La hilarante historia sobre un atentado perpetrado por un comando de colombianos que resultaron tan estúpidos que se metieron a la casa equivocada. La falsa disculpa después de sacar a flote su lado más racista y discriminador. La encuesta patito más hechiza que un calentador de agua en un penal. La decisión de la Coparmex de hacer el trabajo sucio y quedar en pleno ridículo. Todas esas acciones tienen un común denominador: A Eduardo Rivera Pérez nada le sale bien. Más aún: el fracaso de sus montajes es directamente proporcional a su fallido intento de buscar la gubernatura de Puebla. Las torpezas cometidas durante toda la campaña, cometidas por el propio candidato del PRIAN o sus vasallos -con eso de que se siente español de sangre azul- solo permiten observar que la preocupación es el tamiz que controla sus acciones. Hay otro factor que, a una semana de que se realice la elección, han sobredimensionado los dirigentes de Mejor Rumbo por Puebla: el debate entre los aspirantes a Casa Aguayo y la marcha denominada Marea Rosa. Ambos, de acuerdo con lo que nos dicen los mismos panistas, han sido tomadas con mucha euforia por el propio Eduardo Rivera y los liderazgos del PAN pues, desde su óptica, se mandó un mensaje de ánimo renovado a la base de todo el estado que ya veían el barco hundirse sin remedio. Sin embargo, esa percepción es equivocada. La militancia sigue sin sentir el cobijo de su candidato ni de la dirigencia. Los candidatos en municipios y diputaciones hacen lo que pueden para apapachar a sus simpatizantes porque están solos. En esta campaña solo hay apoyo para uno solo: el egocéntrico Eduardo Rivera. El resto que se rasque con sus propias uñas. Así quedó de manifiesto, por ejemplo, cuando distribuyeron la propaganda a los candidatos: todos iban con la imagen de Rivera Pérez. Esa decisión correspondió tomarla a Augusta Valentina Díaz de Rivera Hernández, en un acto que sabía agradaría muchísimo a su jefe (aunque hay algunos que quieren ver moros con tranchetes, sobre todo en la justificación de gastos). La militancia, además, tiene extrema claridad de que los cargos de elección fueron repartidos a los amigos, familiares y compadres. Todo fue para un solo grupo: El del exalcalde. Hubo candidatos competitivos que no formaban parte del clan y se les marginó por completo. Ahí está el caso de San Martín Texmelucan, en donde Rivera Pérez decidió entregarlo a su partido de juguete, Pacto Social de Integración, y el abanderado de la coalición se fue a la tercera posición. Eso es lo que Eduardo Rivera y los liderazgos panistas no han querido aceptar, así como tampoco que en la Marea Rosa participan simpatizantes que ya están convencidos de su voto. El resto del voto clasemediero no lo tienen en la bolsa y es justo en ese sector, en donde ha pesado enormemente la estulticia e incapacidad del Ayuntamiento de Puebla -tanto de Rivera Pérez como del velador Adán Domínguez Sánchez– para hacer frente a los retos que demanda la ciudad. Es un votante altamente informado al que es difícil engañar o hacerle creer que viven en Lalolandia. Ese voto no lo tiene Rivera Pérez y ese mismo voto no participó en la Marea Rosa.