“La verdadera Sabiduría es reconocer tu propia Ignorancia”
Sócrates
“La sabiduría y la disciplina son lo que han despreciado los que simplemente son tontos”.
Esta cita proviene del Libro de los Proverbios del Antiguo Testamento. Libro dedicado precisamente, a las citas del rey Salomón, hijo de David, rey de Israel.
Sin duda alguna, la figura del rey Salomón es identificada como prototipo del poseedor de la sabiduría en el Antiguo Testamento.
De él sabemos que, en oración ferviente y sincera, pidió a Yahveh “sabiduría en lugar de pedir larga vida, o riquezas, o la muerte de sus enemigos”.
La fama de su gran sabiduría traspasó muy pronto los límites o las fronteras de su reino e hizo que acudieran a él gentes de todos los pueblos de la Antigüedad oriental de su tiempo, con el fin de escuchar su sabiduría (1 Reyes / 3 Reyes 5, 14 / 4, 34).
Los proverbios del citado libro han sido recopilados con el fin de aprender a “discernir los dichos en entendimiento; para recibir la disciplina que da perspicacia, justicia, juicio y rectitud; para dar sagacidad a los inexpertos; conocimiento y capacidad para pensar al joven” (1, 2-4).
Una y otra vez aparece manifestado en este libro Sapiencial del Antiguo Testamento, el valor inapreciable de la sabiduría.
Estas líneas, de los versículos 14-17 del capítulo 3, me parecen extraordinarias y llenas de virtud:
“Más vale adquirir sabiduría que adquirir plata; y mejor es conseguirla que conseguir oro purísimo. Más preciosa que perlas es la sabiduría; y todas las joyas no le son comparables. Larga vida hay en su diestra; y en su siniestra, riqueza y gloria. Los caminos de la sabiduría son caminos deliciosos; y todos sus senderos son paz”.
Más allá de que la Biblia sea el texto fundamental de tres de las religiones más importantes del planeta, el Libro de los Proverbios debería ser una lectura obligada para todas las personas que buscan comprender la substancia y la trascendencia de la existencia.
Por supuesto, la meditación sobre su soberbio y profundo contenido, y como consecuencia la puesta en práctica, no le caería mal a casi todos los dirigentes de este mundo.
Así como en Oriente existen textos de Buda o de Confucio o de Lao Tsé que se aplican en cualquier parte del planeta y que no importa nada en absoluto el origen, ni la religión, ni nada que no sea la esencia álmica de la persona.
Así también, la narrativa del Libro de los Proverbios es para todo aquél que quiera abrir su corazón y aprender enseñanzas que nos proporcionarían sin duda, recompensas espirituales, bienestar material y prosperidad existencial.
Sin embargo, es preciso y diligente mencionar, como lo hace también el citado libro bíblico, el peligro que representan los necios y aquellos que se sienten sabios.
Son muy numerosos los versículos del Libro de los Proverbios que nos ofrecen una contraposición entre la sabiduría y la necedad, entre el sabio y el necio.
De entrada, esto no es ninguna casualidad. Y pareciera que muchas de esas referencias bíblicas, se aplican “como anillo al dedo” a muchos de nuestros actuales dirigentes en países de diversas y heterogéneas idiosincrasias.
“El corazón del inteligente busca ciencia; y en cambio la boca de los necios se alimenta de necedad” (15, 14).
Estas dos son iluminativas y esclarecedoras: “Si reprendes al escarnecedor, te odiará; si en cambio reprendes al sabio, te amará” (9, 8).
“Los sabios no hacen ostentación de su ciencia; mas la boca del insensato es causa de ruina próxima” (10, 14).
El refranero popular ofrece, por su parte, toda una serie de paremias, algunas muy significativas.
Unas se refieren al gran valor de la sabiduría frente al nulo valor de la necedad. “Más vale un día del discreto que toda la vida del necio”. O “Hablar con necios es desperdiciar el tiempo; hablar con sabios es bien emplearlo”.
Es evidente que frente al concepto de sabiduría y de inteligencia está el de necedad, insensatez, simpleza o falta de seso.
El corazón del necio –dice el Eclesiástico (21, 17)– es como un vaso quebrado. No retendrá sabiduría alguna.
Por el otro lado, se exhibe de la misma manera, la imprudencia que representa la vanidad. O más profundamente la soberbia.
Me viene a la memoria una frase de mi madre. Ha sido tan significativa que es prácticamente, para mi, un aforismo:
“Mijito, cuídate de la soberbia. No es un pecado. Es el peor de los errores. Porque los pecados se pueden perdonar, pero los errores los pagas toda la vida. Y la soberbia es la madre de los errores”.
Debo de reconocer que cuando me la dijo la primera vez, en mi adolescencia, no la comprendí a fondo. Hoy, tengo la absoluta certeza que es una verdad dura y brutal. Implacable.
El Libro de los Proverbios advierte que se ha de rechazar el engreimiento que puede suponer considerarse a sí mismo sabio: “No te consideres sabio a tus propios ojos”.
Mejor ser humilde y no apoyarse en su propia inteligencia (3, 5).
Más adelante en 26, 12, insiste el hagiógrafo en su crítica al petulante cuando pregunta: “¿Acaso has visto algún sabio que se tenga por tal? Hay más esperanza para el estúpido que para él”.
Además de estas venerables frases, aquél que se sienta envanecido por su mucho saber, habría que recordarle también, algunos dichos populares pero prudentes y acertados.
“Por mucho que creas saber, muchísimo más es lo que te queda por aprender y conocer”.
Aquella otra que dice: “Si sabes que no sabes, algo sabes”. De la misma manera, “Quien más sabe, menos presume”.
La diafanidad de esta frase de Albert Einstein es memorable: “Dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo; y no estoy seguro de lo segundo”.
En nuestra sociedad de la entropía, donde la forma de gobernar sigue el libreto del desorden y el caos; la confusión y perplejidad son el escenario, y los actores políticos son, en una fracción, alumnos del teatro guiñol y otros tantos, son proclives a declamar líneas de las tragicomedias de Molière o Racine.
La generación de división se ha convertido en una herramienta política execrable. ¿Se debe dividir la historia entre enemigos y aliados? No hay evidencia empírica de que un experimento así haya terminado bien.
Específicamente, no hay evidencia de que poner de relieve las desigualdades haya por sí solo contribuido a disminuirlas. A menos de que se incorporen a un programa nacional de desarrollo, lo único que se lograría es exacerbar el resentimiento.
A través de la historia, numerosos exponentes de la democracia representativa ponen énfasis en la construcción de instituciones eficaces, no en la retórica de clases.
En la transición hacia un nuevo paradigma, no hay mejor escenario teatral donde el dramaturgo genera caos para afirmar un proyecto político, y con ello, darle visibilidad a una nueva narrativa.
Ministros o Secretarios de despacho que no atinan a elegir entre guardar silencio o cuestionar una decisión. Legisladores enarbolan iniciativas que provocan una respuesta virulenta del sector privado. Una incipiente oposición, que no logra articular una narrativa propia.
La entropía se ha expandido a actores políticos, económicos y sociales.
Es verdaderamente lamentable que la mayoría de las clases políticas, – y porque no decirlo también – de las élites empresariales, en este planeta estén optando por la tragicomedia, el engaño y el egoísmo absurdo y estúpido en lugar de ponerse a servir y a empezar a construir proyectos sociales y económicos incluyentes, más justos y equitativos.
Debemos de estar muy, pero muy pendientes de no caer en la soberbia y en la arrogancia, – tanto tecnocrática como empresarial –, que ha llevado a discursos fatuos e insulsos.
Y por supuesto, a la inacción o a acciones sin sentido y vergonzosas.
Las transiciones exitosas construyen a partir de lo ya logrado, no de la destrucción de lo previamente establecido. Ni todo lo anterior es absolutamente malo; ni tampoco el pasado es perfecto.
El antagonismo entre el poder político y el poder económico sólo nos puede llevar a un desajuste social. Es importantísimo cimentar las ideas de una nación, a partir de una visión común. Esto esbozaría que estamos “cimentando sabiamente” para nuestra humanidad.
Por eso, en una democracia liberal, o debería mejor decir, una república liberal, las naciones que buscan internarse en el camino de la sustentabilidad, la modernización, la legitimidad y la justicia… deben de borrar de su “plan de construcción”: el liderazgo demagógico, las relaciones clientelares y la manipulación de las masas.
Y por supuesto a personas que “pasan por la Universidad sin que la Universidad pase por ellos”.
La historia, la sabiduría y la sensatez nos indican… siempre… que la inclusión, la tolerancia y el saber escuchar, nos llevarán a buen puerto.
Me pregunto: ¿no existen en nuestro surrealista escenario mundial, dirigentes, gobernantes, diputados, líderes de algún congreso, empresarios… que acierten a leer y a hacer suyas algunas de las enseñanzas del rey Salomón?
Alguien que, con su sapiencia y prudencia, se convierta en capitán de un barco a la deriva. Nos sustraiga de la turbulencia e impulse la conformación de nuevos contratos sociales.
Realmente deseo que, al frente de las naciones encontremos, en un futuro muy cercano – de ahí la importancia de imaginar y prospectar –, a capitanes portadores de almas que comprendan la trascendencia de gobernar y servir.
Capitanes que se abran al conocimiento técnico. Y también al espiritual.
Capitanes que nombren a su barco “Libertad”.
Capitanes que usen la razón y la sensatez como brújula. Y desplieguen la equidad, la justicia y la civilidad como sus velas.
Capitanes que tengan la inteligencia de rodearse de una tripulación leal, competente y experimentada.
Capitanes que entiendan que la soberbia es la peor de las tempestades y la sabiduría el tesoro más grandioso que deben buscar.