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sábado, noviembre 23, 2024

Se dicen cosas horribles de ti / 02

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ENTREGA II

Todos los nombres de los personajes son reales.
Todos los enredos de los personajes son ficticios.

 

4

En otro vuelo llega mi esposa, Alejandra Macchia: escritora y lectora. (Ninguno de los dos imaginábamos entonces que meses después terminaríamos). La recibo en el hotel. Me reprocha que no haya ido a recibirla con mariachis al aeropuerto Juan José Arreola, que es de segunda clase. El Rulfo es de primera. Y hay uno de tercera: el Jaime Labastida, que no es de Jalisco sino de Sinaloa, pero es el presidente de la Real Academia Española, capítulo México y subcapítulo Tlaquepaque.

A Jaime Labastida lo sorprendo en el hotel Quinta Real tomando el sol con un ujier. Éste, solícito, le arregla los mocasines azules y le peina las canas que brillan alrededor de una calva académica. También le unta bloqueador para que las mejillas rosas no se bronceen. Labastida se columpia a los ojos del ujier, quien lo mira con un odio sazonado en largas jornadas. Labastida sonríe mientras sus piecitos flotan en la silla voladora del jardín. Luego entrecierra los ojos y parece recitar un poema. Un poema suyo, por supuesto. Se siente Alfonso Reyes en su casa de descanso. Homero en Cuernavaca.

Alejandra quiere ver a Emmanuel Carrère en la Sala 1 y se va tres horas antes para hacer fila. En ese tránsito descubre que su novela Lo que Facebook se llevó está en la zona de bestsellers de Penguin Random House. Su ego se inflama. Ya formada en la fila de Carrère ve pasar a unos centímetros suyos a Miguel Sáenz, traductor de su admirado Thomas Bernhard, con quien se escribe desde hace meses. Don Miguel viene de cruzar el Atlántico y es víctima del inevitable jet lag. Quedan de verse para platicar. Yo me sumo a la comida.

Don Miguel es bueno como el pan, pero, además, brillante, culto, sencillo, políglota. Y gran bebedor de tequila 7 Leguas blanco. Comemos en La Reforma Uno. Sólo comida mexicana. El traductor de Bernhard, Günter Grass, Kafka y Salman Rushdie fue piloto aviador en la Armada de España. Por eso cuando se pone de pie, pese a los inumerables tragos de tequila, está más entero y derecho que la Torre Trump. Él no lo sabe en ese momento, pero Alejandra lo convertirá en personaje de un cuento delirante: “Bernhard se muere”.

Cuando llego a la Sala 1 ya hay un letrero escrito a mano que dice “cupo yeno”. Para hacer tiempo entro a la Sala 2. Ahí está Enrique Krauze hablando de sí mismo. Y de Clío. Y de Letras Libres. Y de sus hijos León y Daniel. Mientras habla, mira a su nueva esposa: una señora con más canas que María Kodama que es hija de José Luis Martínez. Ella lo ve embelesada mientras él habla ahora de Octavio Paz. De Octavio Paz y de él mismo. De Octavio Paz elogiando al historiador Krauze. De Octavio Paz celebrando al empresario Krauze. Decido cambiar de sala en lo que Carrère, aburrido, escucha a otros hablar sobre su obra.

Entro a la Sala 3 y veo a Juan Villoro hablando sobre Messi y la próxima copa del mundo. Cita a Jorge Valdano para hablar de Maradonna y de Cruyff. Luego se pone a hablar sobre los jóvenes desaparecidos de Ayotzinapa y se declara “el último demócrata”. Pienso en el solitario Woldenberg bebiendo café en el Westin.

 

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En la Sala 4 está Gaby Vargas y en la Sala 5 Yordi Rosado. Antes hacían libros juntos. Hoy tomaron caminos diferentes. Es un decir porque se pelean los temas y las maneras de abordarlos. Juntos hicieron Quiúbole con… tu cuerpo. Hasta ahí todo iba bien. Ganaban ellos y ganaba Penguin Random House. El problema empezó cuando Yordi se sintió John Lennon y rompió con los Beatles. Entonces publicó Quiúbole con… tus nalgas y Quiúbole con… tu escroto. Gaby Vargas, en tanto, publicó casi a la par Quiúbole con… tus chichis y Quiúbole con… tu celulitis.

En la Sala 4, ésta presenta Quiúbole con… tu estatura (en obvia referencia a Yordi, que es casi enano) y éste presenta Quiúbole con… tu menopausia (dedicado, inevitablemente, a la hermana de los señores Vargas, defenestradores, por cierto, de Carmen Aristegui en MVS).

 

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Regreso a la Sala 2, la de Krauze. El último liberal mexicano cita ahora a Gabriel Zaid, quien escribió que el dueño de Letras Libres es una especie de estadista, pero de la sociedad civil. Krauze reflexiona sobre las palabras de Zaid y decididamente dice que coincide con él. Su María Kodama lo sigue viendo, embelesada.

Un hombre idéntico a Carlos Fuentes entra con una elegancia que perturba a Krauze, que no le quita los ojos de encima a quien en su momento llamó El Guerrillero Dandy. En sueños ya se le había aparecido, pero nunca en la vigilia. Fuentes, o quien parece ser Fuentes, se sienta en la primera fila metido en una descripción que hace mil años publicó Pepe Buil:

“Traje ligeramente beige, de solapa delgada y corte como un teodolito de tan exacto, camisa levemente azul, corbata definitivamente negra. El cartier asomaba apenas del puño. La tez, con un bronceado de esos que parecen naturales, conseguidos con método y mesura, periódicamente. (…) El pelo, cuidado hasta la perfección (la orzuela sería inconcebible) se ondula, sinfónico, hacia atrás, con un caoba suave y una ligerísima decoloración causada por los rayos solares. El bigote, recortado con toda la naturalidad, recuerda la impresión de una reportera de la UIP que lo entrevistó en New York: como el de Omar Shariff. Las gafas, que parecen diseñadas ex profeso, dan armonía al rostro y a ese perfil aguileño”.

El historiador da por terminada abruptamente la conferencia. Algo en él se ha desafinado. El fantasma de Fuentes sonríe al verlo marcharse.

Se dicen cosas horribles de Enrique Krauze.

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