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jueves, noviembre 21, 2024

La Amante Poblana 20

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Capítulo 20

MEDIAS, HACKERS Y ZAPATILLAS

El chofer de Senderos llegó por él a la puerta del MP.

–¿Cómo te vas?

–Traigo carro, Manuel, gracias.

–¿Qué harás al rato? Si tienes tiempo pasa al despacho. Me sorprendiste con eso del doctorcito. Tenemos que ver bien qué onda con él porque tu suegra se va a querer agarrar de ahí. Tú debes pasar como la más santurrona del pueblo.

–No es ningún doctorcito. Es un médico, muy bueno en lo que hace.

–Y en otras cosas más al parecer. ¿Qué si está muy padrote? Digo, tu marido era carita.

–Sí, pero una carita no basta. Y fíjate que no, no es tan galán, pero es estupendo en lo que hace.

–Me imagino… para que hayas rifado con él.

–Pues sí. Ya te contaré porque tienes razón, si Concha lo manda a llamar también deberíamos reunirnos antes con él, con Pedro, para que dé la misma versión.

–La de los libros. ¿De dónde sacaste eso? Te lo sacaste de la manga en el momento.

–¡Pues sí, Manuel! Si hubieras estado hubiera sabido qué decir. Ya vi que el juececito ese se te pone de tapete.

–Calma. Todo está en orden. Concha es, exactamente como lo dices, un juececito, pero en el fondo es buena bestia. Trabajó conmigo hace muchos años, y ve hasta dónde llegó.

–¡A ser MP en esa mesa infecta llena de migajón y tinta! En verdad qué horrible es entrar ahí.

–Bueno, bueno. Entonces hay que ver a tu machete para que cuando lo llame Concha no la vaya a calabacear. Ya me imagino a qué fuiste a su departamento. Mmm. A recoger unos libros, ajá ajá.

–No fui a lo que crees. Bueno, tal vez a eso iba, pero no se pudo. Se malogró.

–¿Es casado?

–No. Soltero, bien soltero. Nunca se casó.

–¿Años?

–56

–Entonces le ha batear por el otro lado.

–Al rato te cuento.

–¿Ah sí? ¿Le gusta que le den pa`llantas?

–¿Qué es eso, Manuel? ¿Padrotón, machete, pa llantas? ¿De dónde sacas tantas expresiones tan raras? ¿Así eres con todos tus clientes?

–Bueeeno, ya te dije que soy algo rasposo. Yo no vengo de cuna de oro, reina. Y sí, creo que así hablo con todos. Con los hombres, al menos. Pero no sé porqué contigo me suelto.

–Porque no me tienes ningún respeto.

–¡Hey, claro que te respeto, reina! Sin embargo, hay algo en ti que me da mucha confianza; eres una mujer inteligente.

–Ajá, ajá. Bueno, Manuel, ya súbete a tu carro. Te veo más tarde en el despacho. Voy a hablarle a Pedro para quedar y llevártelo.

–Pero no hoy. Primero tenemos que hablar largo y tendido tú y yo. Cítalo mañana en El Virreynal. Hacen unos chilaquiles con resortes que te mueres.

–Está bien. Te marco cuando vaya en camino.

–Oye, y no vuelvas a venir en zapatillas y medias al MP. Acá hay puro sicalíptico enfermo de la mente. Concha es el más decente.

–Eso vi. Pero espero no tener que pisar nunca más este lugar.

–Ta bien. Oye, si puedes llévame los documentos que tengas del departamento. ¿Estaba a nombre de Fernando?

–Sí. La verdad es que todos me advirtieron que debía cambiar esa escritura, pero se me hizo muy vulgar pedirlo.

–Reina, reina: lo vulgar es que esa cara de nalga no te haya dado todo lo que tenía. En fin, ya la regaste. Ahora vamos a componerlo.

 

Anais se fue caminando hacia el estacionamiento. Mientras andaba, algunos vendedores ambulantes le chiflaron. Se acomodó la falda que, por la estática de las medias, siempre acaba subiéndose. Se trepó a su carro y se dirigió a Plaza Palmas en busca del local donde había visto que desbloqueaban celulares.

 

Llegando al centro comercial, se topó con un amigo suyo que hace mucho tiempo no veía. Quiso evadirse, pero ya lo tenía demasiado próximo.

 

–Anais, ¿cómo estás?

–Hola Julio, qué milagro. Años sin verte.

–Lo mismo digo, solamente supe de ti apenas, cuando me enteré de lo de Fernando. Lo siento mucho, caray.

–Pues sí, pero qué le hacemos. Tuvo una buena vida.

–Eso sí, uno nunca sabe cuándo le va a tocar. Oye, ¿te sigues dedicando a decorar casas?

–Sí: casas, oficinas, espacios, locales… todo eso.

–Ah, qué bien, porque fíjate que estoy terminando de construir y quiero que me asesores.

–Claro, mira: este es mi número. Márcame la otra semana y nos reunimos. No seas malo, que sea la otra semana porque, como te imaginarás, ando con mil papeleos.

–Sí, va. Yo te llamo. Oye, qué gusto verte, y con todo respeto, te ves estupenda. Siempre fuiste mi amor platónico, o como dicen ahora los chavos: mi crush…

–Jaja, qué mentira más grande. En fin. Nos marcamos, voy un poco apurada.

 

Apretó el paso para no tenerse que encontrar de frente con nadie más. Estaba de pésimo humor luego del interrogatorio.

Entró al local de celulares y le pidió al dependiente si podía abrirlo.

–Uy, señora, la cosa es que si lo abro se le va a borrar la información. ¿Es suyo?

–Era de mi esposo, pero se murió hace unos días.

–Ah, chale, que mal plan. Pues mire, lo más fácil sería que me trajera un dispositivo al que estuviera vinculado el teléfono, no se, la computadora o el iPad del señor.

–Pfff, pero no sé si esos aparatos también tengan clave… mmm creo que no, creo que la lap no tiene. ¿Entonces?

–Pues si quiere déjemelo y le intento con un cracker, pero si tiene esa posibilidad, lléveselo, mañana se abre en dos patadas y no batallamos. Así no se borra nada.

–Okey, pues mañana temprano le traigo la computadora.

Se dio media vuelta, pero diez pasos adelante se percató que había dejado ahí el celular. Regresó, y como los empleados estaba de espaldas, alcanzó a escuchar la conversación descriptiva que iniciaban y, divertida, se ocultó detrás de una gran planta que estaba en la maceta.

–Que se le murió el esposo, dice la doñis. ¡Chialeeee, carnal! ¡Lo que inventan las rucas para espiarlo a uno!, ¿verdad? Ches viejas tóxicas, deberíamos cobrar por nuestro silencio en estos casos.

–Sí, wey; aparte fíate, ca. ¿Tú crees que una recién viuda va a andar con esa faldita y esas medias? ¡No le vi cara de haber enterrado al esposo!, más bien se lo ha de querer pepenar en la movida.

–Bueno, pus vale verga, we. Le abrimos el cel y ya. Lo que sí, es que no me gustaría estar en los zapatos del vato, del dueño del cel.

–¡Toodas son iguales! Y seguro le quiere buscar algo porque ella ha de andar de guarrilla también. Es como vacunarse, ¿no crees?

–Ya sé… ¡qué putas son las viejas, me cae de madres!

 

Anais decidió no entrar. Se aguantó la risa y se fue rumbo a la salida. De todas formas, al día siguiente volvería con la computadora para que aquel par de sociólogos reguetoneros hicieran su trabajo.

Encendió un cigarro en lo que llegaba a su carro.

No era la primera vez que alguien le decía puta sin conocerla. Por supuesto que no se sentía ofendida, el mundo estaba lleno de esa clase de orangutanes que, al descalificarla como una puta lo que reprimían era su frustración de no poder acceder a esos encantos.

Qué linda, qué linda, qué chula es Puebla.

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