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jueves, abril 18, 2024

En busca de mi historia perdida

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Mariana Mendivil

Hace unos meses, después de encontrar uno de mis diarios personales, empecé a escribir la crónica de uno de los viajes más significativos en mi vida. Acababa de salir de la escuela y pasé en Zambia cuatro meses viviendo en una reserva natural. Releyendo todas esas historias, fui viendo lo mucho que esa experiencia influyó en la persona que soy ahora. Ese viaje terminó siendo para mí la primera de vez de muchas cosas. Me topé con circunstancias muy diferentes a las que había vivido hasta ese momento. Viajé sola y estuve por primera vez en un lugar sin la posibilidad de comunicarme con las personas que conocía.

Los viajes nos cambian y se pueden convertir en experiencias profundas y reveladoras. Sumergirme en otras culturas, y hacer a un lado las normas con las que crecí, me ayudó a encontrar otro propósito en mi vida.

Gracias a ese viaje a Zambia terminé estudiando antropología. Mi vida siguió moviéndose en los aeropuertos. Pasé un mes y medio en Alaska con Roberto Shadow y otros antropólogos. Roberto era un brillante profesor de antropología de la UDLAP y manejaba hacia Alaska todos los veranos. Pasamos casi todo ese tiempo acampando lejos de todo. Ese viaje fue para mí casi un retiro espiritual. No hay lugar donde pueda estar más en paz que rodeada de la naturaleza.

Una parte de mí siempre quiere regresar a África. Después de ese primer viaje a Zambia, volví cuatro veces más al denominado continente negro. Recorrí quince países y en algunos me quedé durante varios meses. Estudié en Sudáfrica un año. Que país tan lleno de contrastes. Trabajé un tiempo en una aldea de Malawi con gente de todo el mundo. Me topé en el Congo con la peor miseria, pero también con Virunga, los gorilas y toda su majestuosidad. Visité ciudades bulliciosas como Nairobi y Mombasa, que, además, son una mezcla fascinante de culturas. Estuve también en lugares como el Delta del Okavango o el dramático desierto del Namib, polos opuestos e imponentes. Crucé en un caballo el reino de Lesoto. Alguna vez leí que comprendes tu propia existencia cuando te desprendes de todo eso que te impone límites. Viajar te da una perspectiva diferente.

La vida me llevó a trabajar con mujeres en México en diferentes ocasiones. Visité zonas rurales y marginadas. A quince minutos de mi casa en Puebla estaba un mundo marginal que me hacía sentir que viajaba a un pasado remoto.

Casi veinte meses después de que todos nos encerramos por primera vez en México, debido a la pandemia, sigue siendo prácticamente imposible viajar lejos. Las fronteras se abren de manera intermitente, lo que hace todo más tortuoso. Ahora veo que muchos de los viajes más reveladores los he hecho en México. No todos los viajes te llevan lejos. Las conversaciones con amigos y extraños te hacen ver el mundo desde sus ojos. Los reencuentros con viejas amistades te hacen ver lo mucho que has cambiado. Correr un maratón —el entrenamiento, la preparación — me hizo ver el camino para llegar a creer que podía hacerlo. Tener hijos fue la metáfora perfecta para saber que hay viajes que nunca terminan.

Todos necesitamos historias en la vida. Vivimos de historias que leemos, que escuchamos y contamos.

Esta columna es un espacio para hacer esa narrativa. Muchas de esas historias están basadas en los diarios que he escrito durante mis viajes a través de otros países. Otras más, de los viajes que se viven aquí cerca, pero que te cambian la forma de ver el mundo.

Definitivamente escribo mucho menos de lo que me gustaría. Te agradezco MAM por invitarme, desde hace diez años, a contar algunas de esas historias. Agradezco al lector que me acompañará en este recorrido.

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