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sábado, noviembre 23, 2024

El concurso que no gané

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Quiero ganar un concurso. Una beca. Una residencia artística.

Quiero ganar algo con lo que escribo.

Esa fue la conversación con mi terapeuta el jueves pasado.

¿Por qué? ¿Qué te daría un primer lugar? ¿Es necesario? me dijo con duda auténtica.

Y entonces le conté la siguiente historia:

Tenía 11 años, cursaba el quinto de primaria en una escuela católica
y la maestra anunció un concurso de cuento; quien participara debía
escribirlo a mano en hoja blanca y entregarlo en un folder.

El tema: los derechos infantiles.

Recuerdo escribirlo acostada de panza sobre mi colcha amarilla de
Hello Kitty, en una tarde con el sol atravesando las persianas rosadas
de la habitación que compartía con mi hermana menor.

Eufórica por el final trágico de la historia, muy a la película de Amarte duele, pasé “en limpio”, la historia de Carlitos, un niño de la calle que
limpia parabrisas y consume activo para no sentir el hambre mientras
entabla una amistad con una niña rica.

¿De dónde saqué la historia? Escuchando las conversaciones de
adultos, escuchando y observando el mundo como hasta hoy.

Lo más difícil fue hacer los márgenes con bicolor rojo y convencer a
mi madre de darme algunos pesos más para comprar un folder rojo de
costilla y darle formalidad a mi escrito.

Semanas más tarde la maestra me llamó a su escritorio. Del cajón
derecho sacó mi folder y pasó una a una las siete hojas escritas por mí
en letra de molde.

Ni una sola falta de ortografía. Perfectamente redactado.

—¿Quién lo escribió?—me dijo amenazante.

—Yo.

—No habrá sanción si me dices la verdad.

—Yo—repetí con la voz grave que uso cuando advierto peligro.

—Lo siento, esta historia está demasiado bien hecha para que una
niña de tu edad la haya escrito y, ante la duda, no podemos darte el
primer lugar y mandarlo a concurso de zona escolar.

—Yo lo hice, maestra, lo juro. Alcancé a decir desesperada mientras ella
sepultaba para siempre mi cuento en el cajón de su escritorio de madera.

El recuerdo de aquella niña frustrada, retorciendo el delantal del uniforme rumbo al pupitre y con el pecho ardiendo de rabia, lo reviví en 2022,
la primera vez que un concurso no me favoreció. La segunda y la tercera.

No quise seguir contando.

Espero no seguir contando.

Por ello apelo a su buena energía queridos hipócritas lectores, a sus
cirios pascuales, a sus decretos, al incienso o cualquier hechizo, a ver si
echando montón, la suerte me favorece esta vez.

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