Capítulo 07
Cuerpo que flota en el mistral
Catalina era en apariencia la más tranquila y recatada de todas nosotras. Pero en el fon-do era la más rara, opaca como una niebla hecha de arena del desierto y la gélida ventisca de los inescrutables Pirineos, macizos montañosos cuyas voces empezaron a perseguirla desde su infancia.
Julieta me contó de la abuela, una singular mujer que salió de su casa en camisón, con una mantilla donde llevaba los candelabros de platy sus cubiertos como único equipaje. La familia abandonó el pueblo en lo más álgido de la noche, con la hija embarazada.Los tres hijos varones habían sido arrestados por los falangistas y ella y el abuelo temían por la suerte de los demás. Y como fue. Apenas daban las 9 am cuando una cuadrilla de falangistas se apersonó en la casa, derribó puertas, saqueó el lugar y, al no encontrarlos, la policía los declaró prófugos. La guerra civil en España llevaba ya varios miles de asesinatos extrajudiciales.Para el abuelo sería imposible buscar ayuda o siquiera intentar rescatar a sus hijos. Prefería llegar a Francia con el resto de la familia y desde ahí contactar a los abogados de la resistencia, si para entonces quedaba alguno con vida.
El viaje estuvo lleno de vicisitudes. Se trasladaron todo el tiempo a pie, de noche, evadiendo los pueblos de la franja limítrofe. Habían empezado su ascensión cruzando por los pasos fronterizos de Empordá. Durante el durísimo ascenso, con el cansancio acumulado de días caminando, a la abuela se le ordenó tirar su carga al barranco. Pesan demasiado, le decían. Aduras penas podía con su humanidad y sus reumas como para cargar con los cubiertos y dos grandes candelabros de plata, el regalo de bodas que su madre le había entregado hacía más de 50 años. Justo por eso la abuela se negó. Ni muerta, había dicho.Tras varias horas de camino, su marido se los quiso arrebatar.
–Te hemos de buscar en la barranca si no sueltas eso –le gritaba entre la ventisca.
En el jaloneo, los candelabros y la cubertería se cayeron y lapobre mujer empezó a recoger los que adivinaba con sus ateridas manos. Ante tamaña necedad, la comitiva siguió andando. La abuela, desesperada por recuperar su tesoro, no se percató de que se iba quedando atrás. De pronto ya no oyó voces. De hecho, ya no oyó nada porque se desvaneció de frío y hambre. Aquí moriré, dijo, apretando contra su pecho el único candelabro que encontró.Conforme la atenazaba el sueño, una tranquilidad absoluta se apoderó de ella. Años después juraba a quien quisiera oírla que una luz extraordinariamente brillante la rodeó, la levantó en vilo y la transportó por los aires. Antes de desaparecer, alcanzó a ver esa luz convertida en un grupo de ángeles hermosísimos. Tanto que nada ni nadie en la tierra podría compararse con ellos.
A la mañana siguiente, al abrir el ojo alcanzó a ver a esos mismos ángeles en las pinturas que la rodeaban. Estaba dentro de una iglesia antigua, a juzgar por el olor a humedad y sus arcos como medievales, o eso le habían dicho cuando visitó Ariége porprimera vez hacía muchos años, en su luna de miel. El recinto te-nía también vitrales y algunas estatuas doradas. En ese momento recordó que un hombre, un negro portentoso vestido con una túnica, a la manera de los moros, se le había acercado, la había mirado con sus ojos amarillos y fieros para después señalarle con el brazo extendido una dirección. La abuela no pudo dominar su terror. Desde ese momento se le fue el habla. Cuando los policías franceses la entregaron para su deportación, la mandaron a un campo de concentración al cual llegaban marejadas de españo-es en busca de auxilio, justo en la dirección que el feroz moro había señalado. El primer milagro que realizó en su beneficio el que siempre llamó el “ángel negro” fue encontrar a su familia en el mismo sitio al que la había confinado la policía francesa.El segundo fue darle un lugar seguro donde llorar el exilio. Pero cuando todavía estaba en la iglesia, antes de que aparecieran los oficiales de inmigración para detenerla, el ángel le dio un objeto mágico que sólo debería usar en casos extremos. Y huir hacia el exilio era uno de esos casos. Por eso solicitó al objeto que los alejaran de ahí. De la nada apareció un pariente lejano que los llevó a un pueblo de Cote de Ivoire, en África, y de ahí a México.
Todo eso lo platicó con los restos de cordura que le quedaron. La única que escuchaba a la vieja era su nieta Catalina. Después de casi un año sin hablar, cuando al fin habló, contó todo,incluso que había perdido el objeto alguna vez en el mercado. Luego de esa confesión volvió a callar, esta vez para siempre. Ya entonces Catalina sabía de memoria la historia de los ángeles que la habían rescatado de una muerte segura en los Pirineos y la habían llevado a Mirepoix, un pueblo medieval que en la actualidad es parte de la ruta turística relacionada con los Cátaros. Lo único que la abuela no le describió a su nieta fue qué clase de objeto misterioso le habían confiado los ángeles. Nadie supo qué era. Y ella apenas si tenía palabras y aliento para describir el viajecito en primera clase asistida por una tripulación angélica.
–Oye, mi Julius, ¿y la familia le creyó el choro ese?
–Pues creo que el marido no,pero después de que liberaron a sus hijos de una manera casi milagrosa, los demás seguro que sí. Muda muda, pero sacaba a la gen-te de aprietos.–¿O sea que la ruca siguió viendo a los ángeles?
–Eso cuenta la Cata. Incluso permitió que ella los viera.
-¿Y le decían algo?
–No, Cata decía que de inmediato se dormía y así ellos la llevaban a todos lados.
–¡Ah, qué chiste! Así hasta yo los veo. En los sueños puede pasar todo.
–Sí, pero la abuela de nuestra amiga regresaba con extraños souvenirs de esos sueños. Hasta sospecharon que tenía un amante que le llevaba esos regalitos.
No pudimos evitar en nuestra conversación referirnos a la obsesión de Cata por las cosas extravagantes que eran al mismo tiempo una delicia y un peligro. Para empezar su enorme jardín, que había convertido en un verdadero zoológico. Además de las tortugas carnívoras, entre sus árboles o cavando túneles,se paseaba un fénec, un zorro del desierto de color crema y la punta de la cola de color negro, que sólo se encuentra en el Sahara. El exótico animal era pequeño pero de grandes orejas, Muy cotizado en el mercado de mascotas, le había costado una pequeña fortuna. Otro habitante inverosímil era un dragón barbudo que permanecía inmóvil en la cúspide de su terrario. Además de las aves y flores exóticas que eran una constante ens u jardín, a mí nadie me quitaba de la cabeza que su extraño perro amarillo no lo había adoptado a un colectivo de amigos de los animales, sino que era un verdadero dingo australiano.
Quizá su pasión por la fauna y la flora exótica se debieran a los años de infancia que vivió en Birmania, adonde la familia fue a parar cuando a su padre le encargaron la oficina de una telefónica europea que pretendía incursionar en el mercado sudasiático.
Estuvieron ahí hasta que uno de los gobiernos socialistas consideró indeseable su presencia y Catalina tuvo que dejar atrás los paisajes feraces, las barcas conturistas en el lago Inle, pagodas, estupas y templos budistas. Como compensación había logradocomprar (“rescatar”,decía ella) un pan-da rojo, igualito al maestro Shifu dela película KungFu Panda que se escondía adentro del tupido muro debambú y le mostraba los dientes al pequeño zorro del desierto.
Para mí era muy claro que la personalidad de Catalina resultaba un reto y a la vez un incordio para Julieta. Ambas se conocieron en el vestíbulo de un hotel, luego de asistir a una conferencia sobre la luz angelmática. Cata acababa de perder a sumarido, asesinado luego de negarse a entregar su camioneta en un intento de robo perpetrado por supuestos ladrones; aunque ella sospechaba que todo ese numerito había sido un asesinato a sangre fría, por venganza. Conocer a Julieta le permitió volver a albergar una cierta esperanza. De hecho, acabó siendo Cata quien le dio una nueva forma a los objetivos del grupo.
Lo demás que ahora sé de Cata lo fui conociendo a través de lo que ella misma me contó y que fue aflorando conforme una oleada de acontecimientos se encargó de desequilibrar la armonía del grupo y lo dispersaron; a algunas de nosotras más allá de nuestros espacios habituales. Más allá de nuestros bares, museos, estudios, especies exóticas; más allá incluso de nuestros hogares. Acontecimientos que desató la traición de una de las integrantes más activas, la que presumía de haber traído la prosperidad al grupo, pero que sin saberlo estaba cavando la ruina de todas