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miércoles, mayo 1, 2024

No soy “un hombre promedio”, ¿acaso importa?

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I 

En esta semana, el querido Mario Alberto Mejía hizo una pequeña revisión sobre los machismos que lo han acompañado. 

Un gran ejercicio de honestidad y sanación. Algo que, pienso y creo, todos deberíamos hacer. 

O aceptar de cuáles hemos sido víctimas. 

 

II 

Fui un niño raro y estoy seguro que fui un batallar para mis padres. 

Pésimo en la escuela a excepción para temas como Historia, Geografía, Civismo, Español y Moral. 

Mi educación primaria fue Lasallista. Precisando: Colegio Benavente; allí aprendí a calificar y definir el valor de las personas y el propio por el tipo de pertenencias, el tipo de vestimenta, el tipo de casa en el que habitaban, el promedio académico que obtenían; nunca por la calidad de ser humano que eran y son; también aprendí a burlarme de aquel alumno que mostrará preferencias o identidades sexuales diferentes a las “tradicionalmente aceptadas”. Nunca pude formar parte de las selecciones deportivas, banda de guerra o escolta porqué estaba reservadas para los más aplicados o los más influyentes. 

 

III 

La educación secundaria la realicé en una escuela conocida por ser de “corridos o no aceptados por los Grandes Colegios”: Colegio Juventus. Allí sí logré ser un alumno de buen promedio y mis amigos eran los maestros. Casi ningún alumno, mujer u hombre, me aceptaba ya sea por ser “ñoño” o no ser “físicamente muy varonil o guapo”. Me costaba interactuar con las mujeres, venía de un colegio exclusivo para hombres. Mujeres y hombres me molestaban por igual. 

Nunca fui una persona ruda. Huía de posibles motivos de pelea. 

 

IV 

La educación preparatoria fue distinta, un poco menos cruel; pero compleja. 

En las mujeres encontré un lugar seguro, un lugar para ser: eran años en los que ya comenzaba a hacerse presente mi gusto por la escritura y la lectura de ficción.  

Tenía más amistades mujeres que hombres. Y no faltó el que me acusó de mujeriego.  

 

V 

En la Universidad mi círculo de amistades fue amplio, aunque selecto. 

Allí se me criticó mucho por “hacer política” y estar cercano a grupos de Rectoría (lo que me permitió organizar diversos eventos culturales y comenzar a hacer carrera y ganarme algo de prestigio), pues eso no es algo que “deba hacer un alumno de la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP”. 

 

VI 

Conforme he ido creciendo la vida me ha demostrado que siempre habrá esquemas por romper y personas que incomodar por no hacer las cosas conforme al manual. 

Lo que soy es gracias a mí, sí; pero también gracias a las diversas personas que han confiado en mí. 

Nunca se me van a olvidar las enseñanzas y guías constantes de Pedro Ángel Palou y Don Pedro Ángel Palou Pérez; ni el apoyo y mano tendida de Doña Victoria García (madre de Pedro) o de Nuria Palou (sobrina de Pedro). 

O la confianza y apoyo de Blanca Alcalá (en ese entonces presidenta municipal de Puebla) al sumarse a los reconocimientos a Sergio Pitol y Cristina Rivera Garza al otorgarles las Copias de la Cédula Real de Puebla como parte de una serie de eventos que realicé con ellos en Puebla. 

Las oportunidades para escribir en sus espacios por parte de Mario Alberto Mejía, Alejandra Macchia y Zeus Munive. 

Las enseñanzas de Ana Martha Hernández Castillo en los temas referentes a Museos.  

Las lecciones de Moisés Rosas Silva en cuanto a políticas culturales y el trato al artista.  

Tampoco se me olvida la complicidad cultural y amistad con Mario Riestra, Susana Riestra y Efrén Tamariz a la hora de realizar eventos culturales. 

La reciente mano que me extendió Aurora Sierra al darme entrada y hacer suya la Iniciativa de Modificación a Ley de Cultura del Estado de Puebla. 

Y la amistad de un sinfín de actrices, escritoras, cantautoras, actores, escritores, cantautores con diversas preferencias e identidades sexuales que se han sumado conmigo para trabajar en favor de la Cultura y que también me han abierto su corazón y me han hecho un hueco en su vida. 

El listado es amplio e interminable.  

 

VII 

A mis 38 años no tengo casa ni departamento propio, tampoco rento.  

No estoy juntado ni casado ni pareja tengo. 

No soy una persona que crea que el sexo es lo más importante en una relación. Y tampoco creo que el mundo se va a acabar si no tengo actividad sexual. Lo que me ha llevado a ser acusado por exnovias: “no te ha de gustar coger, porqué seguramente eres gay”. 

Me importan más mis sentimientos que un promedio académico. 

No me da cosa llorar en público. 

No voy al gym ni tengo cuerpo musculoso, tampoco me interesa. 

No soy hábil para las “cosas de hombre”: cargar, cambiar llantas, arreglar carros, cosas básicas de electrónica o plomería para arreglar desperfectos en la casa.  

No sé manejar ni me interesa. 

Me gusta el Teatro, la Danza, el Tarot, la Astrología, la Poesía, el Esoterismo y otra serie de cosas que algunos identifican más con las mujeres o que creen que sólo es “cosa de mujeres”. 

El listado podría seguir, en resumen: no cumplo con muchos patrones sociales, no soy un “hombre promedio” y ¿acaso eso me hace más o menos valioso, más o menos hombre? Las personas importan por lo que son y ya.  

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