“A excepción del hombre, ningún ser se maravilla de su propia existencia”.
Arthur SCHOPPENHAUER
El poeta alemán Friedrich Hölderlin apunta que el hombre habita la Tierra prosaicamente, es decir, trabajando, fijándose objetivos prácticos, intentando sobrevivir.
También poéticamente… cantando, soñando, gozando, admirando.
La vida humana está, indudablemente, entretejida de prosa y poesía.
Todo ser humano habla dos lenguajes.
El primero denota, objetiva, concreta… se funda en la lógica y la razón.
El segundo, habla más bien a través de la connotación, utiliza la analogía y la metáfora; intenta traducir las emociones y sentimientos, permite expresarse al alma.
Dos seres coexisten dentro de nosotros, el del estado prosaico y el del estado poético.
Estos dos seres constituyen nuestro ser. Son sus dos polaridades, necesarias la una a la otra.
Si no hubiera prosa, no habría poesía.
El estado poético sólo se manifiesta como tal en relación con el estado prosaico.
Ambos estados pueden oponerse, yuxtaponerse o entremezclarse.
En nuestra civilización Occidental moderna se han separado prosa y poesía. La vida de trabajo y la vida económica se han visto invadidas por la prosa.
La poesía ha sido encerrada en la vida privada, del ocio, de las tertulias y de las vacaciones.
La prosa del econocratismo y del tecnocratismo, que reduce la política a la gestión, triunfa en el mundo occidental.
La prosa de la democracia que hace crisis por doquier. Vomitando deformidades como la cleptocracia o la kakistocracia.
Sólo por algún tiempo, sin duda, pero es el tiempo presente.
Hölderlin alertó de la crisis de la época moderna: un tiempo de transición que ha perdido a los dioses y la conciencia de lo sagrado, en el que el hombre se halla en peregrinación hacia la nada o hacia un nuevo renacer.
El genial poeta alemán lo llamó “el tiempo de la indigencia”.
Ese en el que los antiguos dioses han desaparecido y los venideros, si es que los hubiere, no han llegado todavía.
Las ruinas de la promesa poética de cambiar la vida son aún voces al viento.
El ritmo vital del ir y venir es un ciclo infinito de tiempos y contratiempos.
La certeza me invade al pensar que la Humanidad necesita tanto de la prosa lógica, técnica gestionadora y constructora, como de la plena conciencia de las necesidades poéticas del Ser.
“Un hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando piensa”, dice Hölderlin.
¿Qué hace de mi vida una vida digna de vivirse? Lo que equivale a: ¿a qué debo mi dignidad humana, ¿qué hace que mi vida tenga sentido?
Estas preguntas no son preguntas “académicas”, sino todo lo contrario. Pertenecen a nuestra realidad y son las preguntas de todo el mundo.
No hay forma de escapar de ellas. Sócrates sostiene incluso que nacemos para lidiar con ellas.
Nietzsche expresa, en una sencilla frase, la turbulencia y el vaivén de los tiempos actuales. Aunque este señalamiento provenga de alrededor de 1887, resulta diáfano y actual:
“El signo más universal de la edad moderna es que el hombre ha perdido la dignidad hasta un punto increíble”.
Hemos matado a Dios y el loco de Nietzsche comprende la magnitud y el horror de este acontecimiento. Porque, según él, a esto sólo pueden seguir “doscientos años de nihilismo”.
El nihilismo es una corriente filosófica que niega la existencia y el valor de todas las cosas (creencia o moral religiosa, política o social).
No existe ser supremo y por lo tanto la vida no tiene sentido.
La descripción más concisa de Nietzsche reza: “Nihilismo: falta la finalidad; falta la respuesta al ¿para qué?”
Para el nihilismo no existen principios ni dogmas de ningún tipo, ya sean religiosos, morales, políticos, culturales.
Y afirma que, la cultura occidental está en camino de lograr su propia ruina. Sus valores y creencias han entrado en decadencia.
El filósofo Kierkegaard, padre del existencialismo, hizo la siguiente observación hace más de 150 años:
“Nuestra época recuerda la de la decadencia griega: todo subsiste, pero nadie cree ya en las viejas formas. Han desaparecido los vínculos espirituales que las legitimaban.”
De ahí, que no me parece raro, que el nihilismo pueda apoderarse, sin mucha dificultad, de nuestras miserables almas.
Solo con una mirada profunda hacia nuestro interior, podemos llegar a cuestionarnos la vacuidad, la nada en la que nos movemos, si al final solo nos espera la muerte.
Sin embargo, Sócrates nos recuerda: “Una vida sin examen no merece ser vivida”.
Vivimos para hacer preguntas, y las preguntas más importantes son esas que acabamos de mencionar.
El filósofo griego manifiesta que los seres humanos poseemos una naturaleza dual.
Puesto que somos carne y sangre, tenemos una existencia física, terrenal, con instintos, corrientes, pasiones…
Pero también somos seres espirituales, sabemos sobre la verdad, la justicia, la compasión, la libertad, la bondad…
Prosa y Poesía, manifestadas en la esencia del SER.
Hasta el propio nihilismo, en su función más introspectiva y trascendente, nos obliga a cuestionarnos profundamente.
Negar para afirmar. Y destruir para crear.
El surgimiento de un Ave Fénix existencial.
Un Ave Fénix que sintetice y comprenda pensamientos y emociones de un mundo dividido. Occidente y oriente. Norte y sur. Liberales y conservadores. Ciencia y espiritualidad.
En lo opuesto, en la negación del ser… está la comprensión. Y la posibilidad de síntesis.
Intuyo que, para la creación de esa Nueva Humanidad, necesitamos, de inicio, la creación poética.
Posteriormente, podremos desarrollar y enarbolar una prosa estructurada, didáctica, organizada. Que comparta sentido y coherencia.
Porque la poesía, el lenguaje de la literatura, es el único instrumento que tenemos para comprender y comunicar nuestras experiencias vivenciales y emociones más profundas.
Y éstas son las que, al final de nuestro camino, nos proporcionarán la profunda gratitud existencial ante el “absurdo y luminoso juego de la vida”.
Dedico estas líneas al “apasionado poeta”
y “tartufo escritor de prosa” que me incitó a tomar la pluma.