La semana y el retorno de la guerrera.
Lunes:
Hasta que un día Ella dijo:
−YA NO MÁS.
Y ese día empezó la historia del siempre. Lo gritó a todos los océanos, a todos los continentes, a todos los cielos.
Emitió un grito lánguido, que en un principio era más bien un gemido, casi desgarrado, pero con sed de la justicia de todos los dioses, de todos los tiempos. Un grito despojado de tristeza y abrigado de coraje. De canto. Un grito que en el tiempo se ha convertido en berrido ensordecedor. Y desde ese día Ella entendió que por fin había roto su condena a la invisibilización y al silencio. Decidió no estar ya más acuscambada y nació al mundo y también lo parió. Que se cuide el mundo del retorno de la guerrera.
Desde ese día Ella es otra y otra y otra per secula seculorum. Un ser que retoña, retoña y retoña.
Martes:
Les voy a contar una historia. Es la historia de Don Capricho y Plácida Pereques. La historia se llama: Cinco horas y Don Capricho casi que no orina.
Le indicó el médico a la víspera, a Don Capricho, que tendría que llevar la primerísima muestra de orina de la mañana en un frasco esterilizado para su examen de antígeno prostático. Y con el ansia, Don Capricho se levantó desde la 1:00 de la mañana y guardó la muestra.
Por más que la esposa le insistiera que era demasiado temprano, que por favor esperara, Don Capricho hizo caso omiso. A la mañana siguiente se levantaron para ir a llevar la muestra al laboratorio. La esposa, Plácida Pereques, empezó a darle a Don Capricho las cantidades de agua necesarias para el otro análisis, consistente en un ultrasonido. Así que Don Capricho ingirió a regañadientes más de dos litros de agua.
Llegaron al laboratorio clínico, le hicieron el primer ultrasonido con la vejiga a reventar. La segunda etapa del análisis consistía en realizar otro ultrasonido con la vejiga medio llena. Pero ahí se demoró todo. Pasó una hora. Pasaron dos horas. A la tercera hora de espera Plácida Pereques le instó a Don Capricho a que fueran a una cafetería cercana, a cinco cuadras del laboratorio de análisis. Fueron caminando entonces. Allí Don Capricho tomó café en cantidades industriales. ¡Vaya¡ ante la insistencia de Plácida Pereques tomó incluso una cerveza en ayunas. Pero nada. Pasaron tres horas. Pasaron cuatro horas. Plácida Pereques estaba como alacrán toreado, no terminaba con la retahíla, el acoso, la cantaleta. Don Capricho caminó. Y caminó.
Se recostó. Fue al baño varias veces y nada. Pasaron cuatro horas y media. A la quinta hora se recostó de nuevo en la camilla del consultorio. La enfermera esperaba impaciente con el ultrasonido en la mano. Se concentró Don Capricho. Se rió a borbotones. Se carcajeó. Quién sabe qué recordó. Pero orinó y orinó y orinó. Orinó la ropa, la camilla, orinó a la enfermera, el consultorio, el laboratorio, orinó hasta las calles, orinó la vida y lo que le quedaba de ella. Orinó hasta que se vació.
Fin de la historia y de la orinada de Don Capricho.
Miércoles:
Ella recibe un correo electrónico anónimo, amenazante.
¿Cómo son los correos anónimos? Atascados de bajezas y repletos de cobardía. Así son. Ella se descompone un poco, pero no del todo. Cualquier suceso es subterfugio para retomar la fuerza de la guerrera y embestir con más bríos, sin concesión alguna.
Viernes:
El hombre sin rostro y con sensibilidad de pato de plástico está huido. Fugitivo de la trama de Ella. Achantado quizá. Pero quien no tiene rostro menos aún se achanta.
Ella lo llama. Él toma el llamado.
—Te invito a una presentación de un libro a la Feria del Libro en el Centro Cultural de la BUAP —dice Ella.
—Claro, de inmediato me arreglo y ahí te alcanzo. Ahora sí lo prometo. Casi que te lo juro. Es más ya estoy saliendo. Por ti hasta la luna.
Lo promete y casi lo jura como lo ha prometido y jurado desde que fue arrojado al mundo hace ya más de cinco décadas. Voz etérea. El hombre sin rostro y con sensibilidad de pato de plástico se ha vuelto desde que Ella lo conoció totalmente predecible. La mentira es siempre la mentira. El no rostro es y será siempre el no rostro. La no palabra es y será siempre la no palabra. La no voz es y será siempre la no voz. Lo predecible es y será siempre predecible. Desprovisto de misterio. La no intriga. Hay paladares ásperos, no hechos para el dulce.
Sábado:
Ella va a pasar el fin de semana con los críos a la finca cafetalera de Cuetzalan Reserva Azul. De ahí se avientan todos de la tirolesa; 90 metros de recorrido. Uno por uno. Cada uno de los críos se tira con qué enjundia, con qué gusto. Los críos que viven la vida con una intensidad que el lenguaje no alcanza. Como si fuera el último instante. Como si fuera el YA NO MÀS. Cuánto aprendizaje para Ella de estos tres “Talibanes”, como los llamaba cariñosamente el abuelo. Tras muchas horas de insistencia logran convencer a Ella, que le tiene pánico a las alturas y más a la velocidad que se aviente también. Así que Ella se abandona a ese impulso, cierra los ojos y sueña que flota, aunque sea por unos instantes, y que los Dioses todos la mesen y que los ángeles todos le soplan con su dulce brisa. Pero el sueño es más bien corto y pronto despierta.
Hace el recorrido por La Ruta del café donde cata, acompañado de unos deliciosos panes, un rico café. El aroma del café que remonta a Ella a su infancia. Hay unos ojos desde su llegada a la finca. Son unos ojos que la miran. Son los ojos de un hombre. Que la siguen, que pretenden como escudriñarla, a Ella. Adivinarla quizá. Mientras tanto sólo la recorren. Esos ojos son azules como la reserva que visita, como el sendero que camina. Pero Ella evita esa mirada. Y cualquier otra. El tortuguismo recalcitrante de Ella. Esta nueva etapa en la que ella sucumbe mansamente.
Pero los ojos se obcecan, se empeñan en el breve encuentro. Ese intercambio de luces, como chispas que pronto se apagan. Tras una caminata de dos horas por la desbordada naturaleza Ella llega cansada por el clima caluroso y húmedo a su Palafito. Allí encuentra una bandeja con cafés varios y una nota. Y una nota que dice:
“Eres una mujer sensual”.
Fin de la nota.
Fin de la historia.
Fin del fin de semana.
Regresan todos a casa. Llueve copiosamente. Del álbum Cause and Effect, Maria Mena entona Eyesore:
The ugly naked truth
She starves me of my youth
And I stand alone until
You catch on
I swear it’s not by choice
But Ana has this voice
And it calms me down
It gives me purpose
And it’s alright
I’m alright
I want to be ok
I’ve seen it before
This eyesore, it’s me
Oooh oooh oooh me
I want out from under
This convining skin
That I so reluctantly live in
My worth is measured solely
According to the scale
I’m heavy, I feel frail
And it’s alright
I’m alright
I want to be ok
I’ve seen it before
This eyesore, it’s me
Oooh oooh oooh
Me oooh oooh oooh
Oooooooooooooooh
—¡Qué canción tan triste! —piensa Ella. Pero Ella ya no llora. Porque está seca y la lluvia lo hace por ella.
Domingo:
Ella recibe una docena rosas de la amiga Giraffe. Hermosas por cierto, de un color claro, tan pálido que casi transparentes. Rosas del Día de la Madre:
—Es que en mis tierras británicas hoy es el día. El primer domingo de mayo.
Toda una vida sin recibir rosas claras, pálidas, tan pálidas que casi transparentes. Pálidos los ojos que ya no la miran.
…la amenaza que se cobija en el anonimato, sombras de las sombras. Hay quienes defienden su ignorancia como la niña de sus ojos. Sólo quisiera olerte como para recordarte, para no olvidarte y no tener que adivinarte.
No existes. Tampoco yo. No hay ojos.