Capítulo 58
El último recurso
Sin hacer caso de lo pactado, Lupe decidió escabullírsele a su marido esa tarde para intentar convencer a Ruy de que les diera otra opción de pago.
Fernando entró a su estudio y llamó al mozo.
–Patrón.
–Juanito, ven. Supongo que Remedios ya te puso al tanto… esa mujer es un periódico, así que seguro ya lo saben hasta los vecinos.
–¿De que nos vamos?
–Sí, estimado Juan. Y pues mira… allá a donde vamos ya no cabemos todos. Sólo Lupe y yo, y supongo que la señora no va a querer desprenderse de su Reme, aunque ahora estará de entrada por salida. La cosa se puso muy canija, mano. Pero yo quiero que sepas que te estaré llamando para algunos trabajos y que obviamente te indemnizaré por tantos años, aunque eso será un poco más adelante. Necesito recuperarme un poco.
–Anda usted malo, ¿verdad?
–¿Te dijo Reme? Sí. Y siéndote muy sincero yo ya no quiero vivir, no me interesa. He perdido las ganas. Sin embargo, y pese a las circunstancias, no me atrevo a dejar sola a Lupe. Es una inútil. Que Dios me perdone, pero es la verdad. Ella cree que el dinero se da en macetas y como siempre tuvo lo que quiso cuando quiso, no valora nada. Ya estamos viejos. Ella también, a pesar de las restiradas y aunque lo niegue. Yo me voy a morir, no sé si en seis meses, un año, pero necesito dejarla protegida, no sé si me entiendas.
–Lo entiendo, patrón. No diga eso, tome su tratamiento y verá que la libra bien. Está usted delgado, come bien, no tiene vicios…
–En fin… necesito que empieces a guardar lo que hay en este estudio. Baja los libros y mételos en cajas. Con mucho cuidado. Por ahora voy a tener que mandar casi todo esto a la bodega que tengo en Xonaca, donde mi hermano tiene el taller. Los cuadros también. Y los muebles… algunos quiero que te los lleves, si los quieres.
–Como usted diga. ¿Cuándo empiezo?
–¡Ya! Entregamos la casa el viernes, y espero que la mudanza se dé rápido.
–¿Pa dónde se van?
–Al departamento que era de mi hijo.
–¿Y la señora Anais?
–Eso ya está arreglado.
–¿Y qué dijo mi patrona?
–Ya te imaginarás. Está atacada.
–Lo siento, señor.
–No pasa nada, hombre. Son cosas. Así es la vida, mi Juan. A veces te toca estar arriba y otras…
–Oiga, patrón, lo olvidaba. Mientras estuvo usted ausente me marcó a mi teléfono la señora Tina, su amiga. Como no lo encontró y tenían cena la semana pasada, me llamó. Dijo que por favor la buscara en cuanto estuviera fuera.
–Cierto… gracias, Juan. Con tanta cosa me olvidé por completo de ella. Yo la busco al rato. Mientras, empieza con lo que te dije. ¡Oye! ¿es cierto lo del fumigador?
–¿Qué fumigador?
–Me dijo Lupe que ayer vinieron a fumigar el estudio y que no podía entrar.
–Ah, caray, a menos que haya venido cuando fui a pasear al perro, porque yo todo el día estuve acá y no vi a nadie.
–Mmmm. Ya me temía que era una mentira. Háblale a Reme por favor, dile que venga.
Remedios entró tímida al estudio. Juan le dijo que le llamaba su jefe por el asunto de un fumigador.
–Don Fer, le traje un té de lavanda. No ha querido comer nada, se me va a enfermar.
–Remedios, Remedios, ¿qué voy a hacer contigo? ¿Por qué le sigues el juego a Guadalupe?
–¿De qué, señor?
–Me vas a decir por qué inventó lo del fumigador. Si yo sé que tú matas los ratones como una experta. Jamás han llamado a nadie para hacerlo.
Ay, don Fer. No me haga esto, por favor. Mi patrona… ay, ya sabe cómo es.
–Sí, sí, dime qué pasó, sabes que no te voy a echar de cabeza.
–Bueno… pues hace tres días doña Lupe estaba buscando las llaves de usted, esas que abren su caja esa de metal.
–¿Para qué?
–No sé bien, pero volteamos toda la casa. Estaba mal, mal mi patrona.
–¿Ha estado bebiendo?
–La verdad es que sí, señor. Ya sabe que es muy terca.
–¿Qué te dijo, para que quería abrir?
–Dijo algo de un sobre con fotografías.
–Ah, claro… okey. Ya sé que es lo que busca. Gracias, Reme, vete con Juan a ayudarle, van a traer cajas para empezar a guardar todo.
–¿Entonces es verdad que nos vamos?
–Sí, Reme. Despídete de esta casa, aunque allá vas a acabar rápido tus labores. Es pequeño el lugar.
–Ay, qué tristeza me da. Si acá criamos a los niños… me da mucha melancolía, don Fer. No me imagino cómo se siente usted.
–De la patada, Reme, pero ¿qué le hacemos? No hay de otra.
–¿En serio? Yo creo que sí… ya verá que la terquedad de doña Lupe puede ser buena, siempre se sale con la suya, usted lo dice.
–Ya no hay para atrás, Remedios.
–Ah cómo no. Estoy segurísima de que ahorita que regrese la señora va a traer buenas noticias.
–¿Que regrese? ¿A dónde se fue?
–Pues a ver al señor ese que se quiere quedar la casa.
–¿Cómo? ¿Qué dices?
–Sí, se salió hace un ratito. Ella se fue manejando y me dijo que por nada del mundo se iba a salir de acá. Iba a ver al tal señor Castro. Quesque es su amigo y que a ella no le iba negar la oportunidad.
–Me lleva la chingada. Pásame mi teléfono, rápido.
Remedios se asustó. Supo al momento que acababa de cometer una indiscreción por la cara que puso Fernando.
Fue a la sala a buscar el celular y se lo llevó corriendo.
–Dame acá, rápido.
Marcó el número de Lupe. Pero tal como se lo temía, al segundo tono ella lo mandó directo al buzón, esa sucursal pequeña del infierno que se puso tan de moda con la irrupción de los móviles…