Lunes:
A Ella la invitan a ver la obra “Los Lobos” de Luis Agustoni al Complejo Cultural Universitario de la BUAP:
–Vamos–, le insiste el amigo, –tiene buen reparto–.
Malísima, inmamable la obra. El tósigo de Pedro Armendáriz actuando de él mismo.
–Bodrio insufrible– piensa Ella. Y allí en el teatro dormita, no sin dejar de sorprenderse y quejarse las dos eternas horas del chafirulesco numerito donde los actores portaron micrófono.
Martes:
¡Cuánta libertad sin los críos en la villa! ¡Cuánto tiempo!
Todo transcurre con parsimonia para Ella. La palabra “prisa” se desvanece de su cotidianidad. Al menos por una semana.
Aparece en la villa el más estrafalario de sus amigos, Torijano, Ella tiene una predilección afectiva por esos “bichos raros”. Él llega en un volvo color menta platinado, otra de sus tantas excentricidades. Atribulado tras 19 años de matrimonio, imbuido en la ira le dice:
–Ahora sí estoy hasta la madre.
–Vamos anímate– lo interrumpe Ella con una copa de vino en la mano –la vida es una decisión, dime ¿qué sigue después de todo este devaneo?
–Siguen golpes, sigue una esposa chimuela que se hará bolas buscando un dentista. Ya no puedo más. Vamos a terminar a golpes. Estupidez y locura eso es el matrimonio.
–¿Qué hay de nuevo?– responde Ella.
–Invalidez emocional. Ya ni sé si la amo o no. Ya ni sé que es el amor.
– O se ama o no se ama, el amor no se razona– apunta Ella.
Él se levanta intempestivamente y sale de la villa:
–¿A dónde vas con esa ira?– pregunta Ella
–Por lo pronto me voy a soñar con la construcción de mi propia historia. Adiós. Sigue tomando que esta vida sólo a tragos– le dice a Ella en tono harto sarcástico antes de subir al coche.
Ella obedece.
Sale Torijano y entra “quejumbres number two” Petrak. He aquí su saludo:
–Malo es amar y malo es también que te amen, tarde o temprano el amor se transforma en dolor.
–¡Cuánta acritud!– replica Ella.
–Llevo toda la vida buscando el amor para darme cuenta que cuando ya lo tuve no lo quería. El amor es un arbusto espinoso adornado con flores venenosas y Cupido es un cabrón sádico.
–Mira– le urge Ella –no sé de qué me hablas yo sólo quiero un príncipe que me coja muy rico y ya, ¿acaso es mucho pedir?
–De haber sabido, te puedo presentar a todos mis amigos, una larga lista de cincuentones, vividitos, experimentaditos y aburriditos– espeta Petrak.
–Sí claro y en sus últimos aleteos hormonales. Gracias, paso.
Fin de la visita.
Miércoles:
Tercera y última llamada por parte de Ella. Aquel hombre sin rostro y con sensibilidad de pato de plástico se ha desdibujado en su totalidad y permanece ahora allí donde habitan sepultados los olvidos:
–Qué alivio– piensa Ella –, ¡¡¡cuánta insensatez!!!–. Cierra la página, obcecada que es en cuando dice NO
Más, hace mutis plácidamente de esta historia para siempre. Sólo hay una cosa real y recuerda las certeras palabras de su abuela Aura: “El muerto adelante y el griterío detrás”.
–Nunca al revés– murmura para sí misma satisfecha.
El insomnio. Ese compañero fiel. Ella lleva noches eternas levantándose a las 3:00 de la mañana. Decide matar el insomnio pintando los 24 apagadores de la villa con diminutas flores. Todo un desafío a la paciencia. Cerca de las 5:00 de la mañana detiene su mirada en aquel cuadro “Esperando a que Florezca el Alma” que le regalara José Luis Calzada, un pintor de Coyoacán, y ahí permanece suspendida, atenta, muy atenta, esperando…
Jueves, historia de un desencuentro
El más generoso de sus amigos prepara una opípara cena para la llegada de ese periodista del D.F., el Kilimanjaro, con meseros y todo el numerito:
–Celebrémosle sus méritos editoriales y literarios–, le insta a Ella. Él promete llegar en el autobús de las 9:30 de la noche. ¡Qué ritual el de Ella preparándose para la espera! Desde las 7:00pm tras un largo baño de vapor, comienza a “disfrazarse de mujer”. Los pies antes que nada, ese centro del erotismo. Los frota con exfoliante de menta y eucalipto. La espalda con esencias de lavanda. En cuanto al ombligo, etapa que se puede llevar hasta 29 minutos, cambia de piercing y se coloca la candonga de plata que a él tanto le gusta. El pelo enjuagado en agua de romero. Las manos y uñas lavadas con scrub de kiwi y fruta de la pasión. El cuerpo, embriagado en crema de uvas y, finalmente, aquel anillo de Swarovski en un dedo del pie izquierdo. Preciso. Brutal y exacto. Llega al punto de encuentro, se estaciona a las 9:30 pm. Espera; cae la noche densa y oscura (retórica de lugar común). Puntuales se apagan las luces del centro comercial y la explanada se oscurece con notoria densidad. La espera. Ella sabe matar el tiempo y las esperas con una buena lectura. Autor: César Vallejo. Poema: Los Heraldos Negros:
Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… Yo no sé
10:20 pm. Cincuenta minutos de retraso del pasajero. La espera. Un carro sospechoso con dos personas se estaciona al lado de Ella. Cautelosa cambia su auto de lugar. 10:30 pm, el vehículo en cuestión cambia nuevamente de lugar y y se acomoda junto a Ella. Se mueve otra vez pero no puede continuar con la lectura. Inquieta, sostiene la mirada en los dos tipos del carro azul. 11:30 pm, Ella recibe una llamada de sus amigos:
–Oye ¿qué pasa? Los estamos esperando. Ella, ya ofuscada, decide abandonar la misión:
–No ha nacido un hombre al que espere tanto tiempo y si nace no vivirá para contarlo– piensa.
Enciende su carro y se va a la gran fiesta. Allí entrega la frustración del desencuentro a la gran rumba etílica hasta las 6:00 de la mañana. Baila como si fuera la última vez y conoce entonces a un amor secreto. Con él charla largas horas y bailan y beben. Él la invita a viajar a Dallas, Texas. Próximamente.
Viernes:
Ella llega a la Villa a las 6:30 de la mañana, ¡Y en qué estado! ¡Válgame Dios! Con los pies hechos trizas atina a recordar a su abuela Aura: “el que sus brincos da a sus pies se atiene” decía. Se dispone a dormir. Suena el teléfono: ¿Quién iba a ser si no el Kilimanjaro del DF ahíto en improperios?
–Me dejaste esperando hasta la 1:30 de la madrugada, estuve llamando a la villa, el maldito camión se atoró en la Zaragoza y por eso llegamos 11:50.
–Oye– musita Ella todavía con el alcohol albergado en su ser –yo te hablé al periódico y te di mi celular antes de que partieras, podías haberme marcado al celular.
–Lo dejé en el periódico.
–Pues tú viajas más que yo, qué poco precavido eres: salirte sin la dirección y los datos de la persona que vas a visitar.
–Uno nunca abandona al pasajero, lo espera, sólo pretextas tonterías, no reconoces nada, la verdad es que te desesperaste y te fuiste.
–El camión no llegó.
–Claro que llegué y no había nadie.
–Me dio miedo y me fui.
Durante 45 minutos transcurren vigorosos reclamos, mutuas inculpaciones, frustraciones y desencuentros. Lo que no es, no es, argumenta Ella.
–Yo quería hacerte el amor– enfatiza él.
–Yo te esperaba a ti completito por tu charla lúcida, tus antebrazos, tus manos, tus ojos de hamacas niponas, tu escritura, tus chistes, por tu voz, por tu voz, por tu voz, y sí, también lo otro. Tú sólo venías a cogerme.
–Ahora resulta que soy un vulgar Tyson cogelón. Me reduces, me minimizas, tuve que tomar un taxi a la estación de autobuses a esa hora y esperar a que saliera el siguiente camión hasta las 3:00 de la mañana. Además, te hablé a las 6:00 ¿dónde estabas que nadie me contestó?
Pausa. Silencio. En ese preciso instante Ella entiende de una vez por todas que esa historia se acerca a su fin aún y cuando le obsequiara una caja con tres discos de Leonard Cohen, más tres poemas. No estaba dispuesta a someterse bajo ninguna circunstancia a enfermos ejercicios de control y tomaydacas de poder. Mientras concilia el sueño Ella escucha al reverendo Cohen:
Confined to sex, we pressed against
The limits of the sea:
I saw there were no oceans left
For scavengers like me.
…Todo pasa, nada queda. Dijiste que vendrías y te confundí en la espera. Te confundí con un peregrino,
con un pregonero,
con un gitano,
con un poeta,
con un “hombre muy viejo de alas muy enormes”
con un danzante,
con un príncipe casi azul,
con un hombre imaginario,
con el hombre que dijiste que vendría.
La tristeza muda. La invalidez emocional… incapaces de imaginar la felicidad. Lo que no es, no es… Un amor secreto, tan secreto que me da miedo pronunciar. Secreto y abundante.