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martes, octubre 15, 2024

Silver Machine

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2001. Estaba cursando el segundo semestre de Música, cuando en una de esas horas indiscutiblemente muertas para mí (las primeras dos horas clase) salí a tomar un café y a fumar lo que hubiera de fumar en la cafetería más cercana al instituto.

No recuerdo el minuto exacto, pero fue a las primeras horas del día cuando en la televisión de la cafetería la transmisión se interrumpió para que entrara un comunicado: un avión se había estrellado en las Torres Gemelas.

La cafeína hizo lo propio y me puse en estado de alerta. ¿Qué era esa monstruosidad? Y en mi fuero interno (ahí donde uno guarda sus más perversos pensamientos) dije para mí: cuánta belleza puede haber en el miedo. Si eso que mis ojos veían hubiese sido un espectáculo sin las consecuencias que tuvo, me hubiera encantado estar ahí en primera fila. Fue algo impactante.

Como siempre, relacioné la imagen con sonidos. ¿A qué suena el horror? ¿Qué percusiones alucinantes estarían rematando a dieciseisavos de tono la catástrofe.

Por esos meses conocí a una banda poco conocida: Hawkwind. Unos ingleses súper locos que abanderaban el llamado “space rock” a principios de los setentas. Ellos fueron padres naturales de todas la bandas que luego adoptaron los aficionados a las motos y a la velocidad. Sin Hawkwind, Motorhead, Steppenwolf o Meat Loaf, no existirían.

Y fue justamente Hawkwind lo que retumbaba en mi cerebro mientras vimos el segundo avión impactado en la torre. El mundo iba cambiar. Lo presentíamos.

Supongo que fue Hawkwind lo que sonaba en mi cabeza porque ellos tenían una canción titulada: “Assasins of Allah” (Asesinos de Alá), que versaba precisamente sobre un grupo fundamentalistas que sembraban horror a causa del petróleo. Y uno de sus estribillos decía: “Black september”, lo que encajaba aún más en el contexto.

Esto pasó el 11 de septiembre del 2001, y Hawkwind musicalizó el drama. Sin embargo, lo que me fascina de esa banda que tuvo más integrantes que ninguna otra, era su humor espacial. “Silver Machine” es la madre de todas las rolas espaciales.

En esos años yo tenía un telescopio y miraba a Sirio y a Casiopea y los anillos de Saturno desde la comodidad de un jardín. Silver Machine reventaba los buffers y despertaba mis adormilados vecinos burgueses. Entonces yo no conectaba la idea de poder trepar a una nave espacial (lo que es la silver machine). Mis aspiraciones no eran tan megalómanas.

En cambio sí pensaba que la máquina plateada ideal para llegar al cielo sería una moto. Obviamente porque era un artefacto más terrenal.

Recuerdo hoy como si estuviera ahí, acostada entre tréboles, cómo esa máquina imaginaria me elevaba hasta llegar a la nebulosa de la Cabeza de Caballo, en el cinturón de Orión. Y por un instante, en lo que la tierra caminaba con su paso imperceptible, sentía algo muy parecido a la plenitud.

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