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miércoles, septiembre 24, 2025

Ciencia y poesía Objeto indestructible

 Roald Hoffmann

 

Ingeniería de servilleta

Imagínate que no fuéramos esa carne suave

que se desgarra en pernos oxidados y astillas

sino algo mucho más duro, algo que brilla.

Que todas esas linfas, puses, caóticos fluidos

que discurren por autopistas de metástasis,

o justo por sucias cañerías con residuos

aparcados en doble fila en cada curva, que

toda esa viscosidad sangrara. Imagínate,

un nosotros mejor, no un ensayo de construcción

corpórea de algún micólogo chapucero, sino algo diseñado

para durar: en brillante acero 304 inoxidable, o hierro

en barra fundido al vacío, un complejo de trampas,

cámaras, centros de bombeo (ninguna arteria

endurecida aquí; una molécula a 10-10 torr

puede viajar una milla antes de rozar con otra).

Este es el concepto eficiente, un dos piezas

acoplado en cuerpo, extremos soldados

sin fisuras para reducir cualquier riesgo

de contaminación, juntas de pestaña, más

herméticas que las tuercas en situaciones

ajustadas. Las señales vienen a través de membranas

cargadas en mosaico, hay altavoces para nuestro haz

y necesidad de iones, para alimentar esos largos, fríos

chorros de láser que fluyen por la camisa de la bomba

gris, sobre paletas refrigeradas, regulados según curvas

de control de pata de perro; control, los ordenadores

lo conocen bien. Las energías necesitan entrar y salir,

por orificio en placa enfriada, pezones reducidos. A

medida se ejecutan penetraciones según demanda.

¿Montaje? En cualquier posición. Quién necesita

fantasía, este vacío alto entre los altos.

El mecanismo, una tuerca de láminas de bronce

autolubricante en la cubierta, puede controlar

el flujo en una cruz cúbica de seis vías, pasea

al perro, cuelga al hombre. ¿Una mancha de herrumbre?

¡Imagínate eso! Lija, lista la pistola iónica,

raspa arriba, raspa abajo –es materia, aprieta.

Cediendo

A 1,4 millones de atmósferas

el xenón, un gas, se hace metálico.

Entre el apretado bisel de un yunque de diamante

trozos de grafito dentados forman glóbulos

por efecto de un láser YAG. Nadie

ha visto carbono líquido. Trata

de imaginar ese mundo denso

entre imperturbables diamantes

cuando la presión aumenta,

y el entramado de una sal

sufre, nucleándose en los defectos

un cambio a un orden más ajustado.

Trata de ver un hervor de grafito. De

imaginar una mano, en una prensa,

en un sótano de Buenos Aires,

una tosca prensa, fácil de girar

con una mano, buena para quebrar

un dedo de la mano de otro

hombre, el hueso asomando,

para ser aplastado de nuevo.

No. Vuelve, sube hacia arriba,

hacia arriba como el buceador

con el tubo cortado, arriba, rápido,

al mundo ordenado de rubí

e hidrógeno a 2,5 megabares,

el hidrógeno coloreándose al acercarse

a la metalización, pero tú oyes

el grito en el sótano, ¿verdad?,

y el buceador sube demasiado rápido.

La diferencia entre  el arte y la ciencia

Para Jorge Calado

De esta pintura de Munch,

una persona sufriendo sobre un puente,

las manos sobre sus oídos, el observador

podría raspar una minúscula

mota naranja, podría

ponerla sobre un portaobjetos, sintonizar

los rápidos rayos que giran

bajo los aparcamientos y los estadios

de futbol, aguijoneados por el empujón

etéreo de los imanes, enfocar, porque ese

es su oficio, las partículas de sonda

(lujosas piedras calibradas)

para su desgarrador, dibujado impacto

en la pintura. Lo que se busca

es la fuerza del grito.

Pero la intromisión de la partícula es

muy fuerte, libera sólo

moléculas de pintura, en patente

demostración del Principio

de Incertidumbre. La pintura cuelga;

el cielo noruego y el puerto

recogen el grito, reflejándolo

hacia el cráneo del observador.

Allí, resonando, se produce el cambio.

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