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domingo, noviembre 24, 2024

La Amante Poblana 33

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Capítulo 33

La Robamaridos

 

Doña Lupe llevaba más de dos meses sin ir a la jugada de los jueves. Las pastillas que tomaba para despertar no la alcanzaban a espabilar lo suficiente como para pasar todo el día en su casa pergeñando cómo arruinar a su nuera, y luego irse a reunir con sus amigas; además no hubiera sido bien visto por las demás que se reincorporara pronto a un divertimento tan vacuo como jugar a las cartas y beber whisky hasta la madrugada.  

Después de la visita inesperada que le hizo a Anais antes de que tuviera su cena con Senderos y Narda, Lupe se quedó trabada de coraje cuando su vieja amiga y rival puso en evidencia que ella también había sido infiel. 

Pasaron dos días para poderse reponer del entuerto.  

Una vez que se retiró del edificio con el carro de su hijo, llegó a casa y de inmediato tomó el álbum de fotos que guardaba en la puerta inferior de su buró. En ese tomo lleno de recuerdos, se encontraban varias instantáneas con Juancho, el socio de su esposo que durante más de dos años le voló la cabeza.  

Fueron tiempos gloriosos, tanto para ella como para su marido. Fernando y Juancho se subieron al negocio de los muebles rústicos y pronto comenzaron a exportar cantidades industriales.  

Finales de la década de los noventa. Lupe estaba en su cincuentena y lucía un físico maravilloso. Siempre fue considerada como una mujer no tan hermosa, pero su forma de caminar, completamente enhiesta, llamaba la atención en donde se plantara.  

La aventura con Juancho se dio cuando Lupe decidió meter la nariz en el negocio del mueble y obligó a Fernando para que montaran una sala de exhibición en la colonia de moda en Puebla.  

Fue ahí cuando se dio el flechazo. 

Años y años de convivencia estrecha y jamás se le había pasado por la mente que quizás pudiera echarse una canita al aire para romper con la monotonía de treinta años con Fernando.  

La tarde que se enredó por primera vez con Juancho fue justamente en un día que le tocaba jugar cartas, pero de repente las compañeras de vicio cancelaron.  

Juancho había llegado a la tienda para hacer cuentas y Lupe estaba acompañada de una de sus mejores amigas, Narda Velázquez, que no encajaba en absoluto con las demás señoras, sin embargo, la invitaban porque aderezaba las reuniones con su picardía nata.  

Los juegos de baraja se convirtieron en francachelas desde que Pía Almazán invitó a Narda.  

De entrada, las mujeres desconfiaron de ella porque les parecía sumamente libertina, pero pronto se convirtieron en sus mayores seguidoras.  Así, cuando empezó a darse la danza de las infieles, Narda fungía como una experta Celestina y consejera.  

De los amasiatos que se le atribuyeron en esa temporada a Narda, sólo la mitad o menos fueron reales. Los demás habían sido inventados por las propias señoras que, en aras de cubrirse las espaldas, le colgaban el santo a la tabasqueña.  

Juancho jamás miró con otros ojos a Lupe hasta esa tarde, cuando llegó y encontró a las dos amigas en medio de una caldeada charla con tequilas. 

El alcohol le quitó a Lupe el corsé moral. Andaba vestida con unos jeans ajustados que para nada iban con su estilo recatado, sin embargo, fue idea de Narda que debía modernizarse para atender la tienda.  

A Lupe le sentaban fabulosos esa clase de pantalones porque, si algo tenía bonito, eran los muslos y las nalgas.  

Juancho entró y de inmediato Narda le ofreció una copa y dijo: “ya es hora de cerrar y a nosotras nos dejaron plantadas las chicas de la pula”. De otra manera, si el negocio hubiese estado en horas hábiles, Juancho jamás se hubiera permitido sentarse con las dos mujeres que ya ostentaban el rubor de los primeros tragos.  

A partir de esa tarde, Lupe no pudo soltar a Juancho, llevando una doble vida que le devolvió el brío y adquiriendo una sensualidad insólita. 

Narda fue, por supuesto, la tapadera para que ellos dos pudieran dar rienda suelta a sus fantasías. Llegaron a viajar los tres juntos a Las Vegas, invitando a Narda como comodín por si hubiera algún contratiempo.  

Justo esas fotos estaban mirando Lupe en su álbum. Las fotos en donde aparecían ambas amigas en el Bellagio: abrazadas, felices.  

¿En qué momento se había desmantelado esa alianza?  

Cuando Lupe comenzó a sentir pasos en la azotea y a cometer las imprudencias propias de las mujeres que se acaban enamorando perdidamente del amante.  

Narda aceptó que en determinado momento su amiga le adjudicara la aventura a ella para que Fernando no se oliera nada. Pero el esposo de Lupe podía ser un hombre pasivo y prudente, mas no idiota. 

La ruptura sobrevino cuando Lupe, perfectamente desquiciada y obsesionada con la idea de no perder a su amante, le propinó una puñalada a Narda creando un escándalo monumental al contarle a la esposa de Juancho, su comadrita Teté Vivanco, que Narda llevaba dos años acostándose con su marido.  

Lupe sabía que una bomba así distraería las miradas y crearía especulación alrededor de la siempre polémica Narda.  

De habérselo consultado, ella, mucho más astuta y experta en esos embrollos, hubiera encontrado una solución menos explosiva, pero Lupe brilló toda la vida por su egoísmo y tiró esa bomba que, a la postre, se le regresaría como un boomerang cuando Narda terminó seduciendo a Fernando.  

Estaba lista para incorporarse a la jugada. Aún llevaba el luto encima, y a pesar de eso, le urgía irse a reunir con las demás señoras para, ahora sí, despotricar sin piedad sobre Anais y Narda.  

Tomó la foto donde estaba con Narda en Las Vegas y la despegó del álbum. En ese preciso momento, Fernando tuvo el mal tino de entrar a su habitación.  

–Qué bueno que ya te animaste a salir un poco, gorda. ¿Cómo te sientes? Has perdido peso.  

–Voy un rato a la jugada. Ni creas que tengo muchas ganas, pero ya me han insistido demasiado.  

–¿Qué estás viendo? 

–Ah, mira… encontré esta foto que yo no sé por qué nunca quemé. Aquí está la puta esa con la que me viste la cara tanto tiempo.  

–Ay, no. Si vas a empezar con eso, mejor me voy.  

–Claro, huye. ¿Sabías que esa golfa es íntima amiga de tu nuera? 

–¿De Anais?  

–¡Pues de cual otra! Ni modo que de Claudita. Ella es incapaz de juntarse con la escoria.  

–Te recuerdo que tú te juntaste años con esa escoria. Se la vivían pegadas. 

–Sí, por idiota. La metí en mi grupo y ve cómo me pagó. O cómo me pagaron tú y ella, más bien.  Antier pasé a casa de Fernandito por su carro, ya lo viste ahí en el garaje. Bueno, pues fui y ahí estaba Anais con unas fachas… iba a tener reunión. Le caí como balde agua helada a la sinvergüenza. Traía un vestido así todo embarrado como de prostituta, y medias… se veía tan vulgar. Yo no sé de verdad cómo mi hijito se casó con una barata como esa. El caso es que estaba ahí, con vinos, quesos, toda la cosa. ¿Y quién crees que era su invitada?, o una de ellas (o de ellos, no me queda la menor duda que han de haber metido hombres) … pues Narda. Llegó y se me retorcieron las tripas. Ya me quería ir, pero la bastarda que me empieza a insultar de la nada. Claro…  se quedó herida cuando los caché y la expuse como lo que era: una robamaridos profesional.  

–¿Ya acabaste de vomitar? 

–¿Te imaginas de qué han de hablar esas dos? Segurito que Narda fue la que aconsejó a Anais para que nos echara encima a Senderos. ¿Los viste el día del sepelio? No dudo que ese par acabe en la cama. Son un asco los dos.  

–Cómo crees que Anais va a andar con Manuel. ¡Por Dios, Lupe!, ya ponte a hacer algo de provecho y deja de ver fantasmas.  

–¿Lo dudas? 

–Claro que sí. Manuel le dobla la edad a Anais. Es nuestro contemporáneo, mujer.  

–¿Y eso qué? Siempre ha sido un cochino. Antes, joven; ahora un viejo cochino como esos que se andan luciendo en el casino con sus amantillas. A ver, ¿me puedes explicar cómo piensas que le va a pagar sus honorarios? Digo, esa mujer no gana mal, pero Senderos cobra en dólares, y lo sabes.  

–Pues si se enredan o no, ya no es asunto nuestro, gorda. Anais es libre y Manuel creo que también.  

–Yo no sé. Voy a investigar. La verdad es que no sé nada sobre ese señor. Pero créeme que hoy me voy a enterar de todo. La Chiquis es (o era) íntima de las hermanas de Senderos. Ella me va a soltar la sopa.  

–¿Y qué harás con esa información? 

–Utilizarla como arma a la hora que empiece el litigio por el departamento.  

–¿Y crees que Manuel, para como es, se va a dejar chantajear por ti? ¡Por Dios, ya deja de ver comedias! Aparte ni sabes si ellos dos tienen algo. Yo sinceramente no lo creo.  

–Me importa un bledo lo que creas. Caras vemos, braguetazos no sabemos. Acuérdate nada más como todo el mundo metía las manos al fuego por ti y resultaste una fichita. Un mosca muerta que me hundió la daga con, ¡ayyy, qué asco! Mira, mira esta foto: ve la calaña de esta zorra. Yo no sé cómo me atrevía a llevarla a Las Vegas.  

–A ver, veo… Por cierto, ahora que quieres rascarle al pasado, siempre se me pasó preguntarte quién les tomó esa foto. ¿Quién más fue con ustedes a ese viaje? 

–¡Ay, Fernando, carajo!, cómo quieres que me acuerde quién tomó la foto. Seguro un mesero o qué sé yo. Y no, nadie más fue al viaje.  

–¿Estás segura? 

Lupe se puso nerviosa. Nunca su marido había preguntado algo similar. Pero de su mirada se desprendió un brillo malicioso y le cambió el tono de voz.  

–Tan segura como que llamo Guadalupe, y más que eso: tan segura como cuando descubrí tus pillerías con el gobierno y me quedé callada. ¡Así de segura! 

Lupe tomó su pastillero del buró, se puso en pie y le arrebató la foto de las manos a Fernando.  

Sin mirarlo, lo empujó para quitarlo de la puerta y fue rompiendo la foto mientras caminaba por el pasillo.  

Estaba lista para desmentirse a ella misma frente a las amigas y expulsar todo el veneno contra su nuera.  

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