Otra vez he movido la vida de escenario.
Pensé que ya no lo haría más, pero bordear los umbrales oscuros me orilló a huir, para comenzar de nuevo.
En cuanto llegué y cerré, al fin, la puerta por dentro, hice lo necesario para que todos los espacios vacíos se llenaran y cobraran un poco de vida con mi vida.
Llegar a nueva casa es conquistar un reino.
A esta edad uno ya no quiere empezar desde cero, más bien desde la mitad de la línea del tiempo que nos quede hacia adelante.
En estas paredes descansaré y respiraré un nuevo aire. Olvidaré el temblor con el que arrancó el año.
Lo primero que hice al despedir al camión de mudanza fue prepararme un café, antes de comenzar a reacomodar aquello con lo que cargo y atesoro.
Las cosas que el reloj transforma en recuerdos.
Tantos libros pendientes y cuadros que colgar.
Escogí esta casa porque está a un lado del cerro en donde solía ir con mis mejores amigos a fantasear con el futuro.
Nunca imaginé que el futuro me devolvería al origen. Y uno no lo imagina porque a veces creemos que los anhelos deben realizarse y mirarse desde fuera, y con el tiempo, cuando al fin llegas a ese futuro, reparas en algo: lo más valioso estuvo siempre dentro, próximo. Tú eres tu propia casa.
Ahora vivo en el lugar del futuro que soñé cuando subía este mismo cerro hace veintitantos años.
Soy otra, pero soy la misma.
Solo estoy parada en diferente escenario.
En el ideal.
Y un poco más despierta.