global Rhythm Press. En tres años la empresa editorial se fue a las nubes. Todo mundo quería estar en su catálogo. Tenía unas instalaciones de lujo en la Gran Vía de Barcelona, y se daba una vida de rey. Tan grande era el lugar que había habitaciones vacías.
“La gente empezó a decir que Bernardo le lavaba dinero a Pujol. ¡Chale! Pinches envidiosos”, comentó Paola. Y siguió narrando.
Por ella se enteraron que Pujol y “Bernie” abrieron un restaurante de lujo en Barcelona. En la inauguración, por cierto, no faltaron los mariachis y el tequila. Malpaso llegó a publicar al año doscientos títulos, pero las ventas no llevaban la misma prisa. Los sueldos eran altísimos, la nómina creció brutalmente, los pasivos también se fueron al cielo.
“Bernie compró Libros del Lince y la editorial gráfica Dibbuks, así como las editoriales Biblioteca Nueva, Salto de Página y Minerva, uey”, subrayó Paola.
Cuando llegaron los célebres aguachiles de Los Arcos a la mesa, pasó a dar detalles sobre la espectacular fiesta que organizó Bernie en la Feria de Frankfurt: “Se gastó 60 mil euros en esa fiestecita y se vaciaron cuarenta botellas de tequila”.
—¿Por qué no te has ido a trabajar con Bernie, Paolita? —preguntó Beatriz Rivas.
—No, uey, ya estaba por decir sí cuando supe que ya lo mandaron a declarar por el escándalo de los Pujol. Te digo que lo acusan de lavar dinero. De hecho, en Acapulco abrieron un hotel de ensueño llamado Encanto. Lo hizo Aragonés, el de la Casa Blanca de Peña Nieto. A la inauguración fueron los papás de Pujol: ¡el mismísimo ex president de la Generalitat! ¡Herralde dice que están por echarle el guante, cabrón!