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sábado, julio 6, 2024

¿De qué se ríe Eduardo Rivera?

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Lo vimos sonriendo, un tanto desparpajado; un tanto fresco no en el sentido de espontaneidad sino en esa acepción de la lengua que llama a la “expresión desenfadada y algo desagradable”. Apareció con el rostro somnoliento, desgastado pero no abatido, a pesar de que la derrota que cargaba en la espalda había significado la conclusión de todos sus errores. ¿De qué se reía Eduardo Rivera Pérez cuando admitió su estrepitosa derrota? Más aún, su semblante ¿qué significó para este momento en que la oposición ha quedado sepultada? ¿Será acaso que ya sabía de antemano su fracaso electoral? ¿Que nunca quiso ser el candidato del PRIAN porque sabía que era imposible vencer a Alejandro Armenta Mier? ¿Fue la sonrisa de un político que surgió ante la culminación de seis meses en los que tuvo que fingir que luchaba por algo? ¿Acaso, no pudo ocultar su sonrisa debido a que, para él, por fin había terminado el largo proceso electoral que nunca lo llevaría a donde quería? La respuesta a esta y más interrogantes son lo que realmente se esconde detrás del pasado 3 de junio en el que el yunquista aceptó que había fracasado electoralmente. ¿A quién o qué le sonreía o agradecía Eduardo Rivera Pérez después del fracaso monumental que significó su apuesta electoral rumbo a la gubernatura de Puebla? En el viejo PRI, por ejemplo, la derrota era el peor escenario para un político. Significaba la muerte, el oprobio. Tras la derrota solo seguía el abismo. Eduardo Rivera, aunque diga lo contrario, está más cerca del viejo priismo que del PAN de Manuel Gómez Morín o Carlos Castillo Peraza, luego entonces no es un panista de cuño sino el producto de una amalgama del Yunque, en donde todo es negociable, sustituible y está sujeto a convertirse en moneda de cambio con el poder en turno. En el PAN podrán decir misa, pero sus mejores tiempos son los que vivieron al amparo del PRI. Cómo olvidar que los fundadores del Yunque amaban a Gustavo Díaz Ordaz. Ese espíritu diazordacista, aunque lo niegue, es la esencia de Eduardo Rivera. Un poder vertical, omnímodo, que no acepta el disenso y en el que todos aceptan una sola visión de la realidad. Eduardo Rivera es más cercano al viejo chiste de que los cocodrilos vuelan… pero solo poquito, porque lo dijo el señor presidente, que a las proclamas que surgieron de la lucha por la democratización del país. Si para el viejo priista la derrota era la muerte, de qué se ríe Eduardo Rivera. Quizás, su sonrisa provenga de la certeza de que puede seguir viviendo un tiempo de canallas.

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