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martes, octubre 15, 2024

La torre de Babel

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En días recientes, el novelista español Antonio Muñoz Molina describió en su columna semanal, que tiene en el periódico El País, el caso de una profesora, en una universidad de Estados Unidos, que preparó un curso sobre las imágenes de los fundadores o profetas de las santas religiones, incluidos Buda y Mahoma. Le advirtió a sus alumnos, por si acaso alguien se sentía ofendido —el Islam no tolera imágenes— que no asistiera al curso. Nadie objetó. Pero cuando dio la clase, una alumna la denunció ante las autoridades universitarias.

Cito a Muñoz Molina: “Mostrar la imagen del Profeta era un acto de islamofobia, también de racismo y de sexismo, porque esta estudiante tan dolida, que no podía contener las lágrimas cuando protestaba, era una mujer negra y musulmana de origen sudanés. Al día siguiente, sin aviso alguno, la profesora culpable estaba despedida. Un alto cargo de la universidad afirmó que mostrar en clase una imagen de Mahoma equivalía a defender la bondad de Hitler. En una declaración oficial, el Rectorado aseguró, literalmente, que el respeto a la sensibilidad de los estudiantes musulmanes estaba por encima de la libertad de expresión”.

Me parece lamentable. En su discurso al recibir el Premio Jerusalén, Milán Kundera afirma que la novela es un tesoro cultural de Occidente, porque en este género cabe la locura del Quijote y el pragmatismo de Sancho. Cabe todo. La diversidad es nuestra riqueza. Pero hoy, cada vez son más los que opinan que sobre ciertos temas no se puede hablar o sólo se puede hacer desde el punto de vista intolerante de quien critica a quienes piensan diferente.

Hace unos años murieron los caricaturistas del seminario Charles Hebdo. Hace unos meses le sacaron un ojo a Salman Rushdie, sobre quien sigue pesando la condena islámica. Hoy leo en las redes sociales que se han prohibido en ciertas universidades la obra de Toni Morrison, la primera escritora afroamericana en ganar el Premio Nobel. También quieren retirar o ya lo han hecho las obras de Vladimir Nabokov. No está permitido hablar de lo que a algunos no les gusta. Y generalmente confunden lo que dice una novela con lo que opina el autor —no siempre es lo mismo—.

A este paso, dice Muñoz Molina, la libertad de expresión “quedará restringida a campos como la microbiología y la numismática”.

¿Qué haremos con escritores como el marqués de Sade, D.H. Lawrence, Henry Miller, Juan García Ponce? ¿Con pintores como Balthus? ¿Con cineastas como Pasolini? A la hoguera, como en tiempos que pensábamos que ya se habían ido para siempre.

El futuro que se vislumbra es ominoso. Si no puedo ejercer la crítica, por miedo a ofender a alguien por su preferencia política, religiosa, de género, estética, étnica… Si no puedo decir con argumentos —no con adjetivos ni con insultos— lo que opino… Si no puedo señalar lo que a mi juicio está mal para intentar construir un mundo mejor…

Si yo o cualquiera de ustedes, amigos de Hipócrita Lector, si cualquier persona en el mundo entero no puede defender una obra de arte —aun cuando sea provocadora—, si no puede hablar contra su gobierno, si no le gusta, si no puede decir que alguien tiene la piel oscura —porque es discriminatorio— (aunque la tenga), entonces viviremos en una Torre de Babel.

¡Qué paradoja! En la era del celular y de las redes sociales, cada quien hablará sólo con los que sean igual a él/ella/elle… millones de células de incomunicación, porque lo que enriquece no es hablar con quien piensa como yo, sino con quien piensa diferente. Eso será imposible, porque quien lo intente —ya lo estamos viendo— será linchado.

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