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jueves, noviembre 21, 2024

La Amante Poblana 40

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Capítulo 40

El gurú del sexo en Puebla

 

Senderos la citó en un restaurante de carnes de la Avenida Juárez a las 15 horas.  

Antes de alistarse, Anais bajó a ver a Narda a su departamento. Le abrió la puerta en pijamas, a pesar de que ya pasaba del mediodía. Tenía el pelo metido en una mascada y al caminar arrastraba la pantufla con desgano.  

Darling, pasa. ¿Qué planes?  

–¿Estás bien? 

–Sí, un poco agotada, anoche me quedé hasta tarde viendo una película y dormí muy mal. Tengo unos insomnios tremendos últimamente.  

–Te noto bajona 

Ay, la verdad es que sí. Te voy a contar, ¿tienes tiempo? Dame un cigarrito.  

–Sí, aunque al rato me tengo que ir corriendo porque me invitó a comer Manuel.  

–¿Cómo va ese tema? 

–No sé. Ya sabes que es bien raro, muy seco cuando no lo tienes enfrente. Ayer acompañó a Pedro al MP. Parece que les fue bien.  

–Qué bueno, Manuel es muy chingón, seguro ya no los vuelven a llamar. ¿Y cómo se comporta con Pedro? Supongo que irónico y territorial.  

–Sí, el día que nos reunimos los tres para aleccionar a Pedro, lo puso en jaque. Además de que Pedro es un delicadito.  

–Me queda clarísimo. ¿Y qué? ¿Ya nada ahí? 

–No, no. Sabes que desde la última vez que nos vimos me dio una flojera espantosa.  

–Suele suceder. Justo cuando una ya es libre para darle vuelo a la hilacha sin estarse escondiendo, las pasiones se esfuman. Pero con Manuel qué. ¿Ya te lo cogiste? 

–No. El mismo día en su despacho sí hubo un pequeño acercamiento. No sabes cómo me pone ese cabrón. Me encanta, quiero que me de una arrastrada de miedo. A ver qué pasa hoy después de la comida.  

–Sólo procura que no se les pasen las cucharadas con el vino, para que no haya inconvenientes, digo.  

Okey. A ver ya, qué me vas a platicar, ¿por qué esa cara de palo? 

–Tengo una amiga que a la vez es amiga de Lupe. Se llama Tina, no sé si la conozcas.  

–Sí, sí, a la que le dio una embolia el año pasado.  

–Esa misma. Ella fue quien me presentó a tu suegra hace añales; era la más relajada de ese grupo de currutacas. Más que relajada, era genuina. Tuvimos muchísimas aventuras juntas, de todo tipo. Con ella y su marido me metí a un grupo de swingers en donde nos divertíamos como locos.  

–¿En serio? ¿Tina le entraba? 

–Claro, querida. Si acá todo el mucho se siente impoluto como si no tuvieran genitales más que para procrear, pero si yo te contara a cuántos de esos mojigatos me encontraba en las fiestas y por fuera criticaban a medio mundo por ser promiscuos, te vas de espaldas. Nombres pesados de familias “bien”. Puro hipócrita. Y esos, los comehostias, eran los más guarros en la cama, te lo juro. Hombres y mujeres. Pues resulta que un día alguien rajó leña y fue a soltar la sopa a todos lados sobre dónde se hacían las fiestas y se acabaron… por un tiempo. Y las señoras que le entraban, al poco rato, como buenas putas redimidas, se empezaron a juntar y contrataron a un italiano que dizque daba cursos de prosperidad, pero en realidad esas reuniones después tomaron otro rumbo medio sectario porque dejaron de ser exclusivamente de señoras con este wey –que se hacía llamar Giorgio Favelli– e invitaron luego a los maridos y les daba unos cursos de erotismo en pareja. Ya te imaginarás.  

–Ja, ja. Qué, se acabó cogiendo a todas.  

–Obviamente. Y no sólo eso; los maridos también le entraron. Eran patéticos: llegaban todos vestidos de blanco y hacían sus meditaciones previas, alguna vez Giorgio trajo un maracáme güichol y los empeyotó, cobrándoles las perlas de la virgen. Rentaban hoteles en Valle de Bravo o Tepoztlán y les daba lecciones de la apertura de los chacras, y lo único que les abrió fue el ojete del culo. Es en serio. Yo fui, claro. Me divertía mucho viendo a los tipos más mochos y respetables haciendo como changos y respirando hondo mientras Favelli les masajeaba la verga. Un espectáculo. Como del Padre Maciel, a quien también conocí cuando una ruca, amiga de la Sahagún, se empeñó en traerlo a cenar.  

La cosa es que Tina y su marido fueron los principales patrocinadores del gurú, pero como suele suceder en estas tramas, Tina se fue de bruces y se súper enculó del italiano. Le pagaba todo, lo traía de llavero. Su marido le dio más chamba para capacitar a los empleados de la empresa… ya sabrás. Total, que como al año, Tina descubrió que su amorcito tenía ya una relación muy profunda con Paula, la otra amiga de Lupe. Esa sí para que veas hasta carro le compró y, de hecho, se fueron juntos a Italia. Abandonó un rato a su marido, pero el marido, evidentemente, no quería quedar como el cornudo de la historia y anduvo diciendo que claro que sabía que Paula se había ido a Italia, que tenía todo su consentimiento porque Favelli la había invitado a una preparación para certificarse en las mismas jaladas que él daba.  

–Muy, muy poblano. El coach estafador y padrote que enamora a propios y extraños y acaban soltándole todo lo que tienen para que, al final, queden más imbéciles de lo que ya estaban.  

–Tal cual. Paula, en efecto, regresó, pero como cuatro meses más tarde. Toda jodida, en los huesos y creo que hasta madreada.  El consabido cuento de que llegaron y resultó que el italiano era un muerto de hambre con un cerro de hijos botados por todo su pueblo. Una ficha. ¿A qué voy con todo esto? A que Tina y yo éramos inseparables, a pesar de que yo asistía a esas puestas en escena solo para divertirme y ver a estos mustios en acción, gastándose su lana para que les dieran servicio a sus mujeres.  

–¿Y Lupe sabía esto? 

–Lo sabía, pero se hacía la tonta. En ese entonces estaba en franco romance con Juancho.  

–Madres. 

Ajá, por supuesto que a ella con un lover le bastaba, no se metió a todos esos desfiguros, pero claro que sabía todo por Tina y la insidiosa de Paula.  

–¿Y qué es lo que te tiene bajoneada? Es una historia maravillosa, qué risa. Le sabes todo a todos.  

–Sí, sin embargo, al yo saber todo de todos, es lógico que esos todos también conocen todo de mí, más lo que me inventaron.  

–¿Entonces?  

–Me llamó Tina, muy sacada de onda. Me dijo que anoche la buscó Lupe antes de llegar a su jugada y le pidió que investigara conmigo si acaso seguía viéndome o teniendo contacto con Fernando.  

–¿Y lo tienes? 

–Mmmm. Muy poco, pero sí. Te voy a decir la verdad: Fernando le pidió una cantidad fuertísima de dinero a un examante mío y le debe hasta la risa. Por más que le ha ido a abonando no puede saldar la deuda desde hace dos años. Fue cuando comenzamos a hablar de nuevo esporádicamente.  

–No veo por qué estés preocupada tú.  

–Tina dice que Lupe cree que Fernando sabe sobre los cuernotes que le puso con Juancho.  

–Qué bueno que lo sepa, para que no se haga la santurrona esa pinche vieja. ¿Lo sabe? 

–Lupe piensa que yo se lo conté, pero no. Tina siempre ha sido íntima de Fernando, desde niños; fueron vecinos, se trataban como primos. Ella se lo dijo, pero ignoro cuándo. 

–O sea que don Fernando se la trago completa.  

–Claro. Como todos mis compadres. Saben que sus mujeres son unas golfas, pero como son las mamás de sus hijos han sido incapaces de encararlas.  

–No acabo de entender tu preocupación.  

–Tina y yo hablamos mucho anoche. No me preocupa que Fernando se haya enterado de que yo era la alcahueta de su mujer, por mí que la exhiba y le baje los humos, sería justo. No. La cosa es que Fernando está enfermo. Tiene un cáncer súper avanzado de colón y no le había dicho a nadie y ni lo piensa decir. Tampoco tomará algún tratamiento. Conclusión: se está dejando morir.  

–No me digas. Con razón está tan demacrado, yo pensé que era por el luto.  

–No, querida. Se nos muere. ¿Y con quién crees que cenará el sábado? Con Juancho. 

–Los vi juntos en el velorio.  

–Sí, pero por mera cortesía, porque llevaban siglos sin hablarse.  

–¿Tú crees que lo del desfalco de Juancho con los muebles rústicos fue sólo un pretexto de don Fernando para desafanarse de Juancho pues sabía que se andaba cogiendo a su mujer? 

–No lo sé. Juancho sí es un hampón y me consta. A todo Puebla le consta. Sin embargo, siempre ha salido impune porque es muy hábil. Dudo mucho que para ese momento Fernando se oliera algo, supongo que Tina se lo reveló después.  

–¿Por eso te sientes así? 

–Sí, Darling. Lo creas o no, Fer fue importante en mi vida, creo que el único caballero con el que salí. Me preocupa que esté sufriendo sin pedir ayuda. ¿Crees que le deba decir que lo sé? 

–Sí, por supuesto. Mi suegro es un gran hombre, sólo que tiene una pésima mujer al lado.  

–Lo voy a buscar. Tina me va a mentar la madre, pero ya se le pasará. Pues eso es lo que traigo, Anais querida. Oye, ¡pero ya vete! Ponte bella para ver a Manuelito.  

–Me emociona verlo, no te lo niego, y mucho, sin embargo, siento que cuando esto se consume no me voy a poder detener con él, y no sé cómo vaya a resultar la cosa.  

–Como resulte. Ya estás dentro, chula. Sólo un consejo: hoy desconciértalo. No vayas como él quiere que vayas, es decir: cero sexy. Ponte unos pantaloncillos ñoños de poblanita mustia y blusita. No carmín, no zapatilla. Botas, cúbrete los pies.  

jajaja. Eres una máster.  

–No reina, es que voy a decirte algo: a los hombres como él, si le das fácil la muestra gratis, se les hace costumbre y luego ya no compran el producto.  

Anais salió de casa de Narda feliz, como siempre que la veía.  

Narda tenía esa capacidad: era una mujer a quien amar, lástima que en Puebla los hombres fueran tan doble moral.  

Esa mujer merecía un tributo a su ingenio, y un biógrafo para que contara todas las andanzas que había pasado con la alta suciedad.  

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