Capítulo 55
El tiempo ha llegado
A estas alturas del siglo XXI, la sociedad se ha convertido en espía, juez y verdugo del vecino. Solo basta con salir a la calle para ver a mocosos imberbes, pandillitas de niñas de calcetas, señoritas de gimnasio, señoras cargando el mandado, tipos sin oficio ni beneficio tomando videos y grabando, sin ningún derecho, lo que no deben o lo que otros hacen. La nuestra es una época desbordada por el registro en vivo de delitos y conductas anómalas. Audios de espionaje, videos casuales sirven para dar testimonio de la vida antes privada o clandestina. Una gobernadora puede, con toda displicencia y alegría, revelar audios que comprometen la honestidad del líder de un partido antes todo poderoso e intocable.
Lo que era actividad propia de delatores ahora se reduce a apretar los 3 o 4 botones digitales para poner en marcha una grabación de voz o un video que consagrará para siempre el momento en que un actor abofetea a un periodista, o un político acosa a una atractiva edecán o llega a pactos ilícitos con otro ejemplar de su especie. Y mandarlo anónimamente a quienes lo divulgarán sin escrúpulo alguno… o lo “subirán” a las redes. Más bien, lo bajarán, si se toma en cuenta que, como decía mi maestra de Literatura Barroca, las redes sociales son “la tiranía del inicuo”, que “precede y pasa al bueno”.
Pero nada de ventilado en los canales de televisión o en las redes podía equipararse con el material ignominioso al que me había expuesto durante horas. Sólo imaginar que algún inicuo lo pudiera publicar en cualquier sitio internet, me provocaba una angustia insoportable. No sabía si era asco o terror lo que aún me carcomía por dentro.
Pero siempre, aún de lo peor, se saca provecho, inspiración o alguna idea que ejecutar con buena o mala fortuna. Era evidente, por el contenido de los últimos videos, que la integridad de mi pequeña hija podía estar comprometida. Y aunque Antonio nos protegía ahora, no siempre fue así. Mi adorado marido, misterioso como había sido desde el momento en que lo conocí, guardaba secretos importantes y atroces. En algún tiempo, por ejemplo, fue un aliado, secuaz o pelele al servicio de las hermanas de la luz. ¿De qué otra manera podía explicarse que él, un escéptico redomado, se hubiese prestado a participar en un extraño ritual que involucraría, nada más y nada menos, nuestra noche de bodas? La primera noche que pasaríamos juntos después de la ostentosa fiesta nupcial; nuestra primera noche como marido y mujer. Y aunque no nos reservamos, como las parejas de otros siglos, hasta esa ocasión para hacer el amor por vez primera, tampoco concebía yo que ese momento tan íntimo accediera él a compartirlo con un grupo de fanáticas a quienes siempre estaba criticando. ¿Por qué lo hizo entonces? ¿O a cambio de qué?
Afortunadamente Maribel y la niña permanecieron en su dormitorio mientras yo revisaba el horroroso material que había llegado a mis manos. Y ahí seguían. Con toda seguridad la nena disfrutaba de una de esas largas siestas que solían prolongarse hasta la noche, cuando despertaba con una energía absurdamente matinal.
Fue entonces que me decidí, como lo hizo Antonio cuando se enteró de que su tía estaba en la mansión del sigilo, a ir a la casa de Catalina y entrevistarme con ella y, de una vez por todas y por fin, con Julieta. Estaba determinada a aclarar los misterios alrededor mío y de mi hija. Resuelta a saber a qué atenerme en mi vida y en mi matrimonio.
Los truenos en la lejanía anunciaban la proximidad de una tormenta acompañada de descargas eléctricas y lluvias intensas sobre toda la ciudad. Las rachas de viento comenzaban a sacudir los cristales de la casa.
Si alguna duda tenía sobre mi decisión de eliminar de manera inmediata los enigmas y amenazas que se habían vuelto una reiteración abrumadora en mi existencia, la disipó la llamada de Isabel, una de las más recientes adquisiciones de las hermanas de la luz, quien apenas pudo asistir a dos reuniones antes de que la covid la alejara de su adoctrinamiento.
Acongojada me contó que había tratado de contactar a Cata o a Julieta sin recibir respuesta de su parte. Estaba francamente asustada porque vio en una página roja la noticia de la detención de Harper como autor de un feminicidio. El de la mujer que apareció flotando en el río Atoyac días antes. La cual había sido identificada como Esperanza.
–Tengo mucho miedo, Vale –me confesó–. La última vez en la casa de Cata se me ocurrió meterme con Harper. Creo que el maldito me pegó el covid. Pero eso no es lo peor, dicen en las noticias que lo agarraron con un certificado positivo de sida. Me quiero morir –concluyó.
–¿Y cómo saben si fue él quien la mató? –le pregunté intrigada.
–Un corredor, de esos que salen en la madrugada a ejercitarse lo grabó cuando bajaba el cuerpo de su coche y lo tiraba al río. Además, el desgraciado ya confesó.
La noticia casi me devolvió a mi estado de shock anterior. Prendí la televisión para ver si podía enterarme de algo más sobre la detención de Harper. Pero las noticias estaban centradas en la proximidad de una tormenta equiparable a que un ciclón hubiera rebasado la Sierra Madre Oriental y viniera directamente a impactar sobre la Angelópolis. Eso y las quejas reiteradas sobre la incompetencia de las autoridades para detener la ola de violencia y homicidios que tenían a la ciudad en un toque de queda no declarado. Algunos comentaristas, de manera irónica, decían que la lluvia intensa sería un regalo para el alcalde quien se mostraba incapaz de siquiera retirar la docena de tráileres que las bandas organizadas habían incendiado en las entradas de la ciudad, incomunicándola con el resto del estado y del país.
Aquí tengo que hacer un paréntesis final:
Las grabaciones que he descubierto me impulsaron a grabar en un audio mi historia y toda la locura alrededor del sigilo. No lo hago en mi celular porque tengo que llevarlo conmigo y, si me pasa algo, alguien podría desaparecer el aparato. Lo hago en una pequeña grabadora, anterior a la era digital, adquirida cuando pensaba que mi destino era ser periodista. Quizá Antonio o Maribel la encuentren y escuchen mi azaroso tránsito por esta época turbulenta. Quizá llegue, eso sería lo mejor, a manos de la policía. Si lo encuentra Amaris, ojalá sea en una edad en la que pueda comprenderme como mujer, y como madre.
Las calamidades siguen cerniéndose en mi entorno. Pese a mi malestar con él, me preocupo por Antonio quien aún no regresa a casa. Espero que, en caso de que yo fracase, él muestre mayor integridad en proteger a nuestra hija.
Dejo un recado para Maribel abajo del elefante con incrustaciones de tanzanita que tomé del departamento de Julieta para ver si no tenía otro mensaje oculto en su interior. Confío en ella y le encargo a la niña y a Antonio. Ella comprenderá el alcance de mi petición porque sabe más que yo de todo este lío.
Y a ti, hija mía, preciosa Amaris, regalo de la carne y de los siglos, te dejo un legado de amor que, estoy segura, será la respuesta que muchas generaciones han buscado a las dudas y las angustias de una humanidad sin rumbo. Destruye todo, ángel mío, no dejes piedra sobre piedra, para que la vida vuelva a renacer de sus cenizas.