Capitulo 31
¡Peligro, material inflamable!
No era muy tarde y Anais conocía las rutinas nocturnas de Pedro; para esa hora estaría tumbado viendo una serie en la televisión o quizá haciéndole sexo oral al residente.
Estaba semidesnuda, sentada en su sala bebiendo el resto de champaña que sobró en la copa de Senderos.
Todavía tenía la sensación del cuerpo del abogado aprisionándola. Trataba de no hacerse demasiadas preguntas, aunque era inevitable atraer la sucesión de imágenes: desde que ella le amagó las piernas hasta que él se negó a consumar el acto amoroso.
Manuel no daría pasos sin huarache. Seguro que ya tenía bien medida su estrategia, y le estaba resultando.
Para ella todas las relaciones en las que se había metido fueron cosa fácil. Nadie opuso resistencia frente a su asedio. No por otra cosa, sino porque, como dijo Manuel minutos antes, los hombres con los que se involucró eran seres sin voluntad, todos sabían que Anais no albergaba ilusiones. Eran pactos tácitos de no agresión para sobrellevar el aburrimiento conyugal mutuo.
Pedro resultó ser más frívolo que los anteriores. Su primo Paco hacía tiempo que no aparecía en escena. El incesto dejó de ser divertido cuando se dio cuenta que sólo recaía por mero morbo y nostalgia de esos encuentros pecaminosos que acababan afectándolo a él a tal grado que en varias ocasiones quiso divorciarse de su mujer.
Anais sorbía la copa de Manuel como si pudiera extraer de ella sus secretos más íntimos. ¿Qué estaba pasando? ¿En qué momento perdió el control y se dispuso a darse un balazo en el pie poniendo los ojos en un personaje como Senderos? ¿Era ocio, soledad? ¿Atracción por el polo opuesto?
A ella le gustaba llevar las riendas. Así fue en su matrimonio y también en los romances externos. Interpretó a la perfección el papel de la desprendida, de la dura, la amante que llegaba, se acostaba, se vestía y se iba sin dar explicación.
La cabeza comenzaba a dolerle por la mezcla de alcoholes. Los minutos pasaban así que, si pretendía encontrar despierto a Pedro, más le valdría llamarlo.
Marcó el número y la llamada se fue al buzón. Colgó. Dos minutos más tarde, el médico se reportó.
–Te llamé con el pensamiento.
–Hola, perdón por la hora. Oye, nada más una cosa, rápido: necesito que mañana canceles lo que tengas a la una de la tarde. Tenemos que ir con mi abogado porque me comentó que te van a citar en el MP para que declares lo que hiciste el día que mataron a Fernando.
–¿A mí por qué?
–Porque cuando me interrogaron les dije que pasé a verte antes de enterarme de la noticia.
–¿Y eso qué? No les dijiste que teníamos algo, ¿verdad?
–Al MP, no. A mí abogado, sí. Él tenía que saberlo para que a la hora que te llamaran supieras qué decir.
–Mta madre. No me hayas metido en un lío.
–No, obviamente no pasa de un interrogatorio, pero sí es muy importante que nos veamos con Senderos mañana para que coincidan las versiones. Tampoco es que inventé un rollo complicado, dije que pasé a recoger unos libros a tu casa porque te iba a hacer una remodelación, eso es todo. Lo que Manuel quiere es que no haya diferencias en las versiones.
–Okey, pues mañana te veo ahí. ¿Es en su despacho?
–Ahí mismo. Te queda cerca.
–Bien. Pues allá te veo. ¿Y qué harás saliendo?
–Tengo trabajo. Terminar una cotización y reunirme de nuevo con la esposa de Roberto. Un horror.
–¿Qué haces ahora? Se te oye la voz jalada.
–Me tomé una pastilla para dormir, así que te dejo. Nos vemos mañana.
–Qué cortante. ¿Cuándo repetimos lo de la última vez?
–Ahí vemos, Pedro. Créeme que ando sin cabeza.
–Por eso… lo mejor para esos males es acabar de deschavetarse.
–Hablamos mañana. Llega puntual, por favor. Y no te vayas a sacar de onda con las formas de Manuel. Es un hombre rudo, mal hablado, inquisitivo, pero él me está sacando de todo este problema.
–Sí, he escuchado que es un hijo de puta.
–Claro que no, simplemente no es un doble cara como todos los de acá.
–Uy, cómo lo defiendes. Ahora eres abogada del abogado o qué.
–Te vale madres. Mañana te veo. Descansa.
Colgó y aventó el celular a un lado. Se recargó en el brazo del sillón y se quedó dormida.
La mañana la sorprendió todavía con un ligero dolor de cabeza y la mesa del comedor llena de cadáveres de botellas. La muchacha del servicio abrió la puerta y al verla ahí, semidesnuda, se ruborizó.
Anais le dio los buenos días y le pidió que le preparara un café bien cargado. Eran las ocho de la mañana.
Recuperó el teléfono y lo puso a cargar mientras se bañaba. Saliendo de la regadera llamó a Narda.
–¡Cuéntamelo todo!
–Ufff, por dónde empiezo.
–Pues por la parte donde me fui al baño y regresé con la sorpresa de que no tenías las medias puestas y Manuel se acomodaba el pito dentro del pantalón.
–jajaja, peda, peda, pero bien que te fijaste.
–Obviamente. ¿Y luego? Me fui y…
–Pues ya se me quería escapar. Te fuiste y ya le estaba marcando al chofer.
–Es un viejo zorro. Lo hizo a propósito.
–Me queda claro. Porque mira, para no entrar en mayores detalles, nos metimos un atascón de miedo en la sala, bailamos, nos pusimos a hablar de intensidades personales, luego llegamos al cuarto, pffff ¡qué hombre! Es un búfalo el cabrón.
–Me han contado. Sí, tiene fama de buen amante. Rudote, guarro… ay, ay.
–En esas estábamos, yo ya lista para lo que venía y que se quita. Me dijo que no me iba a coger así, ebria. Y es que mientras bailamos me puse un poco sentimental y le conté algunas cosas. ¡Eso no se hace!, cedí la plaza.
–Estuvo bien, hombre. No siempre tienes que ser la machita del cuento. Ayer te estuve observando, mamita, y mi amigo te mueve cosas muy canijas. Lo noté. Es alguien absolutamente distinto, abismal a todo lo que conoces. A mí me pasó una vez… bajé las velas y dejé que otro me llevara. Fue increíble, sin embargo, debes de tener algo en cuenta: Manuel es un solitario. Manuel no está buscando a una mujer. Tú le estás cayendo del cielo, sin embargo, él va a querer ser quien mande. Si esto llega más lejos, no te va a tratar como una amantilla más, no es pendejo, te va a hacer parte de su tropa, serás su mujer SIN SER SU MUJER.
–No me interesa ser mujer de nadie.
–No me refiero a vivir ni a casarse ni esas pendejadas, sino a que te va a poner en un lugar especial en el que solo querrá tenerte para sí, cuando él quiera, en el momento que a él se le antoje. Y… si el quiere va a seguir tumbándose a otras, pero tú, reina, como eres de encantadora y estoy segura de que se va a fascinar contigo, tú no vas a poder seguir con tus relajitos. El podrá ser un polígamo contumaz (aunque ya lo noto muy tranquilo, y cuando quiere a alguien le entra bien, al menos por un tiempo), pero si llegan a tener un vínculo denso, olvídate de puterías. Es un macho. Lo sabes. Lo oyes hablar, no lo oculta. ¿Quieres eso? Si no, entonces ni le muevas.
En fin, sigue el chisme… se levantó y te dejó ahí a medios chiles, jajaja.
–¡Síii! Al principio me quedé trabada, pero después me di cuenta de que, en efecto, lo que está haciendo es pautar. Es un cabrón bien hecho.
–¡Y te encanta! Y estás harta de ser tú la que mueve la olla. Quieres a un hombre que te subyugue, que te ponga en jaque, que te meta en una dinámica de suspenso. Que te deje caliente, que no te rinda pleitesía. Que te coja como a una puta; uno al que le tengas que arrancar las palabras dulces. Un patán en la cama, que te hable sucio, que te quiera llenar todos los huecos (no es alegórico).
Entiendo perfectamente. Esos hombres son una microdosis de veneno diario que no mata, pero apendeja. ¡Dale!
Nada más que advertida estás: si le entras con todo, si vas con y por él, prepárate para sangrar.