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domingo, noviembre 24, 2024

Sigilo 60

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Capítulo 60

 

Las razones del ángel

 

I

Estos meses han sido una época turbulenta, alejada de la esperanza y muy cercana a la muerte fácil, a la destrucción y a la lucha por el poder. En este paraje, antes denominado Cuetlaxcopan y al que varios cronistas han querido ubicar como escenario de las cruentas guerras floridas en que se enfrascaban los pueblos prehispánicos, hombres y mujeres actuales se han enzarzado en batallas inverosímiles desde trincheras cuestionables.

A manera de conclusión, estimados asistentes, les anuncio que muy pronto verá la luz mi libro sobre la secta del sigilo, Las hermanas de la luz: el poder destructivo de una secta mexicana. En él podrán ustedes encontrar quizá algunas respuestas a las muchas preguntas que no han podido resolverse en esta breve charla.

Tres puntos deberán ser explorados en el futuro con mayor minuciosidad y soportes fidedignos. Uno, si como afirman dos o tres sobrevivientes de la sociedad secreta, las calamidades de ese día (y muchas de las anteriores que flagelaron a este espacio urbano) se debieron a la apertura descuidada del sigilo construido en la casona de la señora Catalina García, el cual se cerró cuando las oficiantes del culto trataron de sacrificar a la hija de la señora Ruiz. Umbral esotérico por el cual habrían estado entrando y saliendo entidades malignas mucho antes de que las líderes del grupo se dieran cuenta de ello. Lo cual sucedió a partir de la caída del helicóptero de unos políticos prominentes, a quienes una de ellas les ofreció la protección de entidades angélicas. Intuyeron entonces que sus propios infortunios eran consecuencia inesperada de sus ritos ocultos. Vicisitudes no fortuitas que ocuparon calles y avenidas, causando aflicción y daño a sus moradores. Actividad de seres maleficentes que estuvo atrás de la muerte, suponen estas prosélitas, de varias hermanas de la luz, así como de la descomposición notable del tejido social, del incremento de la violencia a niveles nunca vistos en esta urbe, y de la futura ruina de quienes formaron parte de esas actividades clasificadas por la iglesia como satánicas. Una teoría descabellada, pero sus adeptos le encuentran sustento en la sorpresiva desaparición de casi todas las calamidades que se habían cernido sobre los poblanos, exactamente la mañana siguiente a la destrucción de la casa de la 2 Oriente.

Dos, la naturaleza real de la menor Aramis Ruiz, a quien se le atribuyen características y prodigios sólo compatibles con los atributos de una entidad angélica. En algunos manuscritos del siglo XVI se señala la posibilidad de que los ángeles encarnados sean la respuesta de lo sagrado a los rituales de John Dee, quien habría fracasado en construir un artilugio para comunicarse con algún espíritu superior, pero diseñó un portal por el cual entrarían en esta esfera y encarnarían en seres señalados. Una de esas entidades, muy cercana o similar al arcángel Miguel, habría utilizado como continente de su manifestación a la niña Amaris.

Tres, la situación actual de todas las sobrevivientes y la posibilidad de que se reconstruya la siniestra cofradía y pueda reemprender su labor de engatusar a mujeres incautas o, como algunos pretenden, celebrar ceremonias equívocas con resultados adversos a sus fines originales.

Por el momento agradezco su atención. Los dejo con la siguiente ponente, María Isabel Peynet.

 

II

El escenario se apaga. La doctora Teresa Ameghino desaparece detrás del telón. Se va despidiendo de los organizadores y de los empleados que le han servido de guía y compañeros en estos tres días del ciclo de conferencias.

Muchos la ven con admiración por ser la única capaz de hablar de “esos días” en que la gente rica se fue y dejó a los demás a merced de un territorio en llamas.

Teresa sube a su auto y emprende el camino desde el centro de convenciones de Puebla hasta la carretera a la Ciudad de México.

¡Qué difícil es el público de Puebla!, piensa. Siempre la ha sorprendido la falta de entusiasmo o de reacción de asistentes determinados a no dejarse impactar. Ni porque pasó todo en su ciudad capital, se dice, en un esfuerzo por consolarse. Los pocos aplausos del final la metieron en una espiral de preguntas sobre su discurso, su kinésica en el escenario, el volumen de su voz. ¿Qué le faltó? Recuerda una vez que acudió a presenciar una conferencia de Deepak Chopra al Auditorio del Centro Cultural de la Buap.

Con audífonos para la traducción simultánea, en un lugar abarrotado y un ponente que repetía -inmóvil en el escenario- las mismas fórmulas de sus libros. Cuando terminó su exposición, el auditorio entero se venía abajo con aplausos y sonrisas entusiastas. Quizá porque los espectadores quedaron impactados por las teorías personales del médico hindú, como eso de que cada siete años somos una nueva persona, porque cada siete años termina un proceso de reposición de células de tu cuerpo. ¡Quién fuera de verdad otra persona después de siete años!, piensa Teresa. Así se borrarían divorcios, malas decisiones, abandonos, derrotas. Aunque también se irían las alegrías y los amaneceres de grandes descubrimientos. Las pasiones de la juventud, las ansias de conquista, el duelo amoroso de los amantes. Suspira, movida por algún dolor añejo. Yo no claudicaría uno solo de esos días, concluye, al tiempo que toma la Avenida Hermanos Serdán hacia la carretera a México. Recuerda que no aplaudió al final de la charla de Chopra. Al contrario, en su momento consideró un timo aquella charla llena de lugares comunes y chistecillos simplones.

Una llamada de celular interrumpe sus pensamientos. Pone el bluetooth y contesta. La voz de un hombre, integrada a una nube de estática, se deja escuchar a pesar del tráfico de la hora pico.

—Teresa, habla el doctor Susunaga, el hematólogo de la señora Valentina.

La investigadora tarda en reaccionar. Sabía del médico por las grabaciones únicamente.

—Dígame, doctor, en qué le puedo ayudar. Vengo manejando en carretera…

—Sí, sí, disculpe. Sólo cumplo un encargo.

Los señores Ruiz están ya sanos y salvos en otro país. La señora me encargó darle a usted las gracias por haber aceptado escuchar las cintas… Y por echarse a cuestas la tarea de denunciar a esta secta y evitar que se repitan historias así.

—Doctor, dígame, ¿todos sobrevivieron?

—Si se refiere a la señora Valentina, su esposo y su hija, más la nana de la niña, sí, todos sobrevivieron.

—¿Cree usted que se molestarían si me dice dónde se encuentran?

—No creo que se molesten. Se fueron a Houston, a recoger a la primera hija de la señora Valentina. De ahí se fueron a otro país.

—¿Con una niña enferma? —La pregunta le parece necia. ¿A ella qué le importan las decisiones de otras personas?

—La niña ya no está enferma. Mire, le mando una fotografía…

La investigadora se detiene en una gasolinería para mirar con detenimiento la imagen. Una hermosa familia, con dos niñas, una de enormes ojos azules y cabello casi blanco, y la otra morena, de pelo castaño, ensortijado. Atrás de ellos, la figura de una joven rubia refulgiendo bajo el sol de un atardecer dorado. Alguien les tomó aquella fotografía en ese paraje de tonos parduscos.

—¿Eso que se ve al fondo es el monte Kanaim? —pregunta la mujer, repasando en sus tarjetas mentales todos los paisajes desérticos visitados en los últimos 10 años.

—Pudiera ser, doctora, pudiera ser. Como sea, le estoy mandando por WhatsApp un mensaje de voz de la señora Valentina. Me pidió que se lo compartiera. Yo, a petición de ella, no lo he escuchado ni lo escucharé. Digamos que es sólo para sus oídos.

La investigadora sonríe. No le cabe duda, en la imagen aparece uno de los parajes más simbólicos de Israel. Ahora está segura de cuál es el verdadero milagro, aquel cuyo secreto quedará enterrado durante milenios bajo el polvo rojizo de esas lejanas tierras. Un misterio que solo se revelará cuando los ángeles regresen al mundo por voluntad divina –y no por caprichos humanos– a destruir las ciudades y sus laberintos, los clústers donde aguardan con paciencia los monstruos de la depravación y la muerte.

De regreso en la carretera, Teresa abre su WhatsApp para escuchar el mensaje reenviado. La voz de fuerte acento chilango de Valentina la sumerge en un torbellino de expectativas: ahora sabe que nada la detendrá en su búsqueda de la “divina familia”. Y para cuando la encuentre, quizá el mundo esté ya preparado para escuchar su historia.

La autora de las cintas le narra en esta nueva grabación lo ocurrido después de la destrucción de la casa de Catalina García López. Una información que todavía no daré a conocer, piensa Teresa. Las voces que empezó a escuchar desde que el sacerdote le contara su epopeya le aconsejan callar por el bien de una raza que todavía debe crecer en conciencia. Lo ocurrido en Puebla es una muestra trágica de lo que podría pasar, ahora lo sabe bien, si el conocimiento del sigilo cae de nuevo en manos de gente egoísta y ambiciosa. Las imágenes de la familia regresan a su memoria. Visualiza a los esposos, de noche, abrazados en una cama iluminada por la luz de la luna. Ve a las niñas corriendo en un oasis del Oriente Próximo y, muy cerca de ellas Maribel, ese ser de luz siempre atento a su misión en la tierra.

Teresa aprieta el acelerador y se abisma en la bajada de Río Frío con inusual confianza. A lo lejos, en el cielo contra el que se recortan los dos volcanes, el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, una nube empieza lentamente a formar la sonrisa de un ángel.

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