Capítulo 42
¿Una provocación?
A las tres en punto, Anais estaba cruzando la puerta del restaurante. Una hostess la condujo hacia la mesa que Senderos había reservado. Ahí se encontraba ya él, sentado, con uno de sus auxiliares junto. La recorrió de cabo a rabo con la mirada, se levantó para arrimarle la silla y despidió al joven.
–Ve entonces a hacer eso y te espero mañana con todo el archivo completo. Hola, reina, disculpa, es que no terminé unos pendientes en el despacho y por eso me acompañó Luis en lo que llegabas. Traes una cara…
–Acabo de ir a recoger una computadora que dejé crackeando, la de Fer. También el técnico consiguió abrirme el teléfono y en el trayecto vine leyendo algunos de los chats.
–Eso está de la chingada, cuando uno se muere deberían enterrarlo con su teléfono. Qué ganas de andar hurgando en las cosas del que ya se fue.
–No es por morbosa, Manuel, quise saber qué había dentro precisamente para ver si había alguna pista que pudiera servirle al MP para dar con los asesinos.
–Ese caso está casi en el archivo muerto. Así pasa siempre, más cuando ser trata de crímenes que pudieran tener como móvil temas del narco. Si se hacen muy mediáticos, le rascan un poco más para ofrecer algún tipo de resolución, pero si no, cuando se apaga el escandalito, los congelan. ¿Y qué encontraste que estás hasta pálida?
–Mira, mira. Este chat es con Pastrana, un tipo bastante torvo al que Fer le hizo su casa.
–Mmmm, no veo nada raro en esta conversación.
–No, sin embargo, esta plática lleva a otra, con un tal Pelón Tagle. ¿Te suena?
–Mmm, me suena de algo. No sé de qué, ahorita no recuerdo.
–Pues me puse a buscar en Internet y encontré una nota ahí medio perdida en donde ese nombre aparece ligado al crimen organizado, obviamente, pero también a una red de trata tlaxcalteca.
–En Tenancingo, seguro. Ahí es tierra de nadie. Tiras una cáscara de plátano y crece un padrote.
–Eso. La cosa es que los mensajes entre Fernando y el tal Pelón empiezan muy cordiales; primero hablando de temas de construcción y materiales. Luego va cambiando la cosa, se hablaban como con códigos, y en lugar de decir nombres lo hacen con números.
Quedan para verse e intercambiar maletas, etcétera. Lo que me hace pensar, por supuesto, que al final Fernando estaba ya bien enganchado con ellos.
–¿Llevaba mucho efectivo a tu casa?
–Sí, lo metía en una puertilla falsa que está atrás de un librero. Ahí en el estudio de mi departamento. Claro que ya la abrí y no había un quinto. Sólo papeles.
–Seguramente lo lavaba y lo tuvo que retachar. ¿Tú nunca tuviste contacto con esa gente, o sí?
–Con Pastrana, como tres o cuatro veces. Pero en situaciones externas; me lo topaba en restaurantes. Me daba mucha pena porque cada que me veía me mandaba el vino o pagaba la cuenta de mi mesa.
–¿Y al tal Pelón?
–Jamás. Es la primera vez que veo su nombre en algún lado. Lo que me preocupa es el último chat; mira. Aquí está amenazándolo con chingarse a su vieja, es decir, a mí.
–Veo. Mmmm, sí. Pero no te preocupes, ellos seguramente recuperaron lo que querían, y lo estaban acalambrando. ¿O has sentido que te sigan? ¿Recibes llamadas extrañas?
–No, para nada.
–Ahí está; supongo que se cobraron a lo chino si les quedó a deber algo y por eso se lo echaron. De todas maneras, veré que Concha investigue por ese lado. No te estreses. ¿Me puedes mandar foto de las conversaciones, o mejor, si me puedes dar el celular?
–Sí, llévatelo. No tengo problema.
–Bueno, ya estate tranquila. Pidamos ¿no?, ¿qué vas a tomar?
El mesero se acercó a ellos y pidieron cada uno su trago y una entrada.
El humor de Anais había cambiado desde el momento en que recogió el celular y ya no se sentía tan segura de querer seguir la fiesta con Manuel, saliendo de comer.
La conversación giró entonces sobre los hallazgos que hizo con Narda respecto a las infidelidades de Lupe.
Manuel escuchaba atentamente a Anais, sin dejarle de ver la boca. Bajó la mano de repente y se encontró con la barrera del pantalón que llevaba puesto ella.
–Mmmmm. Tan bonitas piernas que tienes como para que no las luzcas.
–No siempre es cómodo andar de falda, Manuel, además ya no pasé a mi casa, me vine directo de una cita.
–Está bien. Sabes, he estado pensando mucho en ti, en el tal Pedro, en Fernando. Tú te me figuras una mujer estable, buena; entonces no entiendo por qué has llevado tu vida con tantos dobleces. Amantes por aquí, por allá. ¿No era más fácil divorciarte para hacer lo que mejor te viniera en gana en vez de estar haciendo la faramalla en el papel de la esposa feliz y quemarte tan gratuitamente con todos los chismosos de por acá?
–No era faramalla. Fui feliz con Fernando hasta el último día, sólo que de distintas maneras. ¿Por qué? Ya te está dando cosa salir con una mujer tan liberal, ¿o qué?
–No tengo problemas con tu libertad, finalmente así va a seguir siendo. Yo no quiero compromisos de nada y creo que tú tampoco.
–Así es, lo que menos quiero es que alguien me ande persiguiendo. Lo que sí te puedo decir es que, si alguien me llena y me siento a gusto, difícilmente alterno con más personas. No soy la puta que te han dicho que soy, o que crees que soy.
–Jamás he pensado eso de ti.
–Qué raro, porque represento absolutamente todo lo que condenas verbalmente. Te he escuchado hablar, he visto lo que te incomoda, y que una mujer sea, por decirlo de alguna manera, tan masculina, no te acomoda en nada.
–Mmmm. He salido con muchas mujeres; la mayoría quiere a un hombre al lado para que las proteja y las provea.
–Y a ti te gusta ser el macho que cumpla con ese estándar.
–Ni creas, he corrido con la suerte de no enrolarme con mujeres conformistas.
–¿Alguna seria desde tu separación?
–No. No está en mis planes enamorarme, nunca. No tengo tiempo y no sé cómo es eso.
–Ay, ay… No me digas que nunca te has ido de bruces por alguien.
–Jamás.
–Eres tan seco, tan duro… impenetrable.
–Sí… eso dicen, y créeme que no es a propósito. Simplemente no sé romancear. No es lo mío.
–Lo tuyo es atacar cuando menos se lo espera la hembra, ¿no?
–Cuando veo las señales justas. No me gusta equivocarme.
El mesero regresó con las viandas y con una botella que Manuel no había pedido.
–Licenciado, le manda esta botella el señor de aquella mesa.
–¿Quién?, ¿De cuál?
–Ese, el de allá.
Anais y Manuel voltearon al mismo tiempo… la botella provenía de una mesa instalada casi en un punto ciego que impedía ver bien a los comensales. Cuando el mesero comenzó a descorchar el vino, Senderos se echó un poco hacia atrás.
La había enviado Fernando Amaro, quien a lo lejos levantó su copa para brindar con la parejita.
–Mta madre, a ver si ahorita no llega Lupe a hacer un desmadre.
–No lo creo. Jamás salen juntos. ¿Te molesta que mi suegro nos vea juntos?
–Para nada. Sólo que no sé si el envío de la botella sea una deferencia o una provocación.
–Para nada. Don Fernando es pacífico, además, mmmm, okey, te lo voy a contar: además me acabo de enterar que tiene un cáncer muy agresivo y se está muriendo.